| Francisco Ayala: el testimonio de un siglo El casi centenario escritor español, que vivió exiliado en la Argentina, enviara un discurso para la primera sesión Fernando Toloza Francisco Ayala nació en Granada, España, en 1906. Testimonio viviente del siglo XX, el escritor casi centenario mandará un mensaje grabado para la sesión inaugural del Congreso de la Lengua en Rosario, una ciudad que no le es desconocida ya que primero la vio desde un barco cuando en 1936 remontó el Paraná en una excursión hasta Asunción del Paraguay, y después solía pasar por la ciudad cuando iba a dar clases de sociología en la Universidad del Litoral en Santa Fe. Rosario era la parada obligada. Aquí Ayala dejaba el tren que lo traía de Buenos Aires y tomaba un colectivo para alcanzar su destino en Santa Fe. En ese tren y en una peluquería del Litoral, Ayala vivió algunos encuentros que merecieron pasar a sus memorias "Recuerdos y olvidos". La escritura de Ayala también estará en Rosario a través de la edición del Quijote de las Academias, donde además de los prólogos de Francisco Rico, Martín de Riquer y Mario Vargas Llosa, hay uno del autor de "Muertes de perro".
Cuando la Guerra Civil Española estalló, Ayala estaba en la Argentina en un viaje por el Paraná, en un recreo de sus conferencias en América del Sur. Regresó a España y trabajó para la República en un ministerio. Con el triunfo de Franco se vio obligado a emprender el exilio. El destino fue la Argentina, donde se estableció en la ciudad de Buenos Aires. Además de traducir (su versión de los "Cuadernos" de Rilke es un clásico), Ayala comenzó a dar clases de sociología, una materia en la que era maestro y futuro autor de libros de texto. Consiguió una cátedra en la Universidad del Litoral y todas las semanas viajaba a la provincia de Santa Fe.
El viaje, pesar de que no eran demasiados kilómetros, se tenía que hacer en dos etapas. En tren hasta Rosario y en colectivo hasta Santa Fe. El tren fue, más de una vez, sitio de encuentros para el escritor. Ayala rememora en "Recuerdos y olvidos" que en un vagón conoció a Daniel Devoto, el musicólogo y escritor amigo de Julio Cortázar. Devoto, cuenta Ayala amistosamente, parecía un sátiro joven en medio de una compañía de música clásica que iba de gira por la toda la Argentina y cuyo primer destino era Rosario.
"Durante uno de aquellos viajes míos en tren hacia la ciudad de Rosario me hizo levantar la vista del libro un grupo de jóvenes, hombres y mujeres, que entraron y se acomodaron en el mismo coche, y me llamó la atención en particular un barbudo calvo que acunaba en sus brazos a una criatura de pocos meses. Visión extraña, cómica y tierna la de aquella especie de inquieto y jovial sátiro, que resultaría ser el director de un conjunto de música antigua en gira por el interior del país. El niñito no era suyo, sino de una de las instrumentistas, quien al poco rato lo rescataría del amistoso sátiro de voz aflautada, una de las personas más inteligentes, refinadas, delicadas y sensibles que jamás he conocido, erudito a quien mucho estimo y amigo a quien mucho quiero: Daniel Devoto. Entonces todavía no nos habíamos conocido. Entraríamos en relación poco después, a través de Baudizzone, de Julio Cortázar, de José Luis Romero... Años más tarde, Daniel y yo coincidiríamos todavía en París, cuando él estaba en trámites para casarse con Mariquiña Valle-Inclán", escribió Ayala en el tomo dos de sus memorias.
La experiencia santafesina de Ayala le sirvió, entre otros aspectos, para recordar los pequeños escándalos que provocó Jacinto Benavente, el dramaturgo español que recorrió la Argentina con su talento y en busca, según Ayala, de amores masculinos.
En "Recuerdos y olvidos", Ayala refiere la charla con un peluquero en un hotel de Santa Fe. El cortador de cabellos le contaba admirado el paso de Benavente, pero cuando Ayala reveló los hábitos sexuales de Benavente, el peluquero dudó unos segundos y se animó a narrarle la conducta atrevida del ya premio Nobel de literatura en la peluquería.
Cuenta el peluquero de Ayala: "...mientras que yo le estaba haciendo la barba sacó con disimulo su mano bajo la toalla y, fíjese, de pronto siento que empieza a querer toquetearme. Yo al principio no podía creerlo. Me separé del sillón todo lo que pude; pero al comprobar que insistía me entraron tentaciones de rebanarle el pescuezo con la navaja de afeitar...Pero pensé... vas a desgraciarte, y vas a dejar sin un premio Nobel a la Madre Patria... De modo que lo planté así no más, a medio arreglar la barba... El muy desgraciado se marchó tan fresco. Encima se me iba riendo...".
Referir la anécdota de Benavente deja en claro el espíritu desmitificador de Ayala, una característica valiosa que convierte a sus memorias un territorio fecundo para la investigación del personaje y de la época.
la imaginacion regresa
Ayala vivió en la Argentina entre 1939 y 1950. Desde comienzos de la década del 30 su obra de imaginación había entrado en una impasse. En el país resurgió su veta de narrador con "La cabeza del cordero", un libro de novelas cortas en el cual el tema es el exilio. El libro, a pesar de las diatribas de Francisco Umbral contra el estilo del autor, ha sobrevivido el paso del tiempo por el punto de vista de Ayala, quien lejos de una literatura militante volcó la extrañeza del exilio a través de las miradas un soldado falangista, de un moro que quiere conocer a su pariente español, de un amigo de la República que regresa a España con miedo a la denuncia para comprobar que su delator es apenas un fantasma entre otros. "La cabeza del cordero", especialmente el relato "El Tajo", le valió ser comparado con André Malraux.
Cansado de la "atmósfera vulgar y vocinglera del peronismo", el escritor dejó la Argentina para ir a enseñar a Puerto Rico primero y Estados Unidos después. Su vínculo con la Argentina seguiría a través de los amigos y las editoriales (Sudamericana, Sur y Fabril, entre otras) ya que su obra no se podía publicar en España.
El regreso a España se daría en la década del 60. Primero en forma silenciosa y luego con la reedición de sus obras, esas que el régimen franquista se había empeñado en suprimir. Desde fines de la década del 70 Ayala ha vivido de homenaje en homenaje y también ha recibido el premio Cervantes en 1991.
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