 | lunes, 18 de octubre de 2004 | David Byrne redondeó un buen show Carolina Taffoni / La Capital r. Music Head”. Así se llama un disco de Adrian Belew. Y también es una buena definición para David Byrne. Sin embargo, su segunda visita a Rosario dejaba planteados algunos interrogantes. En primer lugar porque venía a presentar su último disco, “Grown Backwards”, un trabajo en el cual se aleja del ritmo para zambullirse en la melodía, sin encontrar nada nuevo, conmovedor ni excitante. Y después porque a su banda actual (con bajo, batería y mucha percusión) se sumaba un sexteto de cuerdas que iba a “intervenir” activamente en el sonido de las canciones.
El resultado era un misterio. Sin embargo, terminó siendo menos riesgoso de lo esperado. David Byrne le prestó poca atención a su último disco y eligió un repertorio bien variado, con muchos clásicos irreemplazables de los Talking Heads. Eso le aseguró, de entrada, una carta ganadora fuerte. Además, a diferencia de muchos músicos de su generación, el ex líder de los Talking está cantando como los dioses, hasta tal punto que en el recital del viernes su voz fue el “instrumento estrella” de la noche.
Byrne no perdió el tiempo. Ya al segundo tema se despachó con “I Zimbra”, esa joyita que abría el brillante “Fear of Music” de los Talking Heads. Seguro que el poder mismo de la canción alcanza para superar cualquier tipo de instrumentación, pero las cuerdas no hicieron más que aplastar el tema, mientras que, de rebote, a la banda parecía faltarle carácter. Lo mismo pasó con “Marching Through The Wilderness” (de “Rei Momo”), que pedía a gritos otro tipo de background sonoro, o con el pegadizo hit “Lazy”, que terminó empastado entre tanto arreglo de cuerdas.
No siempre fue así, por suerte. El formato banda más cuerdas sumó musicalidad en la imponente “The Great Intoxication”, de “Look Into The Eyeball”; en “What A Day That Was”, ese temazo de la banda de sonido de la puesta teatral “Catherine Wheel”, y también (curiosamente) en “Blind”. Tampoco desentonó en las canciones de sus dos últimos discos, como la contagiosa y bailable “Dialog Box”, la muy comedia-musical-de-Broadway “The Other Side Of This Life”, o en “Like Humans Do”.
Después hubo momentos... momentos en donde ningún detalle sonoro, superficial o de base, realmente importó. Las canciones de los Talking Heads, desde estas nuevas versiones semiorquestadas, o desde el recuerdo de las originales, o desde la memoria afectiva de los fans, o de cualquier manera que se les ocurra, sacudieron el piso del Broadway. El sexteto de cuerdas desapareció para “Road To Nowhere” y “And She Was”, y algunos se animaron a silbar cuando volvió al escenario. Pero qué importaba si se venía una versión de “Once In A Lifetime” (la primera explosión rockera del recital) y después se intercalaron la emblemática “Psycho Killer” y otra joya de “Fear Of Music”: “Life During Wartime”. La gente estaba incendiada, y no era para menos. Lástima que Byrne prefirió romper dos cuerdas de su guitarra acústica en el trayecto de estos temas, en vez de calzarse la eléctrica a tiempo completo y dejar que su psycho killer saliera a matar la noche entera.
El repertorio fue bien ajustado, pero, al mejor estilo Byrne, no faltó nada: se dio el gusto de cantar “Ausencia” (Cesaria Evora), el clásico “María Landó” (de la peruana Susana Baca) y hasta conmovió con su versión de “Un Di Felice, Eterea”, el aria de Verdi. En esa faceta de “cantante del mundo y en todos los idiomas”, que por momentos sorprende y por otros irrita, Byrne pateó el tablero con su propio “Desconocido soy”, el entrañable tema que en su disco anterior compartió con el líder de Café Tacuba. También se mandó la quijoteada de versionar con cuerdas y percusión “One Rainy Wish”, de Jimi Hendrix, un experimento de laboratorio con público presente.
La pregunta del millón es por qué en medio de tanto eclecticismo David Byrne nunca parece perder centro. Y en vivo la respuesta se presenta más que clara: el centro es él, la música está en él, no en otra parte. David Byrne no le pide nada prestado a la música, no la interviene ni la condiciona. Como otros contemporáneos que brillaron a fines de los 70, como los Bowie o los Brian Eno, Byrne siempre será, esencialmente, la música que hace, más allá de géneros, instrumentaciones y experimentos. Por eso baila tan libre con ese austero uniforme gris (mientras la banda y el sexteto lo miran de reojo y no pueden aguantar la risa), por eso trata de comunicarse en su precario castellano sin que le importe equivocarse. David Byrne observa todo el tiempo al público, y le puede dedicar una hermosa sonrisa afable o esa mirada medio border y fría, esos momentos en donde se encuentra a si mismo, completamente "chapita". enviar nota por e-mail | | Fotos | | Byrne cantó y bailó durante dos horas. | | |