| domingo, 18 de julio de 2004 | Etica El hombre y sus límites frente a los avances científicos Estamos bastante acostumbrados a escuchar los beneficios de los avances científicos, especialmente la biotecnología es la que ha alcanzado límites desconocidos, hecho que beneficia a la sociedad, y en particular a quienes se les puede transplantar un órgano clonado o a aquellos que no pueden tener hijos naturalmente, por ejemplo. Esta maravillosa posibilidad pareciera verse truncada cuando se escucha hablar de manipulación genética. Cabe preguntarnos ¿hasta dónde queremos llegar los hombres?
La ética es la disciplina de la filosofía que se ocupa de la moral, su tarea es reflexionar acerca de lo que está bien o mal para una sociedad. Si bien todas las sociedades tienen un código moral, un conjunto de normas que regulan la convivencia, las de hoy son pluralistas, es decir, que no hay reglas uniformes para todos, sino que se adecuan a las creencias, valores y estilos de vida. Entre los hombres, aquel que actúa de acuerdo con la moral social será virtuoso y quién no, será inmoral. Por ello es erróneo hablar de amoral, ya que nadie se abstiene de la moral.
Uno de los conceptos básicos de la ética es el concepto de bien, concepto que ha hecho correr ríos de tinta. Desde los comienzos mismos de la ética se aspiró a definirlo. Cuando a Sócrates le piden que defina el concepto de bien se niega a hacerlo y propone entonces tomar un atajo y dice que el bien es como el sol, y que así como el sol ilumina todo lo físico, el bien ilumina todo lo invisible. Platón afirma que si bien nada de lo terreno encarna la idea de bien en sí, así como ninguna persona encarna la misma belleza, todo participa en mayor o menor medida del bien y la belleza. Son horizontes ideales más allá de los cuales nada puede ser concebido. Por último, Aristóteles consideraba que el fin del hombre es el bien supremo, lo que la gente llama felicidad.
El cristianismo, que en sus comienzos hará pie en la filosofía platónica, suplantará la idea de bien por la idea de Dios.
El giro copernicano lo dará Kant cuando afirma que la ética tiene que ver fundamentalmente con los derechos del prójimo, con las acciones que es menester realizar por deber, aunque no me guste ni me convenga. Si se cae una persona a mi lado mientras cruzo la calle, debo ayudarla a levantarse y si es necesario acompañarla al hospital, incluso si me cierra el banco. Si actúo por deber seré digno de ser feliz, pero la felicidad no es lo primordial para ser un individuo virtuoso.
Seré virtuoso si tengo en cuenta el derecho de los demás, incluso si en principio este derecho interfiere para el logro de mi deseo o de mi felicidad. Kant no reflexiona en el mismo contexto político que el filósofo antiguo. Vive en el siglo XVIII y comprueba que no puede plantear la ética tal como hicieron los antiguos.
A su entender el único acto ético es el que resiste la universalización de la máxima que lo inspira a la que llama imperativo categórico: si siento deseos de matar al vecino porque pone música a todo volumen, debería pensar si estaría dispuesto a que todo aquel que se sienta perturbado por un vecino lo asesine. Kant está preocupado por plantear una ética que se sustente en el ser humano y no, como en la Edad Media, en Dios. La acción virtuosa es un fin en sí mismo. No hay premio en el final del camino.
En estos días el hombre cree demasiado en sí mismo y los científicos, específicamente, en su capacidad de cambiar, incluso a la propia naturaleza. Un ejemplo claro apareció en un suplemento científico de un diario nacional dónde dos estudiantes de artes, ayudados por un científico, planean inyectar ADN de una persona muerta en una semilla, para lograr "guardar vida humana en una manzana".
El proceso que llevarían a cabo sería introducir ADN extraído de las células de piel de un donante e introducirlo en las semillas de manzanas Granny Smith, para luego de seis meses plantar el árbol, pudiendo ser vendido luego a 40 mil dólares. La elección de hacerlo en un manzano es por la referencia bíblica del árbol de la tentación.
Los bioartistas aseguran que ofrecen "un proyecto que garantiza esperanza y tranquilidad". Lo más curioso es que ya cuentan con 70 mil dólares para comenzar.
Hoy vivimos inmersos en un individualismo extremo, no hay normas universales que valgan para todos, no hay límites claros, y además, la ciencia se transforma en un arma de doble filo y el hombre no es capaz de tomar conciencia de sus limitaciones.
Cabe plantearnos si esta nueva forma de canibalismo es sólo eso, o es el miedo que siempre tuvo el hombre a enfrentarse a lo desconocido, lo que no puede tener entre sus manos.
Carina Cabo de Donnet
(cientista de la
educación y profesora
en filosofía, psicología
y pedagogía) enviar nota por e-mail | | |