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 miércoles, 18 de agosto de 2004

La infinita tristeza de todo un pueblo
Desgarradoras escenas en el velatorio de las víctimas. Cinco historias quebrantadas por la fatalidad

Osvaldo Flores / La Capital

Peyrano.- "Todavía no lo podemos creer, no puede ser posible que estos cinco chicos, que eran como hijos nuestros porque aquí todos nos conocemos desde siempre, hayan terminado sus vidas de esta manera, en la flor de la juventud". El testimonio se repetía como una letanía en la vereda de la sala donde se realizó el velatorio conjunto de cinco de las seis víctimas del fatal accidente ocurrido la mañana del domingo en la ruta 18, a la salida de Rosario por avenida Ovidio Lagos.

Aquel día, poco después de las 9.45, un remís Honda Accord y un BMW 528 chocaron frontalmente en el kilómetro 7 del mencionado camino, entre la avenida de Circunvalación y la ruta A-012. El auto de alquiler, conducido por un muchacho de 21 años que trasladaba a Rosario a cuatro estudiantes afincados en esta localidad, salió despedido en veloz carrera hacia una de las banquinas y estalló en una bola de fuego calcinando a sus ocupantes, que quedaron aprisionados en su interior. El BMW, al mando de Samuel Rosenbaum, titular de la concesionaria Natalio Automotores, salió a los tumbos del pavimento dejando en su camino parte de la carrocería y el chasis. En ese alocado despiste, el empresario salió despedido del habitáculo y murió sobre la banquina debido a las graves heridas recibidas.

Peyrano ayer estuvo de duelo. No abrieron los comercios ni la sede comunal y hasta la emisora local de FM sólo emitió un comunicado para adherirse a tanto dolor antes de cesar su transmisión. Entre una llovizna persistente y el viento helado del sur que hacían aún más gris el día, los pocos vehículos y peatones que transitaban por el pueblo a media mañana apuraban sus pasos hacia un lugar obligado: la sala velatoria.

Es que allí estaban velando a sus hijos, a sus vecinos, amigos, novios y novias. En medio de un dolor inconmensurable, los féretros con los calcinados restos del remisero Lautaro Mogues y de los estudiantes Jorge Atilio Zárate, Lorena Serra y Estela García resumían la tristeza y angustia infinitas de una comunidad que los vio nacer y crecer. Antenoche mismo, Gustavo Franquelli, la restante víctima de la tragedia, ya había sido sepultado por sus familiares.

"Aquí en los pueblos a los pibes los conocemos desde que nacen. Los vimos en la escuela primaria, en la secundaria, jugar, correr y haciendo todas las travesuras de adolescente por las calles. Ahora terminó todo así, y por eso la gente del pueblo está destruida", señaló con los ojos enrojecidos el jefe comunal, Gustavo Toledo.

Y no es para menos. Son cinco historias que la fatalidad dejó truncas cuando recién comenzaban a ser vividas. Cinco historias de sueños y proyectos que quedaron calcinadas a la vera de un camino. "Una injusticia de la vida", gemían los vecinos entre sollozos.


¿Quiénes eran?
Jorge Atilio Zárate tenía 19 años. Era hijo único, jugaba como mediocampista en el club local Rivadavia y había comenzado a cursar una Licenciatura en Nutrición en la Universidad Nacional de Rosario. "A Jorgito lo tuve en brazos cuando nació. Soy muy amigo de sus padres y sé que vivían por y para él. Como todos los pibes, era espectacular, un canto a la vida", contó Toledo. Mientras tanto, en la vereda, sus compañeros del equipo junto a su director técnico, Alfredo Killer, trataban de buscar alguna explicación a tan trágico destino (ver aparte).

La historia de Gustavo Franquelli podría parecerse a la de cualquier chico de cualquier pueblo del interior. Amigo de sus amigos, respetuoso y querido por todos, la muerte lo sorprendió en el asiento delantero del remís Honda Accord cuando iba a su departamento en Rosario, donde vivía solo y estudiaba medicina. "Se fue temprano porque tenía que estudiar para rendir una materia", relataron sus compañeros del Rivadavia, el club de Peyrano, donde jugaba en la primera división junto a Zárate.

El Colorado, como todo el pueblo conocía a Lautaro Mogues, de 21 años, era quien conducía el remís que terminó calcinado a la vera de la ruta con sus cinco ocupantes en el interior. "Un pibe bueno, de pueblo, laburador, que le ayudaba al viejo en la agencia (de remises)", lo definió la gente cuando sus restos fueron sepultados, a las 9 de la mañana, en el cementerio local. "Siempre hacía estos viajes a Rosario con los chicos que estudian o trabajan allá. El lunes, el padre del Colorado llamó a otro de sus remises que volvía de Rosario para avisarle que se desviara porque había habido un accidente en la ruta, sin saber que allí había muerto su hijo", comentó un muchacho.

Lorena Serra y Estela García, ambas de 25 años, unieron definitivamente sus destinos a bordo del auto que las conduciría a la muerte. Lorena estudiaba Bellas Artes, aseguraron algunos conocidos, y Estela trabajaba "en un stand de talabartería en el hipermercado Libertad" y, según contaron algunos allegados, "vivía en pareja y estaba embarazada".

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Todos los habitantes de Peyrano acompañaron el sepelio de los cinco jóvenes.

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