| domingo, 23 de mayo de 2004 | Legado. Para las organizaciones de beneficencia "donaciones eran las de antes" La filantropía dejó de ser costumbre entre las familias ricas de la ciudad Sus abuelos fundaron hospitales y museos. Actualmente cuesta encontrar sponsors para entidades públicas Laura Vilche y Diego Veiga / La Capital A principios del siglo pasado las familias adineradas de la ciudad prácticamente se peleaban por fundar hospitales, escuelas, bibliotecas, parroquias o donar parte de sus bienes a instituciones y entidades de beneficencia. Esta actitud filantrópica dio origen a gran parte del actual patrimonio arquitectónico y cultural de Rosario. Por dar unos pocos ejemplos, el Palacio Vasallo, actual sede del Concejo Municipal, y el Museo de Arte Decorativo Firma y Odilo Estévez, son mansiones donadas por sus antiguos dueños al municipio. Y gran parte de las obras del Museo Juan B. Castagnino es un legado del patrimonio familiar.
Claro que las acciones de bien persisten en la actualidad, pero integrantes de asociaciones y ONG, tanto como académicos que dialogaron con La Capital coinciden en decir que mecenas y filántropos "eran los de antes". Y sobran ejemplos: la obra del nuevo Hospital de Emergencias Clemente Alvarez (Pellegrini y Vera Mujica) está paralizada desde el 2002. Faltan 22 millones de pesos para terminarla y ningún privado se ofrece a colaborar para darle fin. Tampoco es fácil juntar los 2,5 millones de pesos necesarios para embellecer el teatro El Círculo, que será sede del Congreso de la Lengua. Sin dudas los tiempos han cambiado y la ayuda por "amor al género humano" -tal como define el diccionario a la filantropía- también.
Esta misma semana, la comunidad educativa rosarina se conmovió con la apertura del Complejo Ziperovich (Juan B. Justo y Travesía), una escuela donada para 350 alumnos de la comunidad toba. Los dineros no salieron de las arcas del Estado, sino fundamentalmente del bolsillo del hijo de Rosa Ziperovich, una de las ilustres pedagogas de Rosario. La acción se hizo pública por la grandeza de sus protagonistas, pero también por su singularidad: Saúl Ziperovich no es precisamente un hombre adinerado y no abundan personas que regalen escuelas a la comunidad.
En el 2002 otro gesto de este tenor fue noticia. María Antonia Astengo -hija de Enrique, uno de los fundadores del Hospital del Centenario- donó cerca de 300 mil dólares al centro asistencial y permitió así construir lo que es hoy el hospital de día con tres quirófanos y una docena de salas de asistencia ambulatoria. El lugar obviamente lleva el nombre de la familia.
Dos años antes, la firma Francovigh SA también se destacó por un acto filantrópico. René, titular de la empresa, le entregó 250 mil pesos a la Municipalidad para construir un velódromo en el parque Regional Sur (Arijón y Ayacucho). A la fecha, si bien se levantó un circuito para esta especialidad, el velódromo Dionisio Francovigh -en homenaje a quien fuera un ciclista de la ciudad- sigue en construcción.
Los orígenes Según explica la historiadora y docente de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) Alicia Megías "el filantropismo tuvo su origen en la ciudad durante la segunda mitad del siglo XIX. En realidad, en ese tiempo empezaron a florecer las asociaciones filantrópicas", asegura.
Para Megías, las acciones de donación de bienes o dinero "seguramente estaban motivadas por la necesidad de ayudar a quienes menos tenían, pero también esas prácticas otorgaban una especie de prestigio social a quienes las realizaban".
La historiadora no cree que el filantropismo haya desaparecido, más bien se inclina por pensar que lo que cambió es el contexto actual de la sociedad. "Las asociaciones filantrópicas surgieron en un momento en que el Estado recién se estaba organizando y por lo tanto no había quién se encargara de dar una contención social a quienes menos tenían. A medida que el Estado empezó a realizar una contención social, la lógica de estas asociaciones se fue diluyendo", remarca.
Sin embargo, la especialista sostiene que hoy todavía hay muchas familias que donan dinero o bienes a la sociedad, pero la acción se nota menos. "Sucede que antes la sociedad era más chica y entonces ese tipo de actos se notaban más que ahora", subraya.
Distinta es la opinión de María Teresa Vilela, nuera de quien fue médico, intendente y militante radical de Rosario e inauguró el hospital de niños municipal que hoy lleva su nombre: Víctor J. Vilela.
Como presidenta de la Fundación Vilela, María Teresa destaca que "ya no es habitual que las familias adineradas nos den su apoyo, esa cultura se perdió", sostiene.
