 | lunes, 11 de octubre de 2004 | Ultima función hoy en el Astengo "El gran regreso": Conflictos de familia resueltos entre la comicidad y el drama Alfredo Alcón y Nicolás Cabré ofrecen un sutil trabajo actoral en torno a la relación entre padre e hijo Rodolfo Bella / La Capital El miedo, como una consecuencia del desconocimiento mutuo, es lo que perturba en principio la relación de Boris, un actor fracasado, descendiente de judíos, a cargo de Alfredo Alcón, y Enrique, su hijo, que interpreta Nicolás Cabré en la pieza "El gran regreso", de Serge Kribus, que se estrenó el sábado pasado y que hoy, a las 20, vuelve al escenario del teatro Auditorio Fundación.
Ese mismo miedo se proyecta, en la obra también dirigida por Alcón, sobre algunas de las cosas que generalmente organizan la vida. En el caso de Boris, el temor toma el aspecto de un departamento en el cual ya nada funciona, por lo cual decide instalarse por una temporada en la casa de su hijo, aunque en el fondo se trata de la inquietud que le produce saber que está a punto de protagonizar "Rey Lear", el que sería el mejor trabajo actoral de su vida y su consagración final. El miedo también se instala como una segunda piel en el caso de Enrique, que pierde todo lo que le da seguridad: su mujer, su hijo y su trabajo.
Ese momento en que los dos personajes están ante la posibilidad de enfrentarse a una situación desconocida y de alto riesgo, en plena crisis de ruptura y desafío, es cuando el autor redobla la apuesta y hace que sus personajes deban, además, aprender a tolerarse y conocerse, aunque no necesariamente la empresa tenga éxito y aparezca como uno más de esos ideales estropeados que cada tanto esgrime Boris con el patetismo del que conoce de antemano la inutilidad del gesto.
Alcón muestra con sutilezas los pliegues de un tipo quejoso y acabado, pero que sin embargo conserva intacta su juventud y sus sueños. Esas características de Boris aparecen con especial claridad en los momentos en que la conciencia queda velada, esto es después de una borrachera callejera y escandalosa que los deposita en la cárcel. Por su parte, Cabré lo acompaña con una interpretación crispada y contenida, que sólo se identifica como el signo de la incertidumbre ante los proyectos frustrados, otro de los puntos de contacto de estos dos seres maltratados por la realidad.
Alcón administra con precisión los silencios, la gestualidad, el humor y los excesos de un personaje que además conserva intacto el dolor de haber perdido a su familia en los campos de concentración. El texto le da la posibilidad de jugar en el límite difuso en que el humor también puede ser un salvoconducto para la supervivencia. Su personaje es capaz de arrojar a la cara de su hijo convicciones devastadoras, pero que al mismo tiempo resultan liberadoras, como cuando le dice "Venimos de la nada y vamos hacia la nada. Cualquier esperanza que haya en el medio, borrátela".
La obra está atravesada por enunciados de ese calibre, verdades supuestamente indiscutibles que sólo hacia el final será posible poner en crisis, en una puesta en escena ascética y con una planta de luces que subraya ese desierto que es la vida de Boris y Enrique. Sin embargo el autor no interpela el pasado en el sentido de encontrar una verdad absoluta como fundamento de esa relación, sino como una búsqueda pragmática donde el diálogo opera como un ejercicio de esgrima donde se intenta dejar desarmado al adversario. Un duelo en el que se lanzan las palabras más impiadosas, que lastiman, pero administradas con el control necesario para que no sean una estocada que hiera de muerte, algo sólo posible con la certeza del amor como sedimento de ese desencuentro. enviar nota por e-mail | | Fotos | | La pieza es por momentos un duelo donde los personajes se juegan en cada estocada. | | |