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 domingo, 17 de octubre de 2004

El cazador oculto: Mitos y leyendas de las amazonas

Ricardo Luque / La Capital

El secreto del éxito. Hete ahí la cuestión. Nadie sabe a ciencia cierta si existe una fórmula infalible para disfrutar sus mieles pero igual todos la buscan incansablemente. Como allá lejos y hace tiempo hicieron los alquimistas con la tan ansiada piedra filosofal. Lo curioso es que el éxito tiene un rostro diferente para cada persona, aunque, hay que admitirlo, para todos brilla más y mejor en metálico. Si no fuera así, la pregunta del millón la noche que Chandon donó al Museo de Arte Contemporáneo "Noticias sobre las amazonas" no hubiera sido "¿cuánto cuesta la obra?". El primero en plantear el interrogante fue Walter Castro, que llegó silbando bajito y antes de decir buenas noches ya tenía una copa de champán en la mano. Nadie supo contestarle. Claro. Los invitados estaban en otros menesteres. Algunos, como Fernando Farina, luchaban por esquivar con elegantes fintas a las meseras que ofrecían copas de vino espumante aquí y acullá. Pero eran los menos. La gran mayoría practicaba el deporte más popular de los cócteles: ubicarse estratégicamente en un lugar de paso de las bandejas, refugiarse en un grupo de amigos y criticar a propios y extraños. En ese plan se encontraba un alegre puñado de artistas rosarinos cuando comenzaron los discursos. Raúl D'Amelio, a quien sus viejos compañeros de hockey vaya uno a saber por qué lo apodan "el Pelado", cruzó los brazos, frunció el ceño y fingió escuchar atentamente. No podía hacer menos. Su nueva función de director del Museo de la Ciudad lo obligaba a mantener la compostura. Sin esa carga, su colega Daniel García reía entre dientes. Es difícil saber por qué, pero el artista plástico, célebre por su mal humor (pintado de azul y con un gorro blanco es un calco del Pitufo Gruñón), lucía feliz. Pero no más que Graciela Chiesa, RRPP de la cadena Solans, que con el boom de la soja tiene los hoteles a full. Cómo será que, cuando siente hablar del Congreso de la Lengua, los ojitos le brillan. Tanto como a Daniel Canabal, que llevaba en la solapa del saco uno de los pins del merchandising oficial del encuentro. Pero le duró poco. Un ruego inesperado se lo arrebató antes de que pudiera lucirlo. Y lo entregó sin quejarse, aunque, hay que decirlo, no se lo había pedido una dama.

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