Para el historiador e investigador del Conicet Miguel Angel De Marco (h), este cambio se explica principalmente porque, a diferencia de lo que sucedía con las elites del siglo pasado, actualmente no existe un "espacio político de confianza" donde ejercer acciones filantrópicas. "Por la gestión de distintos gobiernos nacionales y provinciales se perdió el ámbito donde estas personas pudieron ejercitar la defensa de los intereses no sólo de sus círculos, sino de sociedad en su conjunto. Quedaron marginados de lo público, se volcaron a lo privado o emigraron porque la ejemplaridad ya no pasó por la participación política".
La presidenta de la Fundación Camino, Ivonne Roullión de Witry, encuentra una estrecha relación entre este alejamiento de la política y los cambios de valores. Para ella, hombres como su abuelo y su bisabuelo, Alfredo Roullión y Ciro Echesortu, eran "héroes, visionarios y mecenas que compraban sus casonas pero nunca dejaban de hacer obras para los demás. Querían a su comunidad y confiaban en sus políticos, personas inmaculadas y serias de la época, porque sabían que ellos cuidarían esos bienes legados al Estado".
Roullión de Witry sostiene además que para que esto vuelva a darse "hay que apuntar a una ley de mecenazgo moderna, que invite a un empresario a levantar un hospital y a cambio se lo premie con desgravación impositiva".
Y De Marco se anima a hacer un análisis a futuro. "Creo que tras los pocos descendientes de esa elite, que aún hacen obras de bien, no habrá una próxima generación que continúe con ese estilo de filantropía. Los tiempos cambiaron y la forma de ayudar y participar en la vida pública también".
El rescate de El Círculo Con un perfil similar opina sobre el tema el titular de la Asociación Cultural Teatro El Círculo, Guido Martínez Carbonell. Para él, el mecenazgo se reemplazó por el sponsoreo y fundamentalmente porque "la actitud dadivosa y desinteresada, toda una filosofía frente a la vida, hoy no tiene peso".
Martínez Carbonell asegura que El Círculo es un verdadero caso testigo de las instituciones sostenidas por el esfuerzo de los privados. "En 1898, Emilio Shiffner, un empresario y juez de la ciudad, rescató al teatro cuya obra había quedado abandonada. En 1943 el teatro estuvo a punto de demolerse y fue la asociación, conformada por gente de la cultura y empresarios, la que lo salvó", recuerda.
El Hogar del Huérfano es otra de las entidades que sobrevive gracias a la ayuda de la gente. Así lo afirma la presidenta de la Sociedad de Protección al Huérfano, María Eugenia Saccone, y enumera algunas de las grandes donaciones recibidas por la institución: 10 mil dólares cedidos por la familia del médico Gerónimo Vaqué, con los que se construyó una sala para 30 niños de 2 años, y tres testamentos, aún en reserva, que ceden propiedades y bienes familiares. "Acciones maravillosas, pero esporádicas en los tiempos que corren", sostiene.
También la Sociedad de Beneficencia de Rosario (dueña de los edificios del Hospital Provincial y del Geriátrico Provincial) recibió hace ochos años una propiedad como legado. "Un caso aislado", remarca la titular de la entidad, Isolda Baraldi. Y desde Cáritas, el padre Osvaldo Bufarini agrega: "Es cierto, hay un cambio de actitud en cuanto a la donación. Antes, las familias adineradas donaban hasta iglesias. Hoy esas familias aumentaron, muchos son los herederos y bajaron los montos del capital. Actualmente dona más el que menos tiene", admite el párroco.
Las instituciones culturales también se alimentan de donaciones, pero muy lejos de estos lares. Eso afirma el director del Museo Castagnino, Fernando Farina, cuando advierte que en Estados Unidos, las familias más poderosas parecen entablar una especie de competencia por ver quién dona más piezas de arte a los museos. Y si bien Farina no soslaya que allí existe una especie de desgravación impositiva para quien done obras o construya salas en museos, se encarga de subrayar que "el compromiso cultural es muy fuerte".
La historiadora Megías, en tanto, destaca que "no se puede asegurar que quienes donaron bienes o dinero al Estado buscaron trascender de ese modo, sino más bien ocuparon espacios que una sociedad en formación aún no había podido llenar".
En el medio del análisis surge otro aspecto que pudo haber frenado los legados de los filántropos, y es el descrédito por la falta de transparencia administrativa en el que cayeron en las últimas décadas muchas instituciones del Estado.
La presidenta de la asociación del Hogar el Huérfano coincide que para recibir donaciones es fundamental ser transparente. "Nosotras entregamos todas las boletas, la gente que nos da sabe y ve dónde va su dinero; por eso, aunque menos que en otras épocas, siguen pensando en el Hogar al momento de hacer el bien", sostiene Saccone.
Así, los legados sobreviven. Pero no caben dudas de que son cada vez más espaciados, de menor monto y que en su mayoría ya no provienen de los bolsillos más acaudalados de la ciudad.
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