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 domingo, 18 de julio de 2004

Interiores: La enfermedad de la sospecha

Por Jorge Besso

La sospecha es como una mancha de petróleo que impregna las aguas internas y externas, y sobre todo las playas del alma que nunca podrán de ahí en más erradicar el negro con el que latirán sus sentimientos. Pero además, la mancha de la sospecha se expande por todos los rincones del ser, y fundamentalmente se propagarán sus razonamientos, convertidos en el motor que alimenta la sospecha haciendo de la vida una existencia paranoica.

Es este un extremo de la psiquis reconocido en todos los tiempos, pero muy consagrado en este, ya que al delirio subjetivo, es decir al delirio de cada cual, y donde los celos se llevan los mejores trofeos (con o sin cuernos) hay que agregarle desde hace unas décadas una suerte de patología, no ya subjetiva sino objetiva, en el sentido de que la paranoia está cada vez más institucionalizada.

La paranoia deviene objetiva cuando se convierte en un objeto de consumo y, hoy por hoy, el listado de los objetos e instrumentos al servicio de la paranoia es casi interminable, justificados por la creciente inseguridad de forma que la mayor parte de los lugares son a puertas cerradas. En algunos casos, como ciertos países son a puertas casi clausuradas como sucede con la potencia number one, entronizada como potencia máxima de la historia y aspirando a lograr lo que nadie logró: que la historia termine ahí. Que cuando amanece y cuando oscurece, amanece y oscurece siempre al mismo modelo y a la misma realidad uniforme, poblada de seres pragmáticos, transparentes y blancos que consumen su vida consumiendo, sostenedores anónimos que forman parte de una sociedad anónima generalizada.

Es decir, ni siquiera una sociedad de responsabilidad limitada, sino una sociedad de irresponsabilidad ilimitada como constituye la sociedad anónima norteamericana, lo que les permite invadir lo que sea y cuidarse celosamente de ser invadido, aunque como se sabe no siempre lo logran. Lo que suele generar sorpresas. Una de las últimas acaecidas, y que está acaeciendo en estos días, viene a propósito de la lata de gaseosa más famosa del mundo, la del célebre eslogan de que "todo va mejor".

De pronto la firma millonaria, que produce y comercializa el líquido prodigioso, se encuentra con una cola inesperada con relación a su último engendro. Se trata de una nueva latita lanzada al mercado con un chip que la transforma para la ocasión, se supone que por un tiempo efímero, en teléfono celular o bien como sistema de posicionamiento global (GPS). El asunto es que las latitas poseen un evidente botón rojo que permite conectarse con una central repartidora de premios que pueden ser autos, dinero o entretenimientos para el hogar.

Pero nada más entretenido que la paranoia, como la demuestran las reacciones de altos oficiales norteamericanos que alzaron sus voces de alerta, ante la circulación del nuevo adminículo de la sociedad anónima productora en el mundo del "homo coca". Variante antropológica plasmada en el siglo pasado, y que los arqueólogos no tienen por qué cavar para buscarlos, ya que los ejemplares se refrescan con la cola en todos los puntos cardinales del planeta.

La susodicha y aireada reacción viene a consecuencia de que la sospechada latita puede servir, se piensa, para escuchar detrás de las paredes o como micrófono, en fin para infiltrase en sitios en que no debe haber infiltraciones. De no haberse producido la caída oficial del comunismo en el mundo, el hecho de que el pulsador sea un botón rojo, hubiera mostrado palmariamente que uno de los virus capitalistas más invasores habría sido irremediablemente invadido por el neutralizado virus rojo del comunismo.

Podría aplicarse la paranoia al propio análisis de la noticia y suponer, con cierta legitimidad, que la noticia no es más que como se dice en la jerga periodística "carne podrida", es decir una noticia falsa o trucha y por lo tanto una no noticia. Todo con propósitos publicitarios a la que es muy proclive la gaseosa de las latitas con las que todo va mejor. Nada cambia la cuestión, o en todo caso la agudiza, ya que sería agregar paranoia a la paranoia.

No sería nada muy extraño en estos tiempos donde las psicopatologías más populares son las anorexias, los ataques de pánicos o acaso las clásicas y temibles depresiones. En cambio los laboratorios no pergeñan artículos sobre la paranoia, ya que no hay pastillas para la "persecuta" como en rigor no las hay para casi nada en lo que respecta a la psiquis, pero mucho menos para los hábitos paranoicos, o para el sobresalto más o menos constante del alma de quien se siente un centro en su existencia, pero un centro negativo o mejor un polo negativo, desde el cual todo lo refiere a sí mismo.

Es lo que pasa con las benditas latitas: en el texto de la noticia se puede ver una polémica por demás ilustrativa de la cuestión, ya que un investigador del "Instituto para el futuro" (nombre de por sí inquietante) opina que no deberían preocupar las latitas con chip, dado que "hay muchas cosas por las que los generales deben velar hasta altas horas de la noche", y no preocuparse por gaseosas parlantes o escuchantes (es lo que trata de decirnos el mencionado investigador del futuro).

En principio es más preocupante que haya generales norteamericanos velando hasta altas horas de la noche, en tanto y en cuanto esas veladas suelen terminar en velatorios por todo el mundo. Es cierto que de alguna manera todos somos sospechosos o sospechantes, según toque, pero hay seres que habitan la sospecha. Por lo general son los que habitan el poder. Claro está que hay distintas forma de habitar el poder. Un caso reciente: Aznar era un "as" que devino asno al mentir, todo por no poder soportar los datos de la realidad. Es que por lo general, el poder no soporta no poder y mucho menos perder, lo que por lo general lo incrusta en la sospecha y lo condena a la paranoia. Y de ahí a la intolerancia, la mayor enfermedad de nuestro tiempo.

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