| domingo, 21 de noviembre de 2004 | Lecciones de un escritor El cierre del Congreso de la Lengua Española deja como saldo inicial el fervor y la calidez de la ciudadanía, además del trascendente contacto con varios de los mayores creadores de este tiempo. El novelista portugués José Saramago refirmó durante el transcurso del megaevento su condición de intelectual solidario y comprometido con la gente.
En esta columna se aseguró días pasados, antes de que diera comienzo el III Congreso Internacional de la Lengua Española, que Rosario vivía un momento excepcional. Se hacía alusión entonces a que, más allá de la grave permanencia de numerosos testimonios de la crisis, la ciudad comenzaba a despegar de ese duro pasado con obras concretas y, además, a partir del fortalecimiento de la noción de sus propios valores. Ahora, cuando el evento ya comienza a ser un maravilloso recuerdo y a pesar de que resulta demasiado temprano aún para hacer un balance, corresponde afirmar que lo único de la circunstancia se vio reforzado por la cálida respuesta que brindó la gente y por lo valioso de los aportes que realizaron los escritores.
Portugal fue, en Europa, un país periférico. Su provinciana y serena realidad distó de emitir un fulgor parecido al de las grandes potencias, con sus metrópolis cargadas de prestigio. Sin embargo, en Lisboa vivió y escribió uno de los mayores talentos literarios del siglo veinte, quien a pesar de haber fallecido casi inédito ocupa hoy un lugar esencial en la valoración de la literatura contemporánea: y de Fernando Pessoa, a quien nos referimos, desciende literariamente hablando un narrador de la estirpe de su compatriota José Saramago.
El novelista ganador del premio Nobel posee, además de méritos artísticos, un pronunciado interés por los hechos concretos de su época y, a la vez, por el devenir histórico. Durante el transcurso del megaevento cultural fue uno de los escritores que en mayor medida y con más afecto buscó el contacto con la gente. A lo largo de ese diálogo constante, y también por intermedio de sus charlas con el periodismo, el creador de “El año de la muerte de Ricardo Reis” desarrolló sin fisuras su rol de intelectual agudo y comprometido.
Entre las frases que dejó Saramago para la reflexión, figuran estas: “La democracia no puede nunca ser un punto de llegada; es un camino que probablemente no termine nunca”; “Los gobiernos actuales se han transformado en comisarios políticos del poder económico”; “Sin democracia no hay derechos humanos, pero sería bueno poder decir que sin derechos humanos no hay democracia”.
Se trata de cláusulas que no merecen agregados ni comentarios: sirven, por cierto, como precisos instrumentos para confrontar con el panorama que enfrentan los argentinos y, claro está, también los rosarinos. Esos mismos rosarinos que acaban de demostrar ante el mundo y ante sí mismos de lo que son capaces, plasmando un acontecimiento tan valioso como único, y que ahora deberán retomar la senda de la cotidianidad con el ánimo templado para solucionar los múltiples problemas de una coyuntura que sin dudas ha mejorado, pero que todavía dista demasiado de aproximarse al ideal. enviar nota por e-mail | | |