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 martes, 16 de noviembre de 2004  
Procesan a un joven por matar a un almacenero durante un asalto
El crimen fue hace hoy dos meses en una granja del barrio Lisandro de la Torre El chico, de 18 años, dio un nombre falso al ser apresado. Pero admite que tiró

Jorge Salum / La Capital

"Me llamo Pablo Lescano", dijo Pablo Sebastián Batalla el día que lo detuvieron bajo sospecha de haber asesinado a un hombre en medio de un robo. Aunque confesó ser el autor del hecho, dio un nombre falso con la esperanza de ocultar que ya tenía prontuario. Fue su madre la que se presentó a la policía y reveló su verdadera identidad. Batalla, y no Lescano, terminó procesado y sólo por unas horas no se expuso a una condena que podría haber alcanzado los 32 años de prisión.

Es que el crimen atribuido a este joven de 18 años fue cometido apenas horas antes de que entrara en vigencia la reforma legal que faculta a los jueces a sumar penas cuando se trata de más de un delito, o cuando éste se comete con circunstancias agravantes. Y en este caso, además del robo seguido de muerte, lo que lo hace más grave es que se cometió con un arma de fuego apta para el disparo.

Igual lo alcanza otra de las reformas de mano dura sancionadas de urgencia por el Congreso de la Nación tras la irrupción en la escena nacional de Juan Carlos Blumberg y sus seguidores: en caso de que llegaran a condenarlo, no podrá salir de prisión bajo ningún régimen especial hasta cumplir con la totalidad de la pena.


Robo, locura y muerte
Batalla fue procesado por la jueza de Instrucción Carina Lurati como autor de un hecho ocurrido el 16 de septiembre. Ese día, alrededor de las 20.30, policías de la subcomisaría 24ª lo detuvo en la zona de Juan José Paso y Formosa. A los uniformados les había parecido sospechoso que el muchacho corriera cuando se cruzó con ellos mientras circulaba en bicicleta.

Diez minutos antes, muy cerca de allí, se había producido un hecho grave. Un joven había ingresado a un almacén en Almafuerte y Corazzi, llamado La Granja, con el propósito de robar. Pero el intento terminó mal porque el dueño del negocio recibió tres balazos.

Se llamaba Raúl Avila y tenía 49 años. Era una de las pocas personas que estaban en el almacén cuando el joven entró esgrimiendo un arma. El ladrón lo encaró a él y no hizo falta que explicara nada, pero Avila lo enfrentó y comenzó a forcejear.

A partir de ese momento todo ocurrió en segundos. De pronto se escucharon los estampidos y Avila se desplomó malherido. Los testigos comprendieron enseguida que el almacenero no sobreviviría. Lo habían herido en el abdomen y en la cabeza y a simple vista se notaba que estaba mal. Murió un rato después en un hospital de la zona norte.

Batalla, en tanto, no fue muy lejos. La policía ya estaba detrás de él, luego de observar su actitud sospechosa, cuando intentó internarse por los pasillos de una villa. Un vecino sobre el que se había abalanzado en la huida advirtió lo que ocurría y obstaculizó la carrera. Finalmente, cuando lo agarraron, dijo que se llamaba Pablo Lescano.

La muerte de Avila puso el caso en los noticieros de la televisión local. Fue allí donde una mujer intuyó que el detenido podía ser su hijo. Fue personalmente hasta la subcomisaría 24ª y comprobó que su intuición no falló. "Su apellido no es Lescano sino Batalla", informó entonces a los uniformados.

Pronto se supo que lo que intentó ocultar Batalla fue que ya tenía antecedentes. Se trata de una condena de la Justicia correntina, que lo sentenció por un delito cometido como menor en la ciudad de Goya. En Rosario, en cambio, aún no le habían atribuido nunca ningún delito.

En su indagatoria le dijo a la jueza que no entró a matar a Avila sino a robarle, pero también admitió que conoce de armas y contó que al forcejear con la víctima ya tenía el dedo sobre el gatillo. Para Lurati esto fue clave. Si es así, entonces no podía ignorar que podía disparar en cualquier momento. Y menos que así podía causar daño o inclusive matar.

También contó que aquel día no iba solo. La policía busca ahora a su acompañante, a quien él atribuye haberle entregado el revólver calibre 32 con el que mató a Avila. Los detectives tienen un apodo y también un escenario posible para su escondite, una villa cuyos habitantes llaman Los Pumas.
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La granja de los hermanos Avila, en Almafuerte y Corazzi.

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