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 domingo, 31 de octubre de 2004

Para beber: Justa medida

Gabriela Gasparini

Siempre que se hace referencia a la relación entre el vino y la salud el ámbito donde eso se produce es sobrevolado por el fantasma del alcoholismo. Pienso que de una vez por todas habría que separar la paja del trigo, dejar miedos infundados y fundamentalismos abstemios de lado por un rato, y explorar exactamente de qué se está hablando. Ya Hipócrates decía 400 años antes de Cristo que "el vino es cosa admirablemente apropiada al hombre, tanto en el estado de salud como en el de enfermedad, si se le administra oportunamente y con justa medida, según la constitución individual".

Y lo que los amantes del vino nos esforzamos en recalcar es justamente eso, que nos referimos a beberlo moderadamente, que la cantidad de vino recomendada por comida no supere las dos copas, y nadie termina en estado de ebriedad por eso. Además, cabe aclarar que según estudios realizados y por declaraciones de psiquiatras que han hecho del tratamiento del alcoholismo su especialidad, la mayoría de los pacientes con esta sintomatología no son tomadores de vino sino de destilados de distinto tipo, o fanáticos de cócteles que ingieren sin pausa uno tras otro.

Ojo, no dicen que no los haya, y obviamente cada lugar tiene sus características especiales; los profesionales que se ocupan del tema en distintos países hacen hincapié en que no es lo más común. Pero de últimas, no es el alcohol el que tiene la culpa sino quien lo bebe, y mejor que yo lo dijo Abraham Lincoln al afirmar: "Nadie parece pensar que el daño deriva no del uso de algo malo, sino del mal uso de algo muy bueno".

Siento también que a veces las consultas que suelen realizarse son respondidas de manera general, y este es un tema que merece algunas especificaciones. Por ejemplo, en el caso de las calorías alguien debería aclarar que no todos los vinos tienen las mismas, porque quienes necesiten cuidarse en ese aspecto quizás deseen disfrutar de un vaso de vez en cuando, y entonces deberán tener en cuenta que los tintos no tienen las mismas calorías que los blancos, y entre éstos no es lo mismo un seco que un dulce tardío o un Sauternes, por dar un ejemplo.

Todos leímos o escuchamos de las propiedades antioxidantes del vino tinto que se traducen en el efecto protector brindado por la acción de los flavonoides y otros componentes que actúan sobre los lípidos plasmáticos, básicamente el colesterol bueno o HDL, las plaquetas o la coagulación sanguínea en la protección del sistema cardiovascular. Hechos avalados por estudios realizados por los más prestigiosos médicos e investigadores de diversos países.

Cada día existen más evidencias que corroboran esas investigaciones. Un paso más adelante otros científicos afirman que el consumo moderado de vino ya no sólo es beneficioso para prevenir enfermedades de tipo coronario sino cancerígenas, diabetes o incluso Alzheimer, siempre que no haya contraindicaciones.

Quizás estos estudios no estén tan difundidos porque a lo mejor les falte un desarrollo más profundo o sean necesarias más pruebas, y recién entonces serán aceptados como una verdad. Mientras tanto habrá polémicas de toda índole, pero en todo caso, lo que hay que hacer es educar, sobre todo a los jóvenes para que aprendan a apreciar este noble jugo, a respetarlo, a disfrutarlo, porque saber beber es uno de los grandes placeres de la vida.

Y ya que usé tantas frases ajenas voy a terminar con una de Alexander Fleming: "Es la penicilina la que cura a los humanos, pero el vino es el que los hace felices".

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