La Capital
edición especial
      martes, 16 de noviembre de 2004  
De puño y letra
Capital de la lengua
El Congreso

La sabiduría de los orígenes
El jujeño Hector Tizón representa a la argentina en la sesión inaugural del Congreso

El escritor Héctor Tizón es uno de los tres maestros de la sesión inaugural del Congreso de la Lengua. Autor de una obra central en la literatura argentina pero escrita desde el borde del país, Tizón vive en Yala, Jujuy, luego de años de exilio en México y en España, y de trabajar como cónsul en Italia. Entre sus libros se destacan las novelas "Fuego en Casabindo", "Sota de basto, caballo de espada", "La casa y el viento" y "La belleza del mundo"; el volumen de cuentos "El traidor venerado", y el de ensayos "Tierra de fronteras".

"Me parece bien que los españoles se hayan acordado de la lengua y hayan organizado este Congreso huyendo de las grandes metrópolis", dijo Tizón sobre la realización del encuentro en Rosario, en una entrevista con La Capital.

"Será bueno hablar no sólo ante académicos. Yo soy uno de ellos, pero nosotros los académicos somos los enterradores de la lengua, los funebreros, y al lenguaje lo mantiene la gente de la calle. Hay palabras que mueren y otras que cobran vida", anticipó en el mismo diálogo.

La obra de Tizón equilibra, junto con la de Juan José Saer desde Santa Fe y Antonio Di Benedetto desde Mendoza, la distribución de la literatura en la Argentina, en general centralizada en Buenos Aires alrededor del mito de Jorge Luis Borges y sus compañeros en la revista Sur, y las generaciones posteriores con Julio Cortázar entre los primeros.

A pesar de su prosa inconfundible, la lengua en la cual escribir fue uno de los primeros temas que enfrentó Tizón cuando decidió ser escritor. "Tal vez mi primera perplejidad como aprendiz de escritor fuese la lengua -o el habla- ya que por mis lecturas, mi lengua era la de los clásicos, y por mi entorno, la de los hombres de aquella América interior, profunda, mestiza y no acabada de casar: el habla de los servidores de mi casa, de mis vecinos aborígenes y, sobre todo, de mis niñeras", recordó Tizón en uno de sus ensayos.

El conflicto llevó a Tizón a intentar escribir como los clásicos, en páginas de las que autor no quiere acordarse. Un segundo y definitivo movimiento, cuando ya estaba en México en la década del 60, lo inclinó hacia el "habla entrañable" de quienes lo criaron.

"Mis primeros maestros, los que me enseñaron lo esencial de la vida y del mundo, fueron analfabetos, y yo mismo no concurrí a una escuela ni aprendí a leer hasta los nueve años, pero sus enseñanzas fueron inolvidables para mí y cuando las contrasté con la sabiduría que el mundo de la lógica y de la enciclopedia había acumulado, no las hallé menoscabadas ni primitivas, ni ingenuas", recordaría para expresar la clave de su obra: "Quería ser cronista de mi pueblo, pero narrar con un instrumento universal".


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