| miércoles, 18 de agosto de 2004 | El refugio del Libertador Carlos Duclos "De los tres tercios de los habitantes en que se compone el mundo, dos y medio son necios y el resto pícaros, con muy poca excepción hay hombres de bien". Qué desoladora sentencia, pero qué incontrastable verdad si se aplica para discernir la calidad de los hombres que han dirigido a esta Nación en los últimos años. De aquellas virtudes sanmartinianas nada heredó la actual dirigencia. Esa nobleza y amor por la Patria fueron indignamente transformados en engendros que llevaron a la Nación a este ocaso moral. Ayer se ha conmemorado la muerte del general José de San Martín, en lo militar un estratega incomparable que hasta supo de victorias sin desenvainar su sable. En lo político, un hombre que amó a su Patria y no aceptó ni participar en empresas de dudoso propósito, ni tomar parte en guerras intestinas que implicaran el derramamiento de sangre argentina. San Martín, y tantos hombres de su generación, fueron la antítesis, la antípoda de muchos dirigentes que entregaron la Nación, como Judas a Jesús, por unos denarios. Así, en el Gólgota argentino sigue crucificado y sin resucitar (porque afortunadamente no ha muerto) un pueblo al que un general una vez libertó de la opresión colonial.
San Martín pudo comprender tempranamente que la libertad de esta tierra y su posterior desarrollo como Nación no podían tener éxito si mediaban controversias internas, enfrentamientos absurdos, enconos políticos. No lo entendió así el unitarismo porteño quien, cuando el libertador se encontraba en suelo chileno y en plena campaña libertadora, lo intimó para que retornase con su ejército nada menos que para enfrentar a las milicias federales. Lamentablemente, esta obsesión tan argentina que sigue hasta nuestros días, la de considerar a un compatriota que piense distinto como el más peligroso de los enemigos, le ha costado al país sangre, sudor y lágrimas. Le ha costado esta miseria en la que se debate sin remisión. Pero es menester, y como mejor homenaje, recordar la actitud del general cuando es intimado por la necedad. Entiende entonces que es de estricta justicia no acatar la orden de la injusticia y desoye el mandamiento porteño. San Martín envía una carta a quienes debía combatir, al uruguayo José Gervasio Artigas y al santafesino Estanislao López. En la misiva expresa: "Unámonos, paisanos míos, para batir a los maturrangos que nos amenazan; divididos seremos esclavos; unidos, estoy seguro que los batiremos. Hagamos un esfuerzo de patriotismo, depongamos resentimientos particulares y concluyamos nuestra obra con honor". Más adelante diría: "Suponiendo que la suerte de las armas me hubiera sido favorable en la guerra civil, yo habría tenido que llorar la victoria con los mismos vencidos. No, el general San Martín jamás derramará la sangre de sus compatriotas". Sólo un gran hombre, un espíritu superior hubiera podido pronunciar palabras tan sublimes.
Pero como lo sublime es incomprendido por las obtusas mentes, este hombre, que había desalojado de Argentina, Chile y Perú a las fuerzas coloniales, que había dejado en manos de criollos el destino de esta tierra, a su regreso de Perú es no sólo humillado por el gobierno porteño que lo somete a una vigilancia deshonrosa mientras se encuentra en Mendoza, sino que al dirigirse a Buenos Aires es por poco apresado. Este es el fragmento de una carta que San Martín le enviara a Tomás Guido: "Ignora usted, por ventura, que en el año 1823 por ceder a las instancias de mi mujer de venir a darle el último adiós, resolví en mayo venir a Buenos Aires. Se apostaron partidas en el camino para prenderme como a un facineroso, lo que no realizaron por el piadoso aviso que me dio un individuo de la propia administración". El mismo caudillo santafesino, Estanislao López, le envía un mensaje al general: "Sé de una manera positiva por mis agentes en Buenos Aires que a la llegada de V.E. a aquella capital, será mandado juzgar por el gobierno en un Consejo de Guerra de oficiales generales, por haber desobedecido sus órdenes en 1819, haciendo la gloriosa campaña a Chile, no invadir Santa Fe y seguir la expedición libertadora al Perú" y añade más adelante: "Siento el honor de asegurar a V.E. que a su solo aviso, estaré con la provincia en masa a esperar a V.E. en El Desmochado , para llevarlo en triunfo hasta la plaza de la Victoria. Si V.E no aceptase esto, fácil me será hacerlo conducir, con toda seguridad, por Entre Ríos hasta Montevideo".
San Martín, en un principio, no puede creer que estas acechanzas le tiendan los propios compatriotas, entre ellos el señor Rivadavia. Pero tan cierto es que hasta el mismo general chileno O'Higgins, indignado, califica al unitario como: "El hombre más criminal que ha producido el pueblo argentino".
Como la barbarie de ciertos argentinos, jamás supo de límites, el Padre de la Patria debió embarcarse con su hija a Europa. Con todo, ofrece su sable en la guerra contra el Brasil, pero su participación no pudo ser, porque los dirigentes argentinos estaban muy ocupados entonces derramando su sangre. Poco antes de llegar al puerto de Montevideo San Martín se entera del derrocamiento del gobernador Manuel Dorrego y su posterior fusilamiento, ordenado por el general Lavalle. Entonces se dirige a su amigo O'Higgins, expresando: "El objeto de Lavalle era que yo me encargase del mando del ejército y provincia de Buenos Aires y transase con las demás provincias a fin de garantir, por mi parte y la de los demás gobernadores, a los autores del movimiento del primero de diciembre, pero usted conocerá que en el estado de exaltación a que han llegado las pasiones, era absolutamente imposible reunir los partidos en cuestión sin que quede otro arbitrio que el exterminio de uno de ellos. Por otra parte, los autores del primero de diciembre son Rivadavia y sus satélites y a usted le consta los inmensos males que estos hombres han hecho, no sólo a este país, sino al resto de América, con su infernal conducta".
Durante años la oligarquía porteña y sus adláteres del interior distorsionaron la verdad y la malearon. De acuerdo con sus intereses, trastrocaron el pensamiento y la conducta del gran militar argentino. La necedad, el absurdo y el resentimiento político de los petimetres que siguieron la absurda opción, civilización o barbarie y que entregaron la Nación pudieron por un tiempo tapar a las generaciones la verdad. Una verdad que los escandalizaba ¿Cómo reconocer que San Martín en su último testamento y definitivo estampara este pedido expreso: "El sable que me ha acompañado en toda la Guerra de la Independencia en la América del Sud, le será entregado al general de la República Argentina, don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla". La verdad es dolorosa, pero no puede ser ocultada: San Martín no descansa en paz porque en esta tierra las pasiones siguen tan exaltadas como entonces y sólo se aquietan en el corazón esperanzado de un pueblo donde se refugia el espíritu del gran libertador. enviar nota por e-mail | | |