| miércoles, 30 de junio de 2004 | Editorial Fragmentacion que preocupa El clima político actual en la Argentina dista de inspirar el nivel de confianza que la dura coyuntura que atraviesa el país requiere. En todo el espectro ideológico, desde la izquierda más polarizada hasta la derecha más nítida, pasando por los múltiples matices que refleja el complejo prisma del peronismo, el tono del discurso —ajeno a cualquier barniz de contemporización— se vincula con la agresión, la “chicana” y el intento de trasladar el agua hacia el propio molino. Los dirigentes más representativos parecen haber olvidado que lo que se encuentra en juego es mucho más trascendente que sus apuestas personales o los intereses partidarios.
El delicado momento histórico, más allá de la notoria recuperación que ha experimentado la economía, no permite distracciones: la cohesión en torno de ciertos objetivos básicos se presenta como imprescindible. El trillado ejemplo español amerita, por tal razón, ser nuevamente recordado: pero nada ha ocurrido hasta el día de hoy en la República que se asemeje ni siquiera de manera remota al ejemplar Pacto de la Moncloa de 1977, por cuyo intermedio la Madre Patria comenzó a desandar con solidez el camino que la apartaría definitivamente de las sombras de la dictadura franquista.
Todo lo contrario: desde la retórica tribunera que suelen desplegar con excesiva frecuencia las principales espadas políticas del gobierno hasta la soberbia que ostentan referentes del duhaldismo y los agoreros pronósticos sobre la continuidad institucional que emanaron del menemismo, y pasando por la visión tremendista que cultiva Elisa Carrió o las críticas pseudodoctorales que emanan de los sectores neoliberales que reinaron en la década del noventa, el panorama no se presenta como un diálogo, sino como una coincidencia cronológica de monólogos cuyos emisores simplemente ignoran al otro, a quien encuadran en una categoría no demasiado lejana a la de mortal enemigo.
Esa lógica es peligrosa. La Argentina ya sufrió sus consecuencias en el pasado. Y si bien desde esta columna no se quiere pecar de ingenuidad, ni desconocer las discrepancias profundas que separan a hombres, grupos y partidos políticos, tampoco corresponde dejar de advertir sobre los riesgos que involucra jugar a este juego. Cada uno de los dirigentes que realmente se interese por el destino nacional, sea desde el ejercicio del poder o desde la oposición más cerril, debe aportar constructivamente a un marco de coincidencias básicas en el terreno político. Si no el “que se vayan todos” podría regresar, de la mano del caos. Y en ese río revuelto podrían hacer su ganancia los peores pescadores posibles. enviar nota por e-mail | | |