| domingo, 23 de enero de 2005 | Interiores: Domingos Jorge Besso A razón de 48 domingos al año y considerando el hipotético caso de una persona que viva hasta los 80, amanecerá 3840 domingos a lo largo de su vida y ese será el stok del día festivo por excelencia que tendrá a su disposición. Es más bien imposible poder determinar si son muchos o pocos, o acaso si son suficientes. Que se sepa (pero no es imposible que lo haya) nadie lleva un cálculo que diga en cuántos domingos fue feliz y en cuántos desgraciado, y aún en cuantos se aburrió.
Tal cálculo permitiría tener un porcentaje de cada uno de los estados mencionados que bien podría estar actualizado domingo a domingo, con lo que los interesados al respecto podrían saber semana a semana como va la columna de la felicidad, o la de la tristeza o la del aburrimiento. Hay dos clases de días:
* Los días de la semana.
* Los días del fin de semana.
El prestigio de los días del fin de semana, con toda evidencia, es muy superior al de los de la semana, al punto que a estos últimos se los conoce como "días de semana", es decir vendrían a ser comunardos, algo así como la versión base de los autos baratos (¿hay autos baratos?) unidades que vienen equipadas con motor, ruedas y algo de carrocería. Los días del fin de semana son varios al punto que desde hace algún tiempo se superponen con los días de semana, ya que en cierto sentido el fin de semana tiene un primer inicio el jueves por la noche, se continúa el viernes que tiene clima, olor y aroma a fin de semana más que nada en la estelar noche de los viernes para continuar el sábado, y en la muy clásica noche festiva de occidente que hasta le dio título a una película de Travolta.
También es cierto que en esta vida shoppingneada hay gentes que nunca tienen fines de semana, o lo que todavía es peor que nunca tienen trabajo. Pero el domingo es el día festivo top desde siempre, por empezar porque es el día en que Dios descansó aunque la idea de un dios cansado pareciera muy poco divina. Claro está que si hasta Dios se cansa, razón demás para descansar, retozar y disfrutar. Lo que suele ser difícil. Es que el domingo es un día en que todos quieren ser felices porque de una u otra manera sienten y consideran que tienen el derecho a serlo, algo que nada ni nadie puede discutir.
Este derecho irrenunciable a ser feliz de cada cual suele chocar con el mismo derecho irrenunciable del otro con respecto a la felicidad, mucho más si ese otro es una referencia al "compañero sentimental", como gustan decir de todas, o de algunas formas de pareja los españoles. En verdad, la expresión "compañero sentimental" no parece para nada ilustrativa de la pasión de los enamorados ya que viven en el almíbar de la fusión hiperamorosa de los seres.
Precisamente para los enamorados no hay domingos, o todos son domingos que en el fondo vendría a ser lo mismo, pues los enamorados al estar tan enamorados del amor (probablemente mucho más que del otro) flotan en la atemporalidad y en cierto sentido en la a- espacialidad. En cambio para la inmensa mayoría de los no enamorados del planeta el domingo es un día que podría calificarse de "larga duración", y que más allá de la meteorología (siempre tan imprevisible como el humano) es un día con dos soles:
* El sol luminoso.
* El sol negro.
El sol luminoso ilumina el espacio y el tiempo de los domingos desde el despertar hasta el almuerzo con sobre mesa incluida. Incluida hasta cierto punto en el cual en algunos pliegues del alma comienza asomarse e insinuarse el sol negro, y donde todo se encamina a un choque de soles en una competencia de rayos con resultado conocido ya que si la mañana es el reino del rayo luminoso, al atardecer lo copa el rayo negro. Demás está decir que hay gente (mucha o poca, vaya a saber) a quienes no le afecta la bipolaridad dominguera lo que viene a ser una prueba más de la diversidad humana. Gentes que, o bien son afortunados, o regulados o equilibrados. O bien desalmados, ya que al circular sin alma más bien son seres sin vaivenes.
Las caras de la mañana reflejadas por el sol luminoso son bastante diferentes que las de la noche que en el mejor de los casos son caras de nada, representando el extremo visible de un ser a esa altura inapetente y más o menos condenado a pasar por el trámite de la cena. En rigor, una pseudo cena, sin mesa, sin mantel, con café con leche o la inefable pizza, mientras en la tele transcurre el interminable y pretensioso resumen futbolístico, conducido por ese Confusio del fútbol que viene a ser don Macaya Marquez.
El domingo por la tarde tiene una suerte de asociación inevitable con la escuela, es decir con lo obligatorio, con lo que una oleada del lunes se mete en el domingo agriando los humores humanos al punto que en rigor la gente se siente mejor el lunes que en la pesadez del bajón dominguero. Pero quizás habría que pensar que el problema del domingo en el fondo no es el lunes, sino el propio domingo.
El domingo es un encuentro con el tiempo y el humano nunca se lleva del todo bien con el tiempo. Por la mañana hay un océano de tiempo que se escurre en el agujero negro del domingo por la noche. De lo que se trata es de que la batalla con el tiempo no sea tan desigual para lo cual la noche del domingo es buena para brindar: para y por disponer del tiempo y no que el tiempo disponga por nosotros. Hasta donde se pueda, y hasta el último día en que el agujero negro nos saca de circulación para lo cual conviene tener en cuenta que en rigor hay sólo una clase de días: los de nuestro turno de existir.
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