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 sábado, 22 de mayo de 2004

Editorial
Cumpleaños y ejemplo

La Argentina vive una época signada por la desmemoria, una coyuntura atravesada por el mayoritario olvido de su propia historia. El hecho es preocupante, sobre todo porque la inédita crisis que azotó a la República obliga a la reflexión autocrítica, que de manera inevitable necesita estar precedida por el conocimiento exacto. No son muchos los símbolos de épocas mejores o los ejemplos de conducta que perviven en un país abrumado por el presente y duramente golpeado por el pasado inmediato. Una de esas personas es Leticia Cossettini, quien acaba de cumplir nada menos que cien años. La legendaria maestra rosarina de la "Escuela Serena" fue objeto, el día que llegó al siglo, de un merecido homenaje, al cual se agregan estas líneas que por fuera de la feliz circunstancia intentan rescatarla como modelo de vida para una sociedad desorientada.

Entre 1935 y 1950, y en la intransferible compañía de su hermana Olga (que falleció en 1987), Leticia convirtió en realidad un proyecto insólito para la época: la Escuela Experimental Gabriel Carrasco, llamada "Serena". En esas aulas del edificio de Agrelo y Larrechea, en pleno barrio Alberdi, las dos mujeres llevaron adelante una iniciativa revolucionaria en el terreno pedagógico, con el arte y la creatividad como ejes de la formación infantil.

Quienes fueron sus alumnos en esos años hoy son abuelos; algunos de esos hombres y mujeres se hicieron presentes el pasado miércoles, cuando Leticia festejó su cumpleaños, para manifestarle su afecto y su profundo agradecimiento por una experiencia que califican de única y decisiva en el rumbo posterior de sus vidas.

Armonía puede ser la palabra indicada para precisar la impronta formativa que las Cossettini moldeaban con mano tierna, pero firme. Las rondas en el patio para escuchar sinfonías, las caminatas hacia el Paraná con el objetivo de observar plantas y aves, los trabajos en el laboratorio de ciencias naturales, el "coro de pájaros" y los concursos de lectura son parte de los entrañables recuerdos de sus alumnos, quienes cuentan que ni sus hijos ni sus nietos han sido o son beneficiarios de nada parecido.

Es que, sin dudas, las Cossettini fueron excepcionales. Y Leticia, que sobrevive lúcida, aún transmite desde el brillo de su mirada el mismo e inmodificable fervor por la enseñanza, "luz que se vuelca sobre los otros", según sus propias e inmejorables palabras.

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