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 domingo, 14 de noviembre de 2004  
Panorama político
La ley de lemas y el cuento de la buena pipa

Mauricio Maronna / La Capital

La agenda política santafesina va camino a terminar su año político con la grisura que la envuelve desde tiempos lejanos. Por estos lares, el pasado se refleja en el presente como si se tratara de muñecas rusas: los mismos temas e iguales personajes configurando un orden de prioridades que está tan lejos de la gente como Rosario de Moscú. Si a nivel nacional hay cuentos chinos, en la provincia se sigue escribiendo el cuento de la buena pipa.

Gobernantes, diputados, senadores y dirigentes de todo linaje siguen enfrascados en el presente y futuro del sistema electoral como si fuese el único tema que determinará el devenir santafesino.

El empantanamiento de la derogación de la ley de lemas en el Senado tiene una razón excluyente: las profundas diferencias que salieron a la superficie en el Partido Justicialista (PJ), lejos, muy lejos, de reconstituirse en el "movimiento organizado" que mitificaron alguna vez sus líderes. ¿Habrá copiado el peronismo local el furor internista de sus colegas radicales? El mapa intestino del justicialismo es como un road movie que en cada episodio suma protagonistas.

La grilla es la siguiente: el obeidismo paladar negro (un grupo de funcionarios atrincherados en la Casa Gris), los obeidistas críticos (dirigentes que acompañaron las listas del mandatario en las elecciones pero que ahora mascullan la casi nula receptividad que encuentran en el gobierno), el reutemismo (haciendo esfuerzos de imaginación para saber qué es lo que piensa su jefe) y la Liga de Intendentes (un puñado de dirigentes que intenta terciar en la partida de la mano del operador presidencial Juan Carlos Mazzón). Como si todo esto fuera poco, alumbrará públicamente en breve (el 10 de diciembre) una nueva conjunción que pretende sintetizar los liderazgos del presidente Néstor Kirchner y de Reutemann: el kirchnerreutemismo, patrocinado por José Pepe Salvini (funcionario nacional), la senadora Roxana Latorre y el intendente de Correa, Alberto Monti, entre otros. ¿No será mucho?

La ley de lemas se constituye en un estadío propicio para las sobreactuaciones y la reventa de lealtades, pero también para que los grupos enfrentados a Obeid le demuestren, por primera vez, que llegó la hora del pase de facturas. Casi todos los protagonistas de una obra tan mediocre como densa ya han dicho lo que tenían que expresar y, a pesar de los títulos tremendistas, y las declaraciones altisonantes, más temprano que tarde el actual sistema será cosa del pasado.

El partido de gobierno se dejó ganar la agenda mediática desde el mismo momento en que Obeid se sintió acorralado y dejó de pensar que "lo que sirve no se toca". La oposición pivoteó la campaña electoral con una única idea fuerza: emparentar al justicialismo con la ley de lemas y, a ésta, con el fraude. La promesa formulada en el último tramo de la actividad proselitista por el hoy gobernador lo obliga a tener que mostrar la declinación de la norma como un triunfo personal.

En pocos días más, el PJ estará lanzando al viento las cenizas de lo que varias veces motorizó su invicto electoral desde el inicio de la posdictadura hasta la fecha.

Los argumentos que hoy se esgrimen para defender el sistema de lemas no se pusieron en práctica a la hora de encarar los diferentes procesos electorales, fundamentalmente los dos últimos, donde proliferaron los abusos, la falta de controles y el todo vale. Aunque la oposición haya usado hasta el límite las bondades de lo que hoy denosta, encontró en la crítica su mejor manera de posicionarse.

Como podrá comprobar todo lector atento a los detalles, la sociedad santafesina caminó por un sendero distinto al de la clase política, que perdía la voz al hacer referencia a un supuesto "clamor popular" que, en verdad, solamente existió a la hora de ir a votar y tener que encontrarse con un festival de boletas en el cuarto oscuro. Nada parece asegurar que con las internas abiertas, obligatorias y simultáneas la realidad cambie sustancialmente.

Quebrado en casi toda su estructura, el PJ (que no puede organizar ni siquiera un acto de desagravio a Reutemann tras el episodio con el empresario José Mustafhá), está a punto de regalar su as de espadas. Lejos del dramaturgo Alejandro Casona, el justicialismo parece no tener prohibido suicidarse en primavera.

La revelación que el miércoles hizo La Capital sobre el pedido de un sector del PS, encabezado por Hermes Binner, al radicalismo para reeditar la Alianza Santafesina activó los mecanismos de diferentes líneas internas de la UCR y del PS.

Los socialistas no alineados en el binnerismo pusieron el grito en el cielo por no haber sido consultados y, dicen, el ex intendente deberá rendir cuentas puertas adentro del partido. Más allá de la catarata de posicionamientos públicos, la táctica no debería confundirse con la estrategia.

Binner es el dirigente que cosechó casi 600 mil votos en las últimas elecciones, y su futuro inquieta a las huestes del PS. Con ese marco de referencia, no faltan los que interpretan que las razones del estado deliberativo que ganó a la oposición juega como un intento de "marcarle la cancha" a quien aparece en las encuestas como el principal candidato a ganar las elecciones legislativas del 2005.

En tiempos de cuentos chinos, operaciones a periodistas nacionales para anunciar lluvias de dólares, inversiones, aumentos de sueldos, jubilaciones y asignaciones familiares no está de más auscultar qué se esconde detrás de la hojarasca santafesina.

Las sucesivas alianzas de socialistas, radicales y frepasistas estuvieron precedidas por supuestos huracanes que, al final, se transformaron en chubascos de estación.

En Santa Fe, el pasado y el presente se visten y desvisten como si se tratase de muñecas rusas. O como el cuento de la buena pipa.
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