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 domingo, 12 de diciembre de 2004  
El cazador oculto: Los argonautas decían la verdad

Los argonautas tenían razón. Navegar es preciso, vivir no. Y basta subir a un barco un mediodía cualquiera, salir a recorrer las islas con el sol en el cenit y sentir el viento del sur sobre las aguas para saber que es así. Más si en cubierta espera una copa de champagne helado y un encuentro romántico que promete extenderse más allá del atardecer. No lo van a creer, pero la despedida del año del grupo Trascender, una amena reunión para invitados VIP en el barco Ciudad de Rosario, tuvo eso y mucho más. Si no pregúntenle a Ana Piaggio, que, pese a sus esfuerzos por pasar inadvertida, terminó rodeada por una corte de galanes que se disputaban su gracia a capa y espada. Y no es para menos. Sobre sus sandalias de taco alto la imaginación de los muchachos hacía un equilibrio peligroso. El que estuvo a punto de caer fue Darío Kaden, que llamó la atención de la joven con un par de anillos de plata mexicana que hubieran encandilado al mismísimo Leo Mattioli. El sueño de Miguel Milano de seducir a la niña se desvaneció en el aire. Nada raro. El empresario, que desde que llegó no hizo más que hacer alarde de sus proezas musicales, quería convencerla de que fuera a uno de sus conciertos. Una imprudencia. No mayor que la de Clara García, que se embarcó sola y con los labios pintados de un rojo intenso, que no hizo más que alimentar las fantasías de los cazadores que acechaban por el lugar. Se entiende. La vedete del gabinete municipal, que con el pelo azabache cortado carré se parece a Catherine Zeta-Jones en "Chicago", cada día está más sexy. Al menos esa es la opinión entre la tripulación mayoritariamente masculina del barco, una fauna variopinta que disfrutó de la navegación, pero mucho más de las exquisiteces que sirvieron durante el paseo. Y eso que el bueno de Carlos Cristini, un empresario con ínfulas de capitán de barco, después de horas y horas de examinar las cartas navales escogió una ruta inmejorable. Pero hay almas a las que ni una mansa deriva por el Charigüé les alcanza para aplacar sus fantasmas. Si no por qué Eduardo Remolins, que se acodó sobre la baranda de proa y no se movió hasta que el barco llegó a puerto, tenía esa expresión de profunda melancolía. ¿Será que le tiene miedo al naufragio?
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