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 domingo, 31 de octubre de 2004

Perfiles
Cecilia Muruaga, pasaporte a la libertad
Ganó el premio Manuel Musto con "Melincué", una novela sobre la vida en una pequeña ciudad. "Es el reconocimiento a un trabajo escondido y solitario", dice

Gabriel Zuzek

En las primeras horas de la soleada mañana del miércoles 26 de Mayo, Cecilia Muruaga dejó a sus dos hijos en la escuela y caminó en silencio hasta las puertas de la estación Rosario Norte. Allí -bajo el seudónimo Mara Incué- presentó "los tres tomitos" de su novela "Melincué" para el Concurso Municipal de Literatura Manuel Musto 2004 de Novela. "Cuando llevé la novela, cerré los ojos y me olvidé. Hice como que ese acontecimiento no hubiera ocurrido, entonces corrí de nuevo a mi vida cotidiana y me distraje con una gran cantidad de otras cosas, de lo contrario, no podría haber soportado la ansiedad", relata Cecilia Muruaga con una sonrisa tímida que se esfuma en la exigua luz de una tarde en retirada.

Cuatro meses tarde, sobre un total de 110 novelas presentadas y luego de tres rondas de votación sucesivas, el jurado integrado por Gladys Onega, Sandra Contreras y Patricia Suárez, le otorgaba el primer premio por su obra y determinaba un segundo premio compartido entre la rosarina Beatriz Vignoli y el sanlorencino Rubén Tron. "Melincué" será publicada por la Editorial Municipal de Rosario antes de fin de año.

Cecilia Muruaga nació en Córdoba pero cuando apenas tenía un año de vida sus padres se trasladaron a Venado Tuerto. En esa ciudad vivió hasta los 19 años, cuando resolvió estudiar Letras en Rosario. "Decidí venirme porque me pareció que no tenía que contrariar una vocación que ya estaba definida. A los 16 años ya sabía que quería ser escritora", dice. Es la menor de tres hermanos y su voz fluye como encantada cuando recuerda aquel primer y lejano encuentro con los libros y la lectura. "Cuando tenía 11 o 12 años de repente me quedé un tanto sola en mi casa porque mis hermanos crecieron de golpe y yo quedé un poco rezagada. Además nos habíamos mudado y había perdido a mis amigos. Allí me encontré con la biblioteca de mi madre que era muy extraña porque tenía libros raros y variados". En aquellos anaqueles el abanico de autores se desplegaba desde Leopoldo Lugones hasta Rubén Darío, con varios tomos de filosofía e historia. "Mis primeros acercamientos a la literatura no fueron sistemáticos sino totalmente arbitrarios y azarosos -recuerda Muruaga-, mi mamá tenía unas colecciones que terminaban con poemas que eran realmente maravillosas. También como era chica me gustaban las novelas de aventuras; me atraía Stevenson y así empecé a leer mucho, a sentirme muy acompañada por la literatura y me di cuenta de que la palabra era una manera interesante de tener un contacto con el mundo".

Pero aquella ilusión de la adolescente de ciudad chica con una intensa vocación literaria recibió un fuerte cachetazo al ingresar a la universidad. "En algún punto fue un fracaso porque yo esperaba sentarme en la facultad para que me digan cómo y de qué manera tenía que escribir, pero no tenía nada que ver. Había que estudiar literatura, lingüística, latín y griego; ese corset me extrañó mucho. Además, y esto es algo que les pasa a casi todos, me enfrenté a los grandes escritores y eso me dio mucho temor, pensé que nunca podía llegar a ese lugar. Luego empezó mi vida de trabajo, de estudiante, de compartir el departamento con las amigas y de tener poco dinero. Entonces la escritura era como una especie de sueño suspendido, un sueño latente", reflexiona Muruaga.


Tiempos difíciles
Cecilia Muruaga se acomoda en el pequeño y barroco sillón de una de las salas de la galería de arte Icaro, donde transcurre la entrevista y explica: "decía un escritor que toda literatura es autobiográfica en la medida que pasa por las experiencias del escritor, es decir, como que siempre alguna cosa de uno mismo queda colada. De todas maneras, esta novela tiene mucho que ver con algunas experiencias personales y sobre todo con la muerte de mi padre". Ese acontecimiento la hizo retroceder sobre sus pasos y retornó a Venado Tuerto por un tiempo donde intentó probar suerte con un comercio.

"Había un dinero en común con la familia y decidimos poner una panadería. Yo fui la encargada de llevar adelante el negocio, pero elegimos un mal momento porque el país estaba atravesando el peor momento de la recesión de la década del noventa así que obviamente el proyecto duró muy poco", relata Cecilia Muruaga.

