| viernes, 20 de agosto de 2004 | Cuatro procesados por el asesinato de un panadero en frustrado robo María Laura Cicerchia / La Capital Los ladrones abrieron el portón sin ejercer violencia, ingresaron a la casa sin ser atacados por los cinco ovejeros alemanes de la familia y llamaron por su nombre al panadero Luis Alberto Varela, a quien asesinaron de un balazo en un frustrado intento de asalto, el 23 de marzo pasado. A partir de todas esas señales, los investigadores no dudaron de la intervención de un entregador. Entonces, dos empleados de la panadería de Cabín 9 fueron detenidos y ahora procesados por su participación en el hecho, mientras que a otros dos hombres ajenos a la familia también les dictaron el procesamiento y la prisión preventiva como los autores materiales del crimen.
El panadero de 33 años fue asesinado de un balazo ante la mirada de su esposa y su hija de 11 años al resistirse a un robo. Los asaltantes irrumpieron en su casa de Cabín 9, en el límite de Rosario con Pérez, cerca de la 1 de un martes. A esa hora Luis, su mujer Elizabeth, y sus hijos Fernando (9 meses), Matías (7 años) y Evelín (11 años), estaban descansando.
La casa tiene la entrada por El Ceibo al 500, pero los maleantes ingresaron por la cuadra de la panadería que tiene su acceso a la vuelta, por El Ombú al 500. Entraron sin forzar la puerta y controlaron a los cinco ovejeros alemanes que luego aparecieron dando vueltas por la calle.
Desde allí, los asaltantes accedieron a un patio interno que comunica con la casa. Varela se despertó al escuchar ruidos y tomó una escopeta. "¿Quién anda ahí?", preguntó el panadero antes de asomarse a la puerta de chapa que da a ese patio. "Soy yo Luis", le respondieron, y en ese momento se inició un confuso tiroteo. Los delincuentes dispararon varias veces hacia la puerta y el lugar quedó regado de casquillos 9 milímetros e impactos contra la pared. El panadero también disparó, pero no hirió a nadie.
Hubo un forcejeo en el que un proyectil impactó primero en el piso o la pared e hirió al panadero en el lateral abdominal izquierdo. Varela murió allí mismo. Su hija Evelín, de 11 años, se arrojó llorando sobre él mientras los atacantes escapaban sin tocar un peso de la alta suma que habían ido a buscar (ver aparte). En la puerta los esperaba un Fiat 128 verde con otra persona al volante.
Minutos más tarde, dos policías de la cercana comisaría 32ª vieron pasar corriendo a dos hombres, los persiguieron y los atraparon frente al Cementerio Israelita. Eran Sergio Pereyra, de 28 años, y su sobrino Ricardo Pereyra, de 24, a quienes les secuestraron una pistola 9 milímetros que había sido robada en el mes de febrero a un comisario inspector cuando dormía en la planta alta de su casa.
Las pericias demostraron luego que esa arma disparó la bala que mató a Varela. Además, uno de ellos llevaba una campera de jean como la que había descrito la esposa del panadero. Con esas pruebas, el juez de Instrucción Alfredo Ivaldi Artacho los procesó por un sinnúmero de delitos: intento de robo con arma, homicidio doblemente agravado (por el uso de arma y por haberlo cometido para asegurar el robo), encubrimiento, supresión de guarismo de la pistola secuestrada y tenencia ilegal del arma de guerra. Como autores materiales del violento atraco, esos delitos los enfrentan como mínimo a una expectativa de pena de prisión perpetua. De ellos, Sergio Pereyra es quien está señalado como autor del disparo mortal.
"Tuvo que haber un entregador". Esa sospecha guió desde el comienzo la investigación del crimen. El indicio más fuerte de que había participado algún allegado al negocio es que los maleantes usaron un duplicado de las llaves de la panadería, cuando la familia tenía un único juego con el que cerraron la puerta antes de irse a dormir.
Siguiendo esa pista, a fines de julio la policía apresó a Alberto Villalba, de 35 años, quien desde hacía ocho trabajaba en el próspero negocio familiar. "Hasta ayer estuvo trabajando acá", dijo sorprendida a este diario Elizabeth, la esposa del panadero, al enterarse de la detención. El ex empleado aún está preso y fue procesado por robo seguido de muerte (agravado por empleo de arma) y tenencia de arma de guerra.
Por su nombre, su fisonomía, el lugar donde vivía y el tiempo que llevaba en el negocio, la resolución judicial lo acusa de ser quien aportó las llaves y controló los perros para liberar el terreno a los asaltantes. También de ser quien los esperó esa noche en el auto. Lo que más lo comprometió fue la declaración de otro de los detenidos en la causa. Pero además conocía desde antes de entrar a la panadería al cuarto imputado: Martín Osvaldo Mansilla, otro empleado que hacía reemplazos en el comercio.
Mansilla recuperó la libertad en estos días, tras ser procesado como cómplice secundario de tentativa de robo con arma. Su imputación no es tan grave porque se presume que sólo aportó datos sin saber el grado de violencia o la magnitud que tendría el robo. enviar nota por e-mail | | Fotos | | Elizabeth fue testigo del homicidio de su esposo. | | |