| domingo, 18 de julio de 2004 | Rosario desconocida: Pasajes y cortadas José Mario Bonacci En los climas variados contenidos en la trama urbana, la cuadrícula interminable, la sucesión de situaciones y el aporte de la gente hacen que cada calle se convierta en un mundo, cada mundo en un universo y cada universo en un caleidoscopio variado, caprichoso y sugerente. En la existencia que venimos explicando respecto de la ciudad como obra de arte colectivo, el aporte de las calles con todo lo que involucra su "puesta en escena", son como gotas que sumadas una a una, forman hilos, cursos, torrentes constructores del carácter urbano.
Cada calle, una expresión. Todas las calles, el alma de la ciudad. En estos continentes naturales de la realidad urbana, todo tiene cabida y lugar: la corporeidad construida de la arquitectura, la presencia de la gente y sus actos, lo que no se ve directamente pero subyace "en el aire", los recuerdos, lo habitual y cotidiano, lo excepcional y asombroso.
El carácter de cada arteria en particular es funcional al abrazo del misterio, a lo casual, a la coincidencia de puntos aparentemente opuestos, mucho más que a un acto consciente de planificación previa. De ahí la generalizada frialdad de barrios y ciudades pensados mecánicamente que a menudo excluyen aquello que significa vida y sentimientos.
A la ciudad y sus partes "la maduran" el tiempo y su gente. El tiempo "se toma su tiempo" y poco a poco en un extraño maridaje con la vida, con lo humano, se va conformando una característica, un rasgo que individualiza y distingue entre sus pares a una calle cualquiera. El alma de una calle no es aprehensible desde el vamos. Se resuelve en un lento desentrañamiento de rasgos superpuestos, mezclados y escondidos en expresiones inesperadas que aguardan el momento oportuno para exteriorizarse.
Mejor a pie Nuestros maestros Bruno Borgato y Eduardo Sacriste siempre predicaron sobre lo imposible de conocer realmente una ciudad recorriéndola en automóvil. Aislados en el habitáculo, generalmente solitarios y atendiendo a las reglas del tránsito, perdemos casi todo. Los acontecimientos minúsculos, aquello que está a escala del descubrimiento y valoración personal, los murmullos de la gente, el latir del conjunto.
Rosario es ciudad donde con su presencia, cortadas y pasajes son protagonistas continuos en cualquier barrio y aun en el mismo centro, como Barón de Mauá que alimentó el clima tan especial del desaparecido Mercado Central; o Zabala con sus cien metros evocativos limitando la plaza de la Cooperación y el homenaje de la ciudad a Ernesto Che Guevara; o el cruce de Ricardone con Araya marcado por el inmenso muro de ladrillos del Teatro La Comedia; o el clima tan especial de Juan Alvarez dando el ingreso histórico a la Biblioteca Argentina; o el paralelismo de Tellier y Rosales contenidas en una única manzana vecina al clima de Oroño y por eso notablemente estrechas.
Y así podrían continuar las citas sin agotarse cuando en realidad lo más cautivante es dejarse guiar simplemente por el aparente desorden de vivencias múltiples cuando se descubre el territorio. Algunas parecen sensualizarse en la curva de su trazado, insertas en una ciudad resuelta casi totalmente con calles de ejes rectos y paralelos. Un ejemplo está en el viejo pasaje Rosarino (hoy Mozart) que nace en 24 de Septiembre al 1000 y hereda un tramo curvo marcado antes por el recorrido de una vía de FF.CC. que luego se convirtió en calle. Otro similar une Córdoba y la intersección de Santa Fe con bulevar Avellaneda.
Está la contraposición entre las de vida breve con sólo 100 metros de largo y Marcos Paz, la más larga de la ciudad que corre en barrio Echesortu por más de 2 kilómetros de este a oeste, u otras con un telón de fondo inusitado en donde se inscribe algún edificio notable, como Blanque que remata su extremo este con la iglesia San Antonio de Padua, ubicada en San Martín al 3300.
Otra variante más son aquellas cortadas que tienen un ingreso, pero culminan contra un muro en "cul de sac" como Centenera (Callao 500), Martin (Tucumán 3200), Pringles (Crespo 300). Una situación extraña es la unión a 90º de Gould y Burmeister, limitando Plaza Jewell por el oeste y el sur. Otras cortadas o pasajes son amigas de cambiar su color denominativo, como el antiguo pasaje Colorado (Laprida 3600), luego pasaje Fundación María Eva Duarte de Perón, y hoy denominado Casablanca.
Algunos se convierten en muestra de buena arquitectura de manera totalizadora, como el pasaje Amelong que en unión con Viamonte al 1000, contiene notables casas en estilo racionalista con un ancho de veredas inusitado para estos pequeños trazos urbanos, ya que su largo no supera una cuadra.
Pero el tema no se agota en esta nota. Culminaremos con dos pasajes o cortadas que incluyen en sí mismos varios de los rasgos comentados y se constituyen en puntos de atracción inesperados contenidos en el cuerpo urbano. Así podríamos continuar por largo tiempo recorriendo la ciudad con el descubrimiento paulatino de sus presencias. Por su intimidad, por el calor humano y por la experiencia de vida que representan, hemos querido homenajear hoy a las cortadas de la ciudad.
Esas cortadas y pasajes que cobijaron la alegría de tantos que fuimos niños desplegando sus juegos infantiles en la intimidad de estas brevedades urbanas tan llenas de calor, donde durante el día apenas las recorrían el carro del lechero o el verdulero, algún vendedor ambulante, el afilador o el kerosenero.
Así sentíamos que en su seno familiar y cálido, las travesuras, los barriletes, la pelota o la rayuela, estaban a salvo de agresiones en aquel tiempo compinche y mágico. Y si en la cuadra de nuestras ilusiones vivía alguna piba más hermosa que un ángel, entonces la cortada se convertía simplemente en un palacio.
(*)Arquitecto
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