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 domingo, 23 de mayo de 2004

Panorama político
Kirchner, con más luces que sombras

Mauricio Maronna / La Capital

A punto de cumplir su primer año de gobierno, Néstor Kirchner estuvo a la altura de las circunstancias.

El desconocido gobernador, que fue conducido desde el frío del sur hasta lo más alto de la pirámide institucional de la mano más rancia del aparato político, se calzó la banda y el bastón por la negativa de salir a pista de Carlos Reutemann (primero) y por el espanto que producía en gruesas franjas de la sociedad un eventual regreso de Carlos Menem al poder (segundo).

Con el magro 22% de legitimidad que cosechó en la primera vuelta, Kirchner entendió que para desembarazarse del sayo de "Chirolita de Eduardo Duhalde" que comenzaban a colgarle los humoristas políticos, y que acicateaban los poderosos barones del conurbano, no había mejor táctica que la que Alfio Coco Basile aplicaba en las charlas de café: "No hay mejor defensa que un buen ataque".

Con un país columpiándose en el precipicio, harto de las viejas artimañas políticas, la oposición en rigor mortis y los tradicionales factores de poder con las defensas más bajas que Diego Maradona en la quinta de General Rodríguez, Kirchner salió a definir el partido en los primeros veinte minutos. Y ahí ganó, gustó y goleó.

Espolvoreando su retórica setentista sobre los grandes centros urbanos logró atraer las simpatías de la culposa clase media que antes se regodeó con las ventajas del uno a uno, con el producto envasado y servido en bandeja por el publicista Ramiro Agulla bajo la etiqueta "Alianza", que apenas salió del recipiente mostró sus vahos fétidos. Fernando de la Rúa y el conglomerado de radicales y frepasistas que lo acompañaron llevaron a la Argentina al fondo del pozo, pero el realismo mágico de Adolfolandia demostró que el apego nacional al nihilismo le daba otra vez la razón al apotegma trazado hace décadas por Jorge Luis Borges: "En este país se robaron hasta el fondo del pozo".

Los balances (usualmente dominados por el maniqueísmo mediático que intentan prestidigitar a la opinión pública hacia la exaltación de las virtudes o la demonización de los defectos) de un año de gestión presidencial no deben olvidar desde dónde venimos para proyectar hacia dónde vamos.

El pressing asfixiante que llevó adelante Kirchner derrumbó como un castillo de naipes en medio de una sudestada a la mayoría automática de la Corte Suprema, presidida por un ex policía riojano que demostró toda su vulgaridad apenas los focos iluminaron su humanidad; descabezó a las cúpulas de las Fuerzas Armadas y de Seguridad y cacheteó todo resquicio donde pudiera germinar un mínimo foco de rebeldía u oposición.

La batalla contra Mauricio Macri en la Capital Federal se dirimió en el ballottage tras una ofensiva comunicacional que no tuvo pruritos, códigos ni límites. Aníbal Ibarra (una especie de Adelina de Viola progre) pudo revalidar una gestión cuanto menos mediocre gracias a los vientos del estilo K que, por entonces, se desplazaban a una velocidad ultrasónica. Un bálsamo para el reservorio transversal encabezado por el ex cavallista y ex duhaldista Alberto Fernández, quien empalideció el día en que Reutemann le hizo morder el polvo y archivó en el arcón la foto más soñada por el jefe de Gabinete: Hermes Binner, Luis Juez, Aníbal Ibarra (y en ese momento Elisa Carrió) posando victoriosos ante los flashes.

El sesgado acto en la Esma, con el presidente autoerigiéndose como el único que reparó en el valor de los derechos humanos durante la posdictadura, fue la primera barrera que frenó al santacruceño: la opinión pública (y también la publicada) por primera vez le marcó una raya al hasta entonces incombustible mandatario, quien debió reconocer que había estado equivocado.

El presidente ha superado con creces su objetivo de eliminar la impunidad. La casi nula reacción de los rosarinos (excepto la valiente y consecuente tarea de los organismos de derechos humanos locales y la amplia difusión de los medios) frente a la catarata de pedidos de detención ordenados por el juez Omar Digerónimo demuestra que la volátil opinión pública hoy está preocupada por otras cuestiones.

La política de los gestos y la sobreactuación empezó a exhibir luces amarillas que mutaron hacia el rojo cuando el señor Blumberg (hoy intoxicado por una peligrosa sobredosis de TV) reunió a más de 150 mil personas en los alrededores del Congreso pidiendo por seguridad y justicia plena.

La campaña permanente, los consejos de algunos intelectuales fascinados por el "estilo jacobino" y la "mirada sartreana" (¿?) del jefe del Estado ya no alcanzaron para mantener ocultos los flancos débiles de la administración. La crisis energética, la suba de precios, el desplome de ciertos commodities, la tensa relación con Chile, el aumento de las tasas de interés y, fundamentalmente, los escandalosos índices de pobreza y marginalidad son los desafíos que ya no pueden esperar más.

Más allá del juego de las fotos con los transversales Hermes Binner, Luis Juez e Ibarra, la aparición en escena de Duhalde junto a Jorge Obeid y José Manuel de la Sota alteró el pulso político, le metió ruido a la economía y enfureció a Kirchner.

Pero en política la sangre es un líquido que seca rápido: el presidente limó asperezas con el Lole ("se respetan: tienen el mismo carácter, son individualistas, rencorosos, desconfiados, obsesivos con los números de la economía del día a día y no les abren el juego más que a unos pocos", los alineó ante La Capital alguien que los conoce como nadie), viajó a Córdoba y comprobó que por ahora Juez es más un extravagante humorista cordobés que un peligro para la administración del indescifrable gobernador De la Sota. Ahora se apresta a recomponer la relación con Obeid.

"¿Cuándo lo vamos a recibir al Turco?", le preguntó hace pocas horas el secretario General de la Presidencia, Marcelo Parrilli. "La semana que viene armamos una reunión, pero primero quiero ver qué me trae el Chueco (por Juan Carlos Mazzón)", cabecera de playa para el desembarco, mañana, de una delegación santafesina en la Casa Rosada.

Los movimientos del sureño servirán para auscultar de ahora en más cómo será su estrategia política, que requerirá de consensos amplios, menos ampulosidad y una formidable capacidad de gestión para impedir un derrumbe de la economía que parece marchar con piloto automático. "(Roberto) Lavagna es más un diplomático que un ministro de Economía: no hay plan, los precios suben y no termina de entender que el presidente, le guste o no, es el Lupo", apuntó un legislador nacional por Santa Fe.

Aunque en la superficie sigan sobrevolando los eternos vaivenes de la transversalidad, las embestidas de Carrió, las futuras candidaturas y los movimientos de Duhalde, el 2004 será el año de la gestión y el eventual trampolín hacia el futuro electoral del mandatario.

La reconstitución del liderazgo presidencial, la vocación de negociar con firmeza cada peso que exigen los organismos internacionales y la estupenda oportunidad que le ofreció a la política de reconciliarse con la gente demuestra que Kirchner tiene razones para sentirse satisfecho con su primer año de gobierno.

Aunque no puede darse el lujo de tirar manteca al techo.

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