"Pero en esa soledad de la panadería sin clientes -sigue- tenía una computadora para mí y todas las tardes eran demasiado quietas, así que en algún punto eso fue muy bueno porque escribía bastante. En ese momento, lo que me sostenía en el impulso de la escritura era esa idea muy personal e íntima que me decía que de toda esa tristeza algo bueno tenía que venir y entonces hice Melincué. Lo primero que escribí fue El Alivio (un fragmento de la Parte I, cuyo título es Los Hijos del Muerto), y resultó como esa cuestión de decir que en el mundo hay una definición de algo que no va a volver a ocurrir porque ya terminó de pasar".

El segundo fragmento que escribió fue El Bien y luego Melincué (relato central que forma parte de la Parte II, que tiene como subtítulo El Muerto), "pero en ese tiempo ya estaba más tranquila y había vuelto a Rosario. Por lo tanto, me podía sentar a escribir de manera más sistemática porque ya se había estabilizado toda esa situación que me había llevado a vivir en Venado Tuerto", concluye Muruaga.


Historias y personajes
La novela está estructurada en fragmentos y en relatos autónomos que se vinculan entre sí a través de hilos muy delgados e inducen al lector a construir una especie de rompecabezas cuyas partes son las vivencias y frustraciones de una típica familia argentina de clase media. "Elegí algunas sutilezas porque me quería escapar de la estructura del relato, en la novela las referencias entre los personajes son mínimas y están muy adelgazadas. Entonces hay que hacer casi como un trabajo de reconstrucción, de pegar mosaicos para ir viendo en qué puntos se encontraron los personajes y cómo bailaron ese vals. La sutileza está centrada en el desacuerdo básico que hay entre los miembros de la historia, que nunca llegan a ponerse de acuerdo respecto de quiénes son ellos y qué significan para los otros. Es una novela que vive de la tensión y la discordia entre una cantidad de gente que respecto del mismo tema dice cosas completamente distintas y que no se pueden poner de acuerdo", detalla Muruaga.

Los personajes de "Melincué" parecen estar en una fuga permanente y en la búsqueda de una vida que se les escurre entre los dedos de manera casi inevitable. Cecilia Muruaga disipa las dudas de un plumazo cuando explica: "la novela habla mucho del abandono y los personajes son como fugitivos pero en el sentido de que han elegido un camino. No creo que estén relacionados estrictamente con el abandono de la vida, sino con esa cuestión de dejar una circunstancia particular y con elegir otra manera de vivir." La escritora asegura que tuvo la intención de recuperar una parte de sus primeros años de vida en una ciudad como Venado Tuerto y también rememora la época en que la gente podía ir a veranear a "Melincué", hasta que un día la laguna creció e inundó todo el balneario y un concurrido hotel.

"Ahora cuando uno pasa al costado de la ruta todavía se lo puede ver", dice. "La idea fue elegir ese espacio sobre todo para el personaje que yo creo que tiene la voz más fuerte, que es una voz masculina. Ese lugar me pareció ideal para expresar la confusión de ese hombre que estaba sentado ahí, mirando, pensando y preguntándose sobre todo lo que había hecho en su existencia. Es alguien que se consumió la vida y que contempló los principios comunes de una sociedad, los dirimió, los desgastó y que ya no le queda nada. Además, es consciente de su propia caída y decrepitud. En esta novela, el peligro de la autonomía absoluta es el peligro de la autodestrucción. Lo que yo hice fue relatar un acontecimiento que es la muerte de alguien y cómo devino esa muerte para cada una de las distintas miradas que hay".

Los ojos negros de Cecilia Muruaga brillan cuando hace referencia al escritor Augusto Roa Bastos, sobre todo a "Yo El Supremo". También disfruta leyendo a Juan José Saer, a Horacio Quiroga y asegura que en su novela le hizo un homenaje muy sutil a "esa novela maravillosa que es «Maldición eterna a quién lea estas páginas» de Manuel Puig".

A los 41 años, la vida de Cecilia Muruaga se reparte entre el trabajo de gestión académica en el Rectorado de la Universidad Nacional de Rosario, compartir el tiempo con sus hijos a los que considera "el origen y el fin de todas las cosas", la lectura y la escritura. "Para mí esta distinción es una alegría enorme porque es el reconocimiento a un trabajo muy solitario y escondido. Es como que me hubieran dado un papel que dice que a partir de ahora soy libre. Este premio significó como una especie de pasaporte a la libertad y es un pasaporte que no tiene vencimiento", finaliza.

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La Editorial Municipal vehicula el debut de la autora.

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