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 miércoles, 13 de octubre de 2004

Editorial:
El drama de la conquista

El Día de la Raza, que se recordó ayer, ha adquirido en estos últimos años un ribete ajeno a la uniforme aquiescencia y adhesión que despertaba en el pasado. Muchos descendientes de aborígenes americanos -cuya enorme mayoría fue exterminada durante el transcurso de la conquista europea- vivieron la víspera una jornada a la que definen como "de duelo". Y sin dudas no les faltan razones para percibir de semejante modo las resonancias de un acontecimiento tan trascendental para la humanidad, que cambió de manera definitiva el rumbo de la historia.

Es que las palabras masacre o genocidio no les quedan en absoluto chicas a lo que sucedió a lo largo y lo ancho del continente americano después del 12 de octubre de 1492, cuando las carabelas que estaban bajo las órdenes del hasta hoy enigmático Cristóbal Colón tocaron tierra en la isla de Guanahani. Etnias enteras fueron literalmente borradas de la faz de la Tierra por la acción directa o indirecta de los europeos, encabezados por los propios españoles.

Hoy día, quinientos doce años después de tan emblemática fecha, es posible sin embargo ver los rasgos positivos de la conquista: todo un continente unido por una misma lengua, y por valores culturales similares que posibilitan su fluida intercomunicación, es acaso un impensado mérito de una acción colectiva cuya principal finalidad fue el lucro, estructurado a partir de la cruel explotación masiva.

Los números de la masacre son aterradores, ya sea de los aborígenes pasados por las armas o fallecidos como consecuencia de las atroces condiciones de vida en que se los sumió, tanto como de aquellos que perecieron debido a enfermedades para las cuales su sistema inmunitario no se hallaba preparado, como la viruela, la fiebre amarilla, la difteria, la gripe o el sarampión. Si hasta la supuestamente inofensiva varicela se convirtió en una plaga sin freno, que causó miles y miles de muertes.

Las pérdidas, entonces, se muestran como aterradoras: cientos de culturas se evaporaron para siempre, no sólo por la barbarie material sino por la intolerancia religiosa. Y "cultura" quiere decir, por supuesto, no sólo en muchos casos una lengua, un arte o una técnica únicos, sino un modo particular de aprehender y percibir el mundo: parte insustituible de la experiencia humana.

Por esa razón, entonces, no corresponde festejo alguno en relación con el doce de octubre de 1492. Sí, acaso, valga la pena detenerse para un instante de reflexión que haga hincapié en las nefastas consecuencias que suele arrojar el llamado "progreso" de las sociedades humanas.

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