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 sábado, 16 de octubre de 2004

Un santafesino en la Corte

Desde que asumió el timón de la República Argentina, el presidente Néstor Kirchner exhibió una firme voluntad política de modificar a fondo el rol que cumplía la Corte Suprema de Justicia, severamente sospechada de ser funcional a los intereses del Poder Ejecutivo durante la controvertida década del noventa. Y ese camino es, sin dudas, uno de los que con mayor éxito ha recorrido hasta el presente durante el ejercicio del poder, en el afán de que el máximo tribunal recupere el prestigio perdido y el reconocimiento de la sociedad. El último paso dado en tal sentido ha sido la propuesta del nombre de un hombre nacido en esta provincia para integrar el organismo, en reemplazo del cuestionado y renunciante Adolfo Vázquez: el abogado rafaelino Ricardo Lorenzetti.

Aunque nunca fue juez, este jurista especializado en derecho civil ha mostrado en sus primeros contactos con el periodismo que está situado del lado que más se necesita, el de la gente. Al menos eso es lo que deja traslucir su opinión de que la Justicia debería adoptar de las empresas privadas el criterio de eficiencia, necesariamente vinculado en este caso con la celeridad. Sin dudas que la implementación de parámetros similares sería bienvenida no sólo en el aparato judicial sino en prácticamente toda la esfera del Estado.

Una de las dos condiciones que, según trascendió, habría privilegiado el Ejecutivo en el momento de sugerir a Lorenzetti es que fuera hombre del interior del país. Por supuesto que la elección de este hombre de cuarenta y ocho años nacido en el norte santafesino satisface plenamente ese requisito y para nuestra provincia posee un tan obvio como interesante plus.

Pero el quid de la cuestión radica en otra parte: el gobierno se halla ante el deber moral de probar que la elección de los nombres propuestos para lugar tan crucial no está -como en el pasado- relacionada con la conveniencia propia. La palabra independencia no resulta novedosa en este contexto, aunque remarcarla como la principal virtud que deberá ostentar cada integrante del máximo tribunal de justicia argentino no puede significar jamás una pérdida de tiempo.

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