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 domingo, 12 de diciembre de 2004  
Cierra hoy la vigésima edición del evento más popular de Rosario
Colectividades, las distintas realidades de una fiesta que convoca pero no se renueva
Como todos los años, los puestos volvieron a montarse exactamente igual y el criterio estético faltó a la cita

Diego Veiga / La Capital

Congrega en cada edición a más de 500 mil personas y este año estiman que llegarán a contabilizar casi un millón de visitantes, lo que lo convierte sin dudas en el evento más convocante de la ciudad. Hay quienes lo definen como "un clásico de Rosario" y ni se animan a predecir qué sucedería si alguna vez no se realizara. Pero lo cierto es que con 20 años de historia, la Fiesta de Colectividades muestra realidades contrapuestas. Mientras por un lado un gran grupo de gente trabaja a pulmón y deja todo por el encuentro, por el otro cada vez se nota más la ausencia de una política clara que lo haga crecer y transformarse.

Así, cuando hoy se cierre esta vigésima edición, quedarán en el recuerdo además del color y el brillo que la caracteriza, los mismos puestos de siempre, las carpas de nylon montadas sobre hierros oxidados, el olor a choripán que ahora parece ser comida típica de varias regiones del mundo y la falta de un patrón integrador que haga por lo menos más uniformes a los stands.

Por ahora, todo está como siempre. Basta tan sólo con recorrer el predio del Parque Nacional a la Bandera para descubrir una escenografía que parece calcada a la del año pasado. Cada colectividad en el mismo lugar, los mismos tablones, sillas. El tiempo parece no pasar para el evento más convocante de la ciudad y que, paradójicamente, no se renueva.

"Cada año el municipio afronta los costos que insumen montar el escenario mayor, iluminar el predio, pagar el cachet de los artistas que cantan en el escenario, realizar cortes de calles y destinar inspectores", cuenta un hombre vinculado a la organización del evento que clama por una renovación que, según su concepción, "es difícil que llegue".

Como están planteadas las cosas, la inversión municipal parece no tener réditos -al menos en el aspecto monetario- ya que la recaudación de los stands va directamente a cada una de las colectividades. "Acá el municipio invierte dinero y el evento se mantiene por una cuestión política", asegura otra fuente, al tiempo que remarca que "sería muy alto el costo que habría que pagar si un año no se realizara".

La Asociación Encuentro de Colectividades lleva adelante con mucho esfuerzo la organización del evento, pero nadie parece querer asumir la posición de coordinador de la fiesta. No se fijan políticas claras, cada stand se monta a gusto de cada colectividad y el gran esfuerzo que ponen sus organizadores se diluye en parte en la antiestética presentación de los espacios. Para comprobarlo, sólo hay que dar una vuelta por el predio.


Por dentro
Al bajar por calle Córdoba las diferencias se observan nítidas. Grandes carpas verdes y blancas se mezclan con otras azules, amarillas, rojas. Y la uniformidad en los carteles directamente no existe. Algunos optan por ofrecer sus comidas típicas mediante papeles escritos por computadora y arruinados por la lluvia, otros con pizarrones. Hay quienes los escriben con fibra y también stands que los tienen escritos con pintura en el frente de las chapas de sus mostradores.

El choripán se convirtió en una comida internacional ya que se vende tanto en puestos italianos, como paraguayos, argentinos y uruguayos.

En el predio que ocupa Brasil, un viejo stand verde y amarillo demuestra por el grado de oxidación de sus chapas que hace años que se viene utilizando.

En el sector de Paraguay, en tanto, un puesto montado con viejos hierros y nylon negros ofrece ensalada de fruta a 2 pesos.

En la carpa de las Islas Baleares se preocuparon por colocar algunas plantas y helechos. Navarra, en tanto, desplegó una estructura de chapa que asemeja un castillo y que viene montando desde siempre. Así, en pocos metros se puede ver un puesto hermoseado con plantas, otro ambientado al estilo antiguo y otro decorado con viejos nylon. Toda una muestra de la falta de uniformidad.

En Croacia instalaron una torre muy colorida -lástima que quedó oculta detrás de un puesto de gaseosas- y desplegaron un mostrador para la venta de sus comidas típicas cuyo modelo parece calcado de los que se montan a la salida de las canchas de fútbol.

Grecia se actualizó este año colocando inscripciones alusivas a los juegos olímpicos y levantó una especie de Partenón. Japón también instaló una estructura oriental. Los diseños de estas colectividades intentaron reproducir algo de sus países. Algo similar también hizo Austria.

Murcia, en tanto, seduce desde su stand color óxido con un cartel que ofrece "chorizos murcianos a las brasas" y Perú incorporó una nueva bebida típica de su región: el licuado de frutas, que se ofrece a 4 pesos la jarra de medio litro.

El stand argentino también luce los novedosos carteles escritos a mano con fibra y hasta birome. Ofrecen lechón o vaquillona desde papeles pegados sobre el toldo de una carpa azul. Y "el rincón del norte" tienta con tamales y humitas desde inscripciones con fibrón negros pegados en la parte externa de una carpa blanca.

En el medio, los integrantes de las comunidades aborígenes despliegan sus artesanías en puestos que sí son uniformes y guardan cierto estilo.

Así, con sus disparidades y algunas cuestiones que se alejan bastante de criterios estéticos, la Fiesta de las Colectividades cierra hoy una nueva y exitosa entrega. Ahora deberá venir el tiempo de la renovación y de aunar criterios. Hay cambios que deberían llegar en futuras ediciones.
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La elaboración de alimentos en dudosas condiciones de salubridad es un karma repetido.

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