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 domingo, 20 de junio de 2004

Convivencia entre padres e hijos
Adolescentes en casa

Una característica de la familia posmoderna es que los hijos permanecen en el hogar hasta edades no habituales en la generación anterior, lo que señala una mayor dependencia de los jóvenes y la dificultad para abrirse camino sin la ayuda de los padres. La autonomía financiera de los jóvenes y la adquisición de un trabajo estable es casi una utopía.

La escasez de trabajo y la exigencia de una prolongada preparación para acceder a un empleo contribuyen a acentuar esta presencia de hijos mayores en el seno del hogar. En el mejor de los casos, los jóvenes accederán a un empleo con bajos honorarios o contratos de tiempo limitado. Si sus padres han tenido éxito, ya sea comercial o profesional, sus hijos al independizarse suelen descender de clase social, o por lo menos vivir económicamente de una manera más limitada que sus padres. Por ello, para seguir perteneciendo a la misma clase o gozar de sus beneficios, tienen que seguir siendo hijos, pues la independencia que pueden lograr significa una vida más restringida que la que llevan con sus padres.

En algunas familias acomodadas esta dificultad para despegar de la casa familiar se resuelve cuando los padres se hacen cargo de los gastos de vivienda de los hijos, o los ayudan económicamente, lo cual es otra forma de continuar la dependencia. Es cierto que a esta demora para abandonar la casa paterna han contribuido las nuevas condiciones en las relaciones paterno filiales. La declinación de la autoridad del padre trajo como consecuencia una mayor liberalización en el trato entre ambas generaciones, y una mayor libertad de los hijos dentro del hogar.

En otro momento histórico, éstos estaban ansiosos de escapar al control, a la autoridad y a la tutela de sus mayores para disponer de su vida a su antojo, pues esa tutela y esa autoridad eran muy rigurosas y se enfrentaban a sus deseos. Hoy, por el contrario, se registra el fenómeno que los españoles llaman de "la sopa boba". En el hogar se registra un clima de confort y bienestar, la mesa está servida, la ropa lavada y planchada, la habitación limpia y ordenada y los jóvenes pueden compartir con sus amigos o novios la intimidad del dormitorio sin la interferencia paterna, y todo esto sin ningún esfuerzo de parte de los beneficiarios.

Los dueños de moteles u hoteles alojamiento se quejan de una baja considerable de ingresos, por cuanto las pasiones juveniles pueden satisfacerse sin gastos en la comodidad del hogar. Han dejado de ser las parejas de novios sus clientes habituales, para albergar a aquellos que están ocultando y protegiendo una relación clandestina. Los padres no solamente hacen la vista gorda ante las puertas cerradas del dormitorio de sus hijos, sino que consienten esta situación, pues en momentos de inseguridad les tranquiliza tener a los hijos en casa.

También la presencia de los mismos en el hogar estimula la comunicación familiar: la interacción se facilita cuando se comparte un mayor espectro de actividades y de intimidad, lo cual permite a los padres intervenir aconsejando o acompañando a los hijos. Claro que, la mayor permanencia de los hijos en el hogar ratifica la dependencia de los mismos con sus padres y, a la vez, contribuye a un intercambio emocional intenso en el seno de la familia, en momentos en que la sociedad, en especial la urbana, impide o limita el intercambio puertas afuera.

Las condiciones históricas que la posmodernidad impone a la juventud, aplaza el momento de su autonomía económica y fomenta la dependencia afectiva. El resultado es que la familia termina siendo el reducto más importante de la vida emocional de los jóvenes, quienes, mitad víctimas, mitad cómplices, quedan entrampados en la jaula de oro del hogar.

Domingo Caratozzolo

Psicoanalista

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