| miércoles, 14 de julio de 2004 | Reflexiones De leones y de poder humano "Sigilosamente la manada se situó, de forma estratégica, en rededor de la muchedumbre de cebras. Agazapados, moviéndose con calma pero decididamente, se fueron acercando. De pronto, una hembra se lanzó a la carrera sobre uno de los animales sitiados mientras los demás felinos lo rodeaban impidiendo que escapara. Al fin, la hembra terminó su trabajo apretando su poderosa mandíbula sobre el cuello de la víctima. El grupo de felinos se dispuso para el banquete mientras las cebras, que habían corrido alarmadas y estaban a distancia, siguieron ahora pastando sin temor. Saciada la falta de alimento el peligro había pasado". Esta es la descripción de una escena frecuente en las sabanas africanas, en las que impera majestuoso y temido un predador, el león. La vida de este mamífero, y especialmente su vida en comunidad, es asombrosa, tanto que maravilla y sorprende a estudiosos que recién hoy comienzan a entender algunas de sus costumbres. León es sinónimo de poder, sin embargo, este animal que por su fuerza, astucia y sus características generales se supondría preparado para destruir y asesinar, sólo mata por necesidad, para alimentarse. El equilibrio de la creación es tan perfecto, que si el león se abstuviera de matar a cebras y otras especies no sólo que desaparecería de la faz de la tierra, sino que habría una superpoblación de herbívoros que terminaría con los recursos naturales (pasturas) y, en consecuencia, con ellos mismos. El león, considerado el animal más poderoso de la tierra, un ser irracional, hace un uso discrecional de su tremendo poder.
Paradójicamente, el hombre, dotado de razón, de espíritu, prosigue con el uso insensato de ese poder. Tan insensato que, no conforme con devastar al fruto de la tierra quebrando peligrosamente el eco sistema, ha emprendido un ataque feroz contra su semejante. Es tanta su avidez por poseer, es de tan impresionante magnitud su voracidad, que no ha titubeado en someter a su prójimo de todas las formas posibles y aberrantes. Como puede observarse cotidianamente a través de la prensa, el hombre hace en muchos casos de su tremenda fuerza, que radica esencialmente en su razón y capacidad cognoscitiva, una herramienta al servicio del mal. Podría decirse que en general, excepto casos y comunidades en particular, fabricó una cultura del mal y, a contrario sensu de lo que sostienen livianamente algunos, no es una cultura sostenida por un "poder irracional". Nada de eso, esta cultura, maligna que el hombre de la posmodernidad está fomentando hasta niveles escandalosos, es una corriente que se basa en un poder inescrupuloso, irresponsable, inteligente, pero notoriamente descarriado de la sana moral. Un poder que con mucha más frecuencia de lo deseado se ejerce con fines que están muy lejos del bien del grupo humano y sólo beneficia a un sector reducido. A tanto ha llegado el escándalo, que hoy la palabra "poder" se confunde con una energía opresora y se la utiliza casi frecuentemente para calificar a personas o grupos que mandan sobre los demás y ejercen una hegemonía casi siempre pérfida, interesada y cuyo resultado es la aflicción del género humano.
Es muy cierto que los gobiernos y grupos privados del mundo y de la Argentina no han hecho más que demostrar que efectivamente ese, y no otro, es el significado de la palabra.
Basta con echar un vistazo para advertir que el poder ha sido utilizado para imponer criterios e ideologías propias, destrozando toda opinión en contrario. En materia económica, se usa para el enriquecimiento de personas, círculos y holdings aun a costa del sufrimiento de los menos dotados intelectualmente, de los menos formados y, peor aún, de los débiles y grandes desinformados de la sociedad. Y esto así porque es cierto aquello de que quien maneja información maneja mucho poder y que, por carácter contrario, quien no dispone de información es fácilmente sometido. Mientras más ignorancia exista en una masa social, mayor poder se concentra en quienes aviesamente se aprovechan de ella para sus propósitos específicos.
Si algo caracteriza a la humanidad de nuestros días, y a la sociedad argentina de hace unos años, es el uso arbitrario del poder; un uso en ocasiones mefistofélico ejercido por los gobiernos y grupos privados. Por el pésimo uso de esta fuerza concentrada se producen más del setenta por ciento de las aflicciones del hombre común. El resto de las penurias, un treinta por ciento, o menos aún, debe atribuirse a causas naturales y accidentes. Es más, muchas de las enfermedades que asolan hoy a la humanidad, cardiopatías, depresiones, infartos cerebrovasculares y otras, son debidas a la extrema ansiedad que genera en el ciudadano el insensato uso de esa potencia por parte de los líderes. Esta indecencia de la conducción no sólo que ha generado esa melancolía social, sino que llevó a la sociedad misma, y especialmente a la de los países marginados, como Argentina, a una situación devastadora: el uso indebido del poder por parte del hombre individual. A poco que se observe el panorama cotidiano, se coincidirá que en cada hogar, en cada fábrica, en cada oficina, en la calle y en otros ambientes, ese hombre común ejerce, con más frecuencia de lo deseable, el poder que tiene de manera arbitraria, injusta y dañosa. ¿Cómo es posible?
Es posible porque las conductas perversas de los niveles de conducción indefectiblemente provocan efectos perniciosos (reacciones coléricas) en los conducidos de cierta capacidad intelectual y porque la falta del cultivo de las virtudes en las capas más bajas no pueden generar sino actitudes violentas que surgen no de la irracionalidad, sino del resentimiento y la perturbación de la mente por el efecto de adicciones de todo tipo, alcohol y drogas, por ejemplo, y la "idiotización" del "yo" por diversos métodos, entre ellos la inaccesibilidad a la educación. Los resultados del uso indebido del poder son catastróficos. En este país cada día se lloran cientos de muertes como consecuencia de la violencia que es el efecto de una fuerza mal empleada. En lo que va del año la cifra de muertos y heridos es espeluznante, pero como la mente se ha impregnado de este tufo siniestro no alcanza a distinguir, a menos que se detenga a reflexionar profundamente, la tremenda magnitud del drama.
Cuando en una sociedad, además, se permite el desorden y el auge de la violencia, se advierte que existe o bien un uso indebido del poder detentado por el gobierno o la omisión fatal de ejercerlo adecuadamente. Pero junto con la violencia física convive la violencia moral que origina múltiples situaciones infelices. Esta rudeza, que no sólo se ejerce desde los altos centros de poder, sino, y como consecuencia, desde la propia acción que desarrolla cada individuo, provoca laceraciones, heridas psíquicas y espirituales que son de una dimensión inimaginable.
Es absolutamente imposible, parece, que en lo inmediato y con la urgencia que se requiere, al menos en este país, se pueda modificar la actitud de algunos funcionarios, magistrados y dirigentes privados acostumbrados a la cultura del poder aberrante. Pero es incontrastablemente factible que cada persona reflexione y admita que tiene a su disposición el libre albedrío y la voluntad necesaria para hacer un buen uso de esta energía en lo que de él depende. Esto seguramente mitigará tantos dolores causados por la garra de la razón turbada que mata sueños y esperanzas y que por su efecto exterminador no puede ser comparada con aquella de las sabanas africanas. enviar nota por e-mail | | |