| miércoles, 20 de octubre de 2004 | Doce años de vergüenza El 1º de agosto pasado se cumplieron 12 años de aquel día gris para Rosario. La Estación Rosario Norte cesaba en su operatividad de terminal de trenes provocando asombro y profundo desaliento ante la actitud pasiva de las fuerzas vivas de la ciudad. La recordación podrá ser extemporánea, pero no por ello deben dejar de reactualizarse las políticas depredadoras que signaron épocas de oprobio. Cuando comenzó a gestarse lo que finalmente condujo a esta triste realidad, una exasperante indulgencia sumió a autoridades y figuras representativas en una posición complaciente e irresoluta que no hacía más que avalar la política de disgregación de nuestros ferrocarriles que afectaba, sistemáticamente, los servicios que tenían en la aludida estación su punto de convergencia. Se prefirieron el silencio y la inercia antes que esgrimir una vehemente defensa de aquello que otrora fuera nervio impulsor de desarrollo; y fue así que a nuestra ciudad se le cercenó un componente que había gravitado en aquella expansión y en su propia identidad. Fue, en suma, un lamentable desencuentro con un desenlace largamente preanunciado. Se recordará que ya en aquel entonces no era posible su reactivación por la obsolencia y depredación a que había sido sometido el material ferroviario en un despliegue inusual de desidia y derroche patrimonial. Ello derivó en un panorama desalentador para que Rosario pudiese recobrar la dinámica funcional de antaño y en la inviabilidad de potenciales inquietudes no interpuestas en ocasiones más propicias. Otro punto de inflexión provino de los sectores políticos con la irrelevancia de apáticos y deslucidos comentarios que no fueron más que para sortear las infaltables promesas electorales. Solapada y cronológicamente, la ciudad fue perdiendo un nexo invalorable que la incomunicaba con ciudades importantes, tal como lo fue hace algunos años con diversas regiones a través de un legendario trazado de vías que había logrado el milagro de adentrarse en lugares inhóspitos para poblar y convertirlos en un drenaje constante de la riqueza agroindustrial del país. Acrecentando el estupor y, con el tiempo, se fue convirtiendo en museo cualquier reducto que atesorara símbolos ferroviarios, lo que fue tan irreverente como la actitud de pasividad e indiferencia asumidas cuando debieron defenderse a ultranza los intereses de la ciudad.
Mario Torrisi
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