| domingo, 18 de julio de 2004 | El cazador oculto: La alegría de la gente sin swing Ricardo Luque / La Capital Ya no se podía hacer nada más. La noche estaba irremediablemente perdida. Y lo que es peor, ni siquiera valía la pena lamentarlo. La derrota estaba en los planes. Qué se puede esperar de una reunión de músicos de jazz. Poco y nada. Salvo, claro, si se arma una zapada, pero eso por desgracia no sucedió. Había una orquesta que tocó maquinalmente un puñado de standards, pero nadie la escuchó. No era fácil hacerlo. El murmullo que inundaba el coqueto salón de Taura hacía imposible que se escuchara siquiera la voz de la conciencia. Y ahí estaba ese jovenzuelo, aprendiz de crítico musical, para probarlo. Desde que llegó, lookeado como para un happening de Andy Warhol en La Fábrica, no hizo más que desplegar sus artes de seducción con la pequeña Vale Krupick. Y no es para menos. Sin lentes, la prensera cultural mira como sin ver y eso, como lo probó la buena de Su Giménez, resulta irresistible. "Dan ganas de balearse en un rincón", disparó mirando la escena desde lejos Mario Olivera. No quedó claro si lo decía por la brevísima falda a cuadros que vestía la joven o por los movimientos espásticos con los que Fernando Ciraolo lo había dirigido segundos antes. "No, para nada, el Enano anda buscando una copa de vino y, como no hay más, se quiere matar", explicó con aires de entendido José Luis Cavazza que, mal que le pese, llamó más la atención por sus gruesas gafas con marco de metal (parecía el notario miope de una película de Frank Capra) que por la incandescente camisa roja que lució para la ocasión. A su lado, su socio, Horacio Vargas, no desentonaba. Y eso que había pasado por la peluquería, planchado el saco gris y hasta lustrado los zapatos. Ni siquiera la alegría que sentía porque el disco que le editó a Gerardo Gandini había sido nominado al Grammy latino hizo que luciera atildado. Por suerte, nadie lo notó. El grupete de bailarinas que seguía como a un mesías a Verónica Mesegués, una atractiva morocha de rasgos afilados, pelo rizado y andar felino, acaparaba todas las miradas. Una desgracia para las divas, Susana Dezorzi y Marina Naranjo, que habían organizado la fiesta y quedaron olvidadas en un rincón. No hay que desesperar. La vida da revancha y el Festival de Jazz, también.
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