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 domingo, 14 de noviembre de 2004  
Marcado por la vida
¿Te acordás, hermano?... de Juan Gambitta
Perdió a su papá a los 6 años y tuvo que ganarse el peso. Vendió naranjas en las canchas, les cebó mates a grandes jugadores y debutó en AFA casi a los 30 años, como half derecho de Argentino

Javier Parenti / La Capital

Casi con 30 años debutó en los torneos de ascenso de AFA, cuando el Viejo Pricco lo convenció que dejara el fútbol del interior y se sumara a los salaítos, que allá por 1960 jugaban en la vieja Primera C, un mundo amateur y muy modesto. Y a Juan Gambitta le caía pintado. Por eso aceptó con gusto el desafío y dejó atrás 7 años de futbolista en Central Argentino de Fighiera.

"De chico necesité ganarme el peso y a los 17 años tuve la suerte de entrar al ferrocarril, en la sección carpintería. Y como tenía relación con futbolistas desde mi infancia también me surgió la chance de jugar y sumar unos pesitos en el campo, en Fighiera", cuenta mientras ceba unos buenos mates en la cocina de su casa de Olivé al 1300, "en la que nací hace 74 años (13/08/30)".

Una casa bien de barrio. De aquellas con galería a la que dan las piezas y que la humildad sirve de reflejo de las personas que la habitan. Sólo por eso no extraña la forma en que Gambitta cuenta su dura historia.

"Mi vida empezó mal. Es que mi mamá, María, se casó a los 18 años con un inmigrante, un gringo. Y cuando yo tenía 6 años perdí a mi papá (Fidel), al que lo mató un auto. ¡Sí, en el año 36! Imaginate cuantos autos podía haber entonces, ¿50? El venía de trabajar y cuando bajó del tranvía, acá nomás, en Génova y Ferreyra, lo pisó un auto. Entonces, mi mamá quedó con tres hijos y uno en la panza, y no se casó nunca más. Por todo esto, tuvimos una vida muy pobre", explicó Gambitta con esa melancolía que le arrancó cada recuerdo.

"Y había que laburar. Traer plata a casa. Iba a la cancha de Central a vender naranjas (ganaba un peso, un peso veinte). Y aprovechaba para entrar y ver el fútbol que me deslumbraba", comenta antes de contar que uno de sus modelos en su puesto fue "Carlos Sosa, que jugaba en Boca y tenía una elegancia bárbara para moverse en la cancha".

Pero uno de sus mejores recuerdos se le grabó en la infancia, cuando se acercaba a donde hoy está la seccional 9ª, que "era la pensión de los jugadores de Central. Ahí jugaban a las cartas, yo les cebaba mate y me tiraban unas chirolas. Estaban De Zorzi, Yebra, Luis Bravo, Rubén Bravo y el Torito Aguirre, de quien me hice muy amigo. Realmente, era un señor".

Pero Gambitta era hincha de Independiente. "La vida me marcó. Resulta que cuando murió mi papá unos tíos me quisieron regalar una camiseta y me trajeron la de Independiente, que había salido campeón. Y me quedó, por eso soy hincha. Pero al fútbol aprendí a verlo con otros ojos. No los de fanático. Voy a disfrutar de los partidos, a todas las canchas de Rosario, cada vez que puedo", reconoce pero sin dejar de mencionar la gran delantera roja integrada por "Maril, De la Mata, Erico, Sastre y Zorrilla".

Y de entre ellos destaca a "Erico, al que le decían Pata de Catre, porque tenía las piernas abiertas, quien le sacaba medio cuerpo en los saltos a cada defensor. Aunque el mejor cabeceador que vi fue Rubén Bravo, que jugó en Central y Racing, y era compañero del mejor wing derecho, Osvaldo Pirucho Pérez".

Retomando su carrera futbolística, Juan reconoce que "no fui un gran jugador, pero tenía mucha garra y no aflojaba. Tenía que hacer el sacrificio en el equipo. Jugaba de half derecho y en Argentino compartí el mediocampo con el Hugo Pastoriza (el hermano de Omar) y Vicente Altomonte, pero también estaban Llorente (hermano del conductor de televisión), Patita Ruiz -que había jugado en Huracán-, Raúl Garfagnoli -un wing derecho que se lució en Lanús-, y el Rusito Antonio Vilariño, un gran delantero al que una vez Juan Domingo Perón bautizó como diablito rubio".

"Yo seguía trabajando en el ferrocarril y los sábados los ingleses me daban permiso para ir a jugar a Buenos Aires, pero de local me marcaban los tiempos y recién podía salir a las 12. Entonces me venía en bicicleta, comía y me iba a Argentino. Tenía mucho entusiasmo", repasa en su memoria.

Claro que los recuerdos más sabrosos con la camiseta de Argentino le quedaron de los viajes, como el que hicieron "a cancha de Dock Sud, que tenía los vestuarios abajo de la tribuna de madera, con techos de chapa que los hinchas levantaban para tirarnos papeles encendidos". O como la vez que "al bajar del ómnibus en cancha de Deportivo Morón, nos esperaron para pegarnos y se dio una de ida y vuelta".

Y si bien llegar al arco rival no era su fuerte, Juan al menos se dio el gusto de convertir uno, el del triunfo por 2 a 1 ante Deportivo Riestra, el 17 de septiembre de 1960.

"La verdad es que no recuerdo como fue, y eso que si no fue el único pega en el palo", confía Gambitta y el archivo de La Capital da la posibilidad de revivirlo: "Calcaterra realizó una buena acción personal que culminó con un medido centro hacia Gambitta, quien a la carrera remató fuerte y a media altura, y batió a Damiano". Aquel equipo formó con Andreani; Grigna y Gobbi; Gambitta, Filleaudeaux y Hugo Pastoriza; Andaluz, Martínez, Garfagnoli, Buchignani y Calcaterra.

Y como ya había pasado los 30 no siguió mucho más en las canchas. Sí en el ferrocarril y con su estilo de vida. Tranquilo, humilde y luchándola siempre. Sin irse del barrio que lo vio nacer, en su casita de calle Olivé y con sus recuerdos: duros y que lo marcaron. Sí, sobre todo, como un gran tipo.
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Gambitta contempla su cardenal, que vigila y le pone su canto a la galería con techo de chapa de su casa de Arroyito.

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