| Tomar un taxi, la disciplina olímpica más complicada Los taxistas son una experiencia aparte en Atenas porque el viajero nunca sabe qué clase de personaje se va a encontrar al volante cuando se sube a sus coches amarillos.
En la capital griega hay cientos de taxistas amables y normales. Hay marinos mercantes que recorrieron el mundo antes de echar ancla en Atenas, fans del fútbol brasileño o expertos en historia argentina, encantados de estar en contacto con los visitantes olímpicos.
Pero, la mayoría de las veces, tomarse un taxi es una aventura. Para empezar, hay que lograr que se detengan. Por motivos indescifrables, muchos taxistas prefieren seguir viaje sin explicaciones.
Una vez arriba y sin consulta previa, el taxista podrá detenerse cuantas veces crea conveniente para subir a otros pasajeros, aunque eso alargue el viaje del primero y el taxista cobre varias veces por el mismo recorrido.
Es mejor que el pasajero evite pedir que lo lleven a una calle difícil de encontrar sin antes saber cómo orientar al taxista, porque podría ocurrirle que durante todo el trayecto el chofer esté lamentándose "calle Dafnomili, oh, oh, oh, Dafnomili, oh, oh, oh", hasta que la encuentre.
Tampoco es conveniente que el pasajero se olvide algo en casa. Porque el taxista, en lugar de alegrarse por tener que regresar y cobrar un viaje más largo, lo hará sentirse regañado por su papá porque se dejó los libros de la escuela.
Por suerte, los taxis en Atenas son mucho más seguros que en otras partes del mundo, y lo demás sólo es una versión moderna y en pequeño de la Odisea, pero en un coche amarillo. (DPA)
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