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 domingo, 23 de enero de 2005  
El tiempo: El valor del presente

Las cosas cotidianas suelen ser las que nos despiertan del letargo. Circula por Internet un mensaje que interroga a sus interlocutores virtuales acerca de qué harían si tuvieran una cuenta bancaria que les provee de 86.400 pesos por día con un único requisito que es la imposibilidad de acumular ese dinero para la jornada siguiente o girar en descubierto, obteniendo adelantos. Claro que la ventaja es que todos los días se renueva la suma pero si uno no la ha gastado, al finalizar la fecha, se pierde lo que quedó guardado.

La tentación de imaginarse qué haría uno con esa cifra va tomando diferentes formas y el arco de las fantasías es variadísimo: desde las necesidades básicas hasta el consumo más superfluo pasando por objetivos totalmente individuales y casi egoístas, hasta el altruismo y la solidaridad más magníficas. No importa en qué decidiera uno gastar ese monto, sería muy difícil que alguien pensara en desperdiciarlo.

La mayoría responde que carecería de toda importancia el destino de ese capital. Todos coinciden que lo que sí harían, sería gastarlo todo hasta el último centavo, evitando que se desaproveche. El corolario del mensaje es que todos tenemos una cuenta semejante, pero contiene algo mucho más preciado que el dinero: los 86.400 segundos de cada día, es decir nuestro tiempo.

Tal vez nos interroguemos acerca de qué es el tiempo. En el universo filosófico ha sido una reflexión insoslayable con muy diversos tratamientos. Para Platón, el tiempo es la imagen móvil de la eternidad. Para Aristóteles, el tiempo es la medida del movimiento según el antes y el después. Para San Agustín el alma es la verdadera medida del tiempo. El pasado es lo que se recuerda, el futuro lo que se espera y el presente aquello de lo que se está atento. Pasado, futuro y presente son memoria, espera y atención.

"Somos sólo tiempo" afirma José Narosky en un aforismo en el que recrea con estilo existencialista la cuestión de la temporalidad como condición fundante de lo humano, propia del pensamiento de Martin Heidegger, quien pone de manifiesto que el ser del hombre se estructura en la línea de la temporalidad que se revela ante la conciencia de la muerte, y la angustiante preocupación por la finitud.

Vivimos haciendo proyectos y planes para el futuro, o deteniéndonos con nostalgia a mirar las fotos viejas de nuestro álbum de recuerdos. Estamos inquietos por el día de mañana cuando todavía no resolvimos lo que tenemos que hacer dentro de unos minutos.

Siempre estamos distraídos, acelerados o demorados un paso atrás o adelante del que estamos dando en cada instante, y en consecuencia, con altas probabilidades de estar perdiéndonos y desaprovechando esa particular coordenada espacio temporal de cada "aquí y ahora".


Mensajes de poetas
A partir de Mr. Kitting, el docente trasgresor y rebelde de "La sociedad de los poetas muertos", se popularizó aquel célebre Carpe Diem del poeta latino Horacio, quien en sus odas nos invitaba a gozar el presente sabiendo de su fugacidad. Otro poeta y filósofo contemporáneo, Ricardo Soulé, nos hace comprender que: "Creyendo en mañana, fracaso hoy. Cuánta verdad hay en vivir solamente el momento en que estás. ¡Sí! nada más". Religa, así, el adagio latino con el acierto bíblico: "A cada día le basta con su propio afán".

A veces la muerte nos sorprende y advertimos que es la frontera de las posibilidades humanas, más allá de cuáles puedan ser nuestras creencias acerca de la trascendencia. Cuando debemos hacer frente a una situación límite, nos invade un sentimiento de angustia que deviene de la comprensión vivencial de la brevedad de la existencia. Quizás esta percepción tan agobiante nos instala ante la oportunidad de disponernos conscientemente a aprovechar el momento en que estamos: ese tiempo que se nos manifiesta en toda su fugacidad como un presente único e irrepetible. En esas circunstancias se nos hace evidente que la vida es una película que no admite ensayos ni backstage.

¿Por qué esperar a que nos sorprenda la presencia de la muerte para tomar conciencia de nuestra finitud? ¿Por qué no escuchar el mensaje de los filósofos e interpretar que cada instante es el último, dado que no podremos reproducirlo? Que no nos suceda el darnos cuenta demasiado tarde que: "La vida es eso que te pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes", como la definía John Lennon.

Alicia Pintus. Filósofa y educadora.

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