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 domingo, 04 de julio de 2004

Editorial
En defensa del cine nacional

La Argentina acaba de surgir de un período aciago de su historia, del cual -si pretende consolidar una recuperación duradera- deberá extraer las duras y dolorosas lecciones que necesita. Acaso una de las principales enseñanzas que quedaron del pasado inmediato es la perentoria revalorización de la cultura del trabajo sobre la del consumo, en primer término, y en igualdad de plano la imprescindible rejerarquización de la producción nacional, tan devaluada durante la pasada década. Y en ese terreno es, justamente, donde muchas veces han sido los artistas quienes dieron el ejemplo. El cine constituye, sin dudas, una de las disciplinas estéticas en las que creadores que disponen en muchos casos de presupuestos irrisorios para filmar si se los compara con los del llamado Primer Mundo han sido capaces, sin embargo, de plasmar obras valiosas, que en no pocos casos han obtenido reconocimientos internacionales y hasta lo más difícil, el éxito económico. De allí que resulte claramente positiva la medida, recientemente aprobada, de reglamentar una "cuota de pantalla" para el cine argentino, que garantiza que toda película realizada en el país tenga una opción de estreno.

El presidente del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa), Jorge Coscia, brindó oportunamente claras explicaciones de la flamante resolución. "Un complejo multipantalla que tenga diez salas deberá estrenar diez películas argentinas por trimestre -comentó el funcionario-. El plazo trimestral apunta a no generar una acumulación innecesaria a lo largo del año. Si no hay películas en dicho trimestre las salas serán eximidas, y es muy probable que eso ocurra".

El objetivo final de la reglamentación -que tiene dos antecedentes, en la década del cuarenta y la del setenta del siglo veinte- resulta transparente: proteger al cine considerado más débil o "de arte", que ha sido el que en numerosas ocasiones ha sorprendido con producciones brillantes y que, pese a un supuesto "hermetismo", terminaron por conquistar al público masivo. ¿O no son ejemplo de lo antedicho realizaciones de los propios cineastas rosarinos, como Gustavo Postiglione y Héctor Molina, que tantas veces han debido penar durante largo tiempo para estrenar comercialmente sus filmes?

No han faltado, sin embargo, críticas a la medida, que desde una supuesta posición liberal la definen como autoritaria. Pero en verdad, se insiste, más allá de la retórica puramente formal que en este caso esconde intereses de otra índole, los únicos beneficiados por esta decisión serán los productores, directores, guionistas, músicos, actores, iluminadores, maquilladores y vestuaristas argentinos, amén -aunque resulte paradójico- del mismo público, que podrá entrar en contacto con mayor frecuencia que la actual con el talento que ha surgido en su propia tierra. Y esa experiencia es invalorable, además de que contribuye a formar una nación.

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