| domingo, 31 de octubre de 2004 | Interiores: El lugar de la alegría Jorge Besso Roberto Arlt dice, tal vez en "Los siete locos": «El hombre es una bestia triste que necesita prodigios para emocionarse». No se trata de una sentencia circunstancial, ni mucho menos es una referencia a una época más bien triste de los humanos que vendría a contrarrestar con un presente luminoso donde los susodichos humanos van derrochando alegría por la vida. No parece ser el caso ya que la bestia de la que hablaba Arlt en el siglo pasado, sigue siendo bestia, y sigue siendo triste y sigue necesitando prodigios para soltar emociones.
Tal vez no sea cualquier alegría la que pueda despertar a la bestia triste, y en este sentido quizás no se trate de la alegría hogareña que por lo que se sabe todavía no ha sido investigada por los incansables e inefables investigadores de las neurociencias, boys encontradores de zonas o de pequeños agujeros funcionales del cerebro capaces de explicar, según sus relucientes resultados, tanto la expansión del alma en sus momentos de plenitud como el sosiego o el desasosiego de nuestro soplo vital.
Por lo demás muchas veces en la alegría hogareña se trata de una alegría un tanto descafeinada o light o bajas calorías, en suma una alegría encausada como corresponde en estos tiempos esloganeados con esa suerte de saludo consigna: "Todo bajo control?" Y es con un solo signo de interrogación porque la frase arrastra una interrogación afirmativa y de baja espuma.
Una variante, pero que conserva el mismo sentido es el saludo: "Todo en orden?" Que se puede rematar con la pregunta saludo: "Todo bien?" Es decir que para el individuo representativo de nuestro tiempo, para el ser nuevo milenio todo está bien, si todo está en orden y todo está bajo control. Un verdadero "triple todo" que se come en cualquier lugar menos en una mesa con mantel, y que contiene un alimento fundamental para el hombre contemporáneo, y quizás de siempre: la necesidad irrenunciable de que "algo sea todo".
Es que en el "triple todo" lo importante no es tanto el orden, el control o el estar bien, sino la apetencia por el "todo", ya que si tenemos todo entonces todo está en orden y obviamente bajo control, y en tal caso se supone que estamos bien. Suele ser uno de los mayores regalos en el amor: "Eres todo para mí". Tan magna declaración de amor no es solamente un mensaje de amor en el que se dice que el receptor de dicho mensaje es todo en la vida del emisor, sino que semejante regalo apenas disimula la voracidad de comérselo todo; aunque dicha voracidad no pueda garantizar que algún otro u otra se manduque algunos bocados, acaso los mejores, del receptor tan amado.
Ahora bien, que el hombre sea una bestia triste es algo que todavía nos emparenta con los animales pues al menos los animales en cautiverio, muchas veces dan muestra de tristeza. Lo que sí tal vez nos diferencia de los bichos, especialmente de sus versiones mascotas, es que no necesitan prodigios para emocionarse ya que con la sola presencia del amo agitan el rabo.
A su turno los humanos no dejamos de ser animales en cautiverio, movedores del rabo cuando vemos algunos de nuestros amos, y en ocasiones no falta que algún rabo nos dedique su agitación. De modo que tampoco en esto nos diferenciamos demasiado de nuestros hermanos en cautiverio con lo que la sentencia de Roberto Arlt sigue teniendo cierta vigencia, a pesar de que bastantes décadas después tenemos un impresionante desarrollo de la tecnología con una magnitud que Erdosain jamás pudo imaginar.
Claro está que la tecnología no combate la injusticia ya que en buena medida está regulada por la no distribución de la riqueza fabricadora de objetos, tan sofisticados e inalcanzables, como bien puede ser el caso de esos nuevos televisores tan deslumbrantes: extra grandes, extra chatos, extra plasma, con imagen extra nítida y obviamente extra caros ya que cuestan 22.000 pesitos, en suma unos verdaderos extra-ños.
Lo cierto es que el hombre parece seguir necesitando prodigios para emocionarse, y con toda probabilidad porque hay un prodigio por encima de todos los prodigios que se llama felicidad. Nada se espera más en esta vida que la felicidad, pero resulta que la susodicha felicidad es más bien un estado por definición efímero e inasible, pero por aquella apetencia irrenunciable de que algo sea todo esperamos no sólo la felicidad, sino ser felices: no solamente estar felices, sino ser felices (y no es que sea mucho, es demasiado). Fundamentalmente porque no venimos a este mundo para ser felices.
En el mejor de los casos es para que sean felices los otros, casualmente los que nos traen. Se dice que los bebés siempre vienen con un pan bajo el brazo, lo cual en términos generales debe ser cierto ya que los hijos, en un sentido, son el alimento del ser de los padres, razón por la cual en los desbordes más o menos naturales del afecto los padres se los quieren "comer". Venimos a este mundo sin saber para qué, ni por qué. Tampoco pueden preguntarnos, y lo mismo hacemos nosotros a nuestro turno cuando traemos a los nuestros al mundo. Por eso durante cierto tiempo los niños preguntan y preguntan y los padres responden y responden, y todos felices. Con muchos vaivenes, pero felices.
El paso siguiente y el que puede permitir otros pasos es pasar de preguntar a preguntarse. En cierto sentido es el verdadero nacimiento, ya que es como pasar de lo activo a lo pasivo, de objeto de los padres a sujeto que no sólo pregunta, sino que se interroga, cuestiona y se cuestiona. Tal vez una de las mejores formas de alejarnos de la bestia triste que todos llevamos y de la bestia feliz que queremos ser a toda costa, y con los costos que eso trae. Lo que abre las puertas a la alegría, siempre más lúcida que la felicidad más que nada por la posibilidad de dejar de ser animales en cautiverio, tristes o felices.
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