| domingo, 23 de mayo de 2004 | Cultura Eternamente joven Desde los griegos, el cuerpo representó una preocupación para los hombres. Ya siete siglos antes de Cristo, las dietas, la gimnasia y los masajes representaban verdaderas esculturas vivientes; de esta manera se convertía en una obra de arte. Los romanos también se preocuparon por el cuidado de sí. Los paganos dedicaban varias horas para baños y afeites y era un privilegio poseer piscina propia. Los demás, incluso esclavos, acudían a piscinas públicas. En ambos pueblos están presentes la estética y el cultivo de uno mismo.
Durante la Edad Media, y a partir del triunfo del cristianismo, el cuerpo es ignorado e incluso despreciado por ser portador del pecado, era la atadura que trababa el alma. Los religiosos medievales creían que la belleza terrena y visible no debía distraer de la auténtica belleza infinita. Quien ha conseguido ser bello, se ha acercado a Dios porque él es la belleza y ya no necesita contemplar las cosas bellas del mundo. Sin embargo, aquel que tenía algún defecto físico o enfermedad, como los leprosos, por ejemplo, eran considerados pecadores porque llevaban en su cuerpo el castigo divino.
A partir del Renacimiento, la concepción de belleza es mucho más luminosa; resurge el cuerpo en el arte y se intenta reflejar la naturaleza y también al hombre tal cual es en la realidad, sobre todo sus cuerpos armoniosos y bellos.
Con la invención de la imprenta, a mediados del siglo XV, comenzaron a aparecer en Europa libros de recetas y secretos para perfumes y cosméticos. La atención se centraba en el pelo, la cara, el cuello, los pechos y las manos.
El pelo rubio se conseguía aclarándolo al sol con jugo de limón o mezclas hechas con sulfuro o azafrán. El maquillaje era un indicador del rango social, incluso las capas de pintura en algunas mujeres se convertían en una auténtica máscara que les impedía sonreir. Ser bella era una obligación, pues la fealdad se asociaba con la inferioridad social y el vicio.
Entre los siglos XV y XVII el raquitismo, el escorbuto, entre otras enfermedades, distinguían a las mujeres ricas de las que no lo eran; incluso, algunas recurrían a preparaciones especiales con mazapán para evitar la pérdida de peso. Durante estos años, el baño era una amenaza para la salud consideraban que el cuerpo seco estaba cerrado, y vulnerable cuando estaba húmedo. Se hablaba de los efectos debilitantes del agua caliente, y era la pérdida de fuerzas vitales lo que hacía que permanecieran en cama durante varios días como precaución luego de la higiene.
La liberación A principios del siglo XX se redescubre lentamente el cuerpo. Hasta hace apenas cien años la barriga era considerada marca de riqueza, vigor y respetabilidad social, no un signo de insalubridad o de negligencia. Nada resultaba menos atractivo que una mujer huesuda, laxa, de rostro lánguido y piernas de tero. Por entonces no se juzgaba a la grasa como "inútil" ni perniciosa sino, por el contrario, como una evidencia de lozanía, vitalidad y holgada posición social.
Hasta ese entonces, el aseo estaba muy limitado. En primer lugar por el trabajo que costaba conseguir agua, y en segundo lugar, se creía que ablandaba los cuerpos. Se usaba lavarse las manos y el rostro porque era lo único que se veía.
El período de entre guerras es la época de la liberación del cuerpo. Las revistas de la época alientan a las mujeres a ejercitar sus abdominales cada mañana y aparece la preocupación por una alimentación más liviana. Ya en 1937 la revista Marie Claire recomendaba a las mujeres permanecer atractivas si querían conservar a sus maridos. Esto dio lugar a que los cuidados de belleza, el maquillaje y la pintura de labios, no fuera patrimonio de las mujeres más "livianas", sino que fuera adoptado por la mayoría. En 1951 la Revista Elle presentaba una encuesta que revelaba que el 25% de las mujeres no se lavaban los dientes o el 39% se bañaban una vez por mes.
En cuanto a la cultura física, la evolución también es visible. La irrupción de las dietas para adelgazar y la práctica de deportes forma parte de una compleja operación en la que el cuerpo es rehabilitado frente a una tradición cristiana que lo hacía blanco de permanente sospecha. En estos días el mantenimiento del cuerpo a través de la práctica de algún deporte o de frecuentar el gimnasio, no sólo es una obligación, sino cuestión de gusto personal.
Los medios de comunicación, apoyados en los soportes tecnológicos, han ayudado para que se expandieran rápidamente las nuevas prácticas. El cine, la televisión y la publicidad, a través de su llegada masiva, han acelerado bruscamente la adopción de las modalidades corporales para lograr una vida sana.
Hoy el cuerpo no sólo ha cambiado por el aseo, las dietas o la gimnasia, sino que se ha recurrido a la cosmética (cremas antiarrugas, fangos o lociones para la caída del cabello) y a la cirugía estética masiva. De este modo, ocuparse del cuerpo adquiere un lugar preponderante en la sociedad actual. Hoy se hace ostentación del bronceado, de la piel lisa, de la flexibilidad corporal. El cuerpo es mostrado y se trabaja muy arduo para ello. No sólo importa el resultado, sino el hecho de haber dedicado tiempo para embellecerse. Esto no sería peligroso si fuera pensado en función de la salud para mejorar la calidad de vida.
Resignarse a envejecer no es una virtud de esta época, el principal objetivo es ser eternamente joven. Cabe preguntarse si esta inversión de esfuerzo hace al hombre más feliz.
Carina Cabo de Donnet, cientista de la educación y profesora en filosofía y pedagogía
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