El PJ santafesino busca espacios en el tren K

Mauricio Maronna / La Capital

Plebiscitar será la palabra de moda desde aquí hasta las elecciones de octubre de 2005. De ese verbo harán uso y abuso todos y cada uno de los miles de candidatos justicialistas que a lo largo y ancho de la geografía se escudarán bajo la esfinge de Néstor Kirchner para ganar desde una concejalía hasta una banca a senador. Con ese paraguas verbal también el socialismo intentará recuperar terreno en el Concejo Municipal, aunque esta vez el sujeto político ya no sea el jefe del Estado sino el intendente Miguel Lifschitz.

El acuerdo comercial con China es la primera llave que le permite a la Argentina abrir las puertas del escenario internacional, del que quedó aislado tras la irresponsable declaración de default. Aunque la borrachera que empujó al país a saltearse todos los manuales no se haya disipado totalmente y permanezca la resaca, las promesas de inversión que llegan desde Beijing constituyen una avanzada que tendría que hacerse extensiva a otras economías poderosas del mundo. De la resolución de ese entramado dependerán numerosas variables, entre ellas una que resulta crucial: la urgente redistribución del ingreso que demandan gruesas capas de la sociedad, cuyos bolsillos fueron saqueados por la devaluación.

El gobierno debería extraer lecciones de la saga que derivó en la visita del presidente Hu Jintao a Buenos Aires. "Si nos sale ésta, van a tener que colgar mi cuadro arriba del de San Martín; cuando el país se entere voy a ser Gardel", fue la extemporánea definición que se le atribuyó a Kirchner. La misma que, rápidamente, embriagó a los funcionarios.

El fragor de las palabras puso al borde del precipicio la firma de los convenios bilaterales. Por algo, desde hace casi 2.500 años los chinos repiten como un mantra los dichos de Confucio: importa el concepto, la economía de adjetivos y el contacto personal. Lo demás es hojarasca.

Los números de la macroeconomía, la reconstitución del poder presidencial y la ausencia casi absoluta de una oposición con peso específico propio despejan el camino del presidente, apenas atravesado por la falta de espesor e incontinencia verbal de buena parte de sus ministros y secretarios de Estado. En un país normal, Torcuato Di Tella podría erigirse en conductor de un talk show pretencioso, pero jamás en titular del área cultural.

Además de las dificultades de la oposición para posicionarse frente al mix oficial de gestualidad progre y pulimentado pragmatismo, el presidente parece haber logrado domar los focos de rebeldía que algunos pretendían ver enquistarse en su propio partido.

Kirchner (o algún consejero) debe haber tomado nota de una máxima de la politología norteamericana que calza como un guante frente al frondoso aparato pejotista: "El partido opositor rara vez causa tanta angustia como el propio".

El tren K tiene como primer destino las elecciones legislativas de octubre de 2005 (a fin de cuentas, según la Real Academia Española, el plebiscito es una "resolución tomada por todo un pueblo a pluralidad de votos"), pero para eso deberá parar en todos los distritos.

Lo que se maquetaba en provincia de Buenos Aires como la "madre de todas las batallas" ofrece hoy un camino más despejado. Según Carlos Germano & Asociados (una de las pocas encuestadoras serias y responsables), un reciente sondeo en el conurbano demuestra que Cristina Fernández de Kirchner lidera holgadamente la intención de voto para senador (35,9%), relegando a su principal competidora dentro del PJ, Hilda Duhalde (15,4). "A esta altura de los acontecimientos que Cristina sea candidata no es un problema sino un alivio", se le escuchó decir a Eduardo Duhalde, al tanto de la mala imagen que genera, no tanto su figura, sino el duhaldismo.

"Son parecidos pero diferentes", repiten en las cercanías de la Jefatura de Gabinete, tomando como leit motiv de la caracterización al ministro del Interior, Aníbal Fernández, quien se considera "un duhaldista portador sano". La Casa Rosada espolea con las encuestas al caudillo bonaerense esperando que, más temprano que tarde, sus barones ofrezcan la rendición.

La estación Santa Fe es otro de los destinos del tren K. La fragmentación política del partido de gobierno en la provincia amenaza con instalar un virus que se creía exclusivo del radicalismo. Hay peronistas para todos los gustos: reutemistas, obeidistas, Liga de Intendentes, cooperativistas reciclados y kirchneristas multiformes. Las encuestas que descansan en los cajones de Balcarce 50 llegan a la misma conclusión: en la bota los grandes electores siguen siendo Carlos Reutemann y el santacruceño.

A partir de ese dato, rápidamente se pusieron en marcha las usinas de rumores que pronostican un acuerdo entre el presidente y el senador nacional. Rápida de reflejos (como se anticipó en esta columna hace siete días), Roxana Latorre intenta darle los primeros toques a una construcción kirchnerreutemista. "De ahí para abajo somos todos tropa", fue la cruda y ajustada síntesis que hizo la legisladora.

En el interior del PJ santafesino todos tienen versiones que aportar: desde una futura conducción partidaria nacional encabezada por Kirchner y Reutemann hasta una fórmula presidencial para 2005 compartida por los mismos nombres.

El Lole les baja el volumen a las profecías y reitera que Kirchner sigue con viento de cola: "Es sorprendente lo que está pasando. El tipo critica al FMI, a los bonistas, a todos... Los números de la economía están bien, tiene plata y todos los medios a favor. Va fenómeno". Y no dice más nada.

Mientras el calendario electoral se deshoja, Nación, provincia y ciudad asistirán a otro congreso de la lengua, esta vez encarnado por una multitud de políticos aferrados a un nuevo verbo estrella: plebiscitar.

El acto de clausura será en octubre del año próximo.