| miércoles, 20 de octubre de 2004 | Reflexiones Bush, una mancha en la historia Jorge Levit / La Capital Después de los tres debates que protagonizaron John Kerry y George W. Bush para convencer al electorado norteamericano por quién votar el 2 de noviembre no quedan dudas de que el republicano debería ser humillado en las urnas.
Bush condujo a su país a la guerra con Irak, la peor incursión militar después de Vietnam. No encontró ni señales de las armas de destrucción masiva que ponían al planeta en peligro. Aumentó a límites peligrosos para la economía mundial el déficit presupuestario de su país. Su administración tiene el peor récord en décadas en cuanto a la creación de empleo y la tasa de interés de la Reserva Federal es la más baja desde la década del 40 porque trata de inyectar dinamismo a la economía.
"W", como gustan llamar al vaquero texano, reformó parte del sistema de salud y dejó afuera a miles de norteamericanos. Redujo impuestos a los multimillonarios pero los mantuvo para las clases medias. No pudo, a pesar de ser la primera potencia mundial, ni garantizar la provisión de vacunas contra la gripe para todos los ciudadanos en el próximo invierno boreal. Se niega sistemáticamente a firmar el tratado de Kioto -suscripto por todas las naciones industrializadas- para reducir los gases contaminantes de la atmósfera y no acepta la jurisdicción del Tribunal Penal Internacional para juzgar crímenes de guerra, de lesa humanidad o genocidios. Y la lista podría seguir.
Pero a pesar de todas estas cuestiones de peso al electorado norteamericano es imposible analizarlo con ojos foráneos. El ciudadano medio estadounidense tiene una visión muy particular sobre sus gobernantes aun cuando lo lleve a una guerra a miles de kilómetros de sus fronteras que nadie sabe cuándo terminará.
El resultado de la elección presidencial en Estados Unidos no sólo repercutirá en el frente interno sino que será decisivo para todo el mundo durante los próximos cuatro años. Bush, de seguir en la Casa Blanca y tras el respaldo que le darían los votos, profundizará la lucha contra el terrorismo sin medir las consecuencias. Una cosa es combatir el terror y otra, bajo ese paraguas protector, terminar cometiendo los mismos actos atroces a los que se pretende erradicar. La historia tiene muchos ejemplos para dar. En nombre del cristianismo se perpetraron barbaridades que aún hoy asombran al mundo moderno. En nombre de la pureza racial los nazis pergeñaron el programa de eliminación de alemanes enfermos mentales y otras "contaminantes" subespecies.
En nombre de la Revolución Francesa se cometió una masacre en Argelia. En nombre de los valores del mundo occidental los militares argentinos se convirtieron en terroristas para aniquilar opositores. Y esta lista también sería interminable.
Kerry, un demócrata a quien también le gusta presumir de sus cualidades para la batalla, traería un poco más de racionalidad a este verdadero tembladeral político que ha originado Bush durante su mandato. Ni siquiera el diario más influyente de los Estados Unidos y tal vez del mundo, "The New York Times", adhiere a la candidatura de "W" y ha llamado a sus lectores a votar por Kerry. Es que los sectores más pensantes del país advierten que un nuevo período de Bush en la Casa Blanca profundizaría el poder de los consorcios económicos -proveedores de armas para la guerra-, garantizaría la hegemonía del ala más derechista del propio Partido Republicano, ahondaría las dificultades económicas del país y el mundo y significaría un duro golpe para los intentos de distensión mundial.
Ni las promesas de Kerry para rectificar el rumbo en materia doméstica e internacional, ni la complicada encrucijada militar en que se encuentra el ejército más poderoso del planeta son garantías para que los norteamericanos terminen en las urnas con un personaje que la historia seguramente recordará como una mancha negra en las relaciones entre las naciones civilizadas.
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