| domingo, 27 de junio de 2004 | Rosario desconocida: Un hada criolla José Mario Bonacci (*) La arquitectura tiene razón de ser en la protección de acciones humanas y se convierte así en un vasto cofre que oficia como archivo de la vida misma. Viejos muros de la ciudad al costado de cualquier calle bien pueden guardar un mundo de fantasía.
Hubo en pleno centro un rincón que al envejecer con los años fue siendo más y más entrañable englobando al tiempo, la bondad y la poesía. Su pobladora fue Juana Margarita Rodríguez, a quien entrevistamos oportunamente y su relato se convirtió en experiencia abonada en los campos de la magia y el candor.
Nos contó entonces que nació en la esquina de San Juan y Catamarca, en la ahora cercana Victoria, para ella una ciudad linda, quebrada, con antiguas casas de ricas rejas. Partió de allí el 27 de agosto de 1939 siguiendo el viejo camino Paraná-Santa Fe y luego el cruce en balsa, ahora superado por el flamante puente insertado en el monumental paisaje de islas. Su padre era mayordomo de estancia en Entre Ríos y recordaba a su padrino Abraham Capato, los dos radicales acérrimos "de Irigoyen". Su madre, una lectora incansable, en esta acción tanto reía como lloraba. Por eso ante la pregunta su niñera Porfila le explicó que las lágrimas de su mamá se debían a la emoción.
Juana quiso entonces saber qué debía hacer para leer. ¿Había que ser adivina? Y Porfila en su sabiduría le hizo saber que era necesario conocer las letras. Con el permiso de la madre, Juanita no durmió más la siesta y así Porfila le enseñó a leer y a los cinco años lo hacía de corrido. Terminó leyéndole el diario a su papá y a su padrino a la vez que les cebaba mates. Juana tuvo tres hermanitos que murieron de niños. Un varón y dos mujercitas llamadas Marquesa María de los Angeles, y Roberta María de los Angeles. Los padres nunca discutieron, salvo por su nombre.
Se impuso la madre con Margarita y así fue conocida en adelante. Pero el padrino le decía "Muñeca" y para todos los cumpleaños o en Nochebuena pedía muñecas como regalo. La infancia se frustró con la muerte de sus padres cuando tenía entre ocho y doce años. La protegieron unos tíos y como no tenía hermanas, Antonio, Abraham y José María sus hermanos vivos, le enseñaron que al ser mujercita, tenía que jugar con muñecas. Trompos zumbadores y cometas eran para los hermanos varones. Si las nenas tenían cometas, éstas las llevarían al cielo, lejos de su madre, volando.
Enfermera de muñecas Esta fábula contada entre viejos muros de la ciudad, presentó a Margarita como la más reconocida enfermera de muñecas. Su vida la dedicó a recomponer y "sanar" muñecas. Pero antes, a los 12 años, aprendió corte y confección con el sistema Mendía y con lo que ganaba se compró una máquina de coser que la acompañó toda la vida. Una tía se enteró por Caras y Caretas sobre un curso por correo para fabricar muñecas y así descubrió los misterios del papel maché y la fabricación de títeres. Contra la voluntad de un hermano Margarita se largó para Rosario a los 22 años aunque según aquél "las chicas se echaran a perder" y trajo consigo a un ahijado de tres años que después se casó y vivió en Santa Fe.
Quisimos entonces enterar a Margarita que cuando pasábamos por su casa en los años 50 para ir al Liceo Avellaneda nos sorprendían las muñecas en una vidriera de su castillito céntrico. Así nos enteramos que tenía clientes de provincias vecinas y hasta de Europa. Pudimos atestiguar la llegada de un matrimonio de Asturias que venía a la Argentina todos los años con una enorme muñeca alemana de porcelana. Quedó "internada" en el castillo y Margarita se encargó de atenderla hasta que sus dueños regresaron un año después.
Visitante ilustre Esta hada criolla, que vivió su vida conversando con muñecas estuvo primero en Necochea 2145. En Pellegrini al 900 estaba "La bella Nápoli" y con un vermouth de 20 platitos y un remo para su ahijado cenaban los dos para pasear luego por la plaza López. Años después se mudó adonde la conocimos, en Maipú 1236, Una vieja casa con puerta y arco de medio punto y reja que denunciaba su edad (1876).
En 1982 visitó la ciudad Rogelio Salmona, superlativo arquitecto colombiano de Bogotá. Por invitación de Edgar Andino, querido colega y entusiasta arquitecto local, escuchamos una disertación de Salmona en el Centro de Jubilados de la Ingeniería en Maipú 1236, exactamente enfrente de la casa de muñecas. Al salir, el visitante preguntó qué había en esa casa tan antigua y accedimos a presentarle a su particular habitante. A la izquierda del ingreso estaba el taller de Margarita que llevaba a un patio con baldosas coloradas, los muros pintados de un azul intenso, arcos metálicos sirviendo de sostén a una generosa enredadera llena de flores, luego una balaustrada indicando el final de la casa y el comienzo de un enorme terreno que llegaba a cubrir más de sesenta metros de longitud desde la calle. Allí, Margarita o mejor dicho "Muñeca", cuidaba con amor su quinta poblada de hortalizas y frutas, con almácigos delimitados por alambres de los cuales colgaban tiras de géneros de mil colores agitadas por la brisa y en el fondo de la perspectiva un grandioso eucaliptus de gran altura, alrededor de cuya copa se movían cantando los pájaros.
Todo engrandecido por el brillante sol de mediodía. Salmona observaba extasiado aquella escena y volviendo hacia la calle, no pudo callar su conclusión: "¡Esto es Macondo!", aludiendo al realismo mágico de Gabriel García Márquez. Algún tiempo después "Muñeca" se despidió de este mundo en el Pami de calle Sarmiento y bajo una lluvia torrencial seis de sus amigos depositamos el féretro en La Piedad viejo, para que lo cubriera la tierra.
Hace unos años, su castillito cayó vencido por la piqueta, desapareció su encanto y el progreso disimuló la pérdida con indiferencia.
Rogelio Salmona se desempeñó como colaborador de Le Corbusier en el mítico estudio de Rue de Sevres 35, en París. Por esos tiempos quizás nunca imaginó que treinta y dos años después iría a estrechar la mano de ese ser humano encantador y humilde que fue "Muñeca", nuestra hada criolla. Es la magia urbana, es el llamado de lo aparentemente invisible que sabe hacerse oír cuando el ciudadano hace algo más que caminar descuidadamente.
(*)Arquitecto
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