| domingo, 09 de mayo de 2004 | Lecturas: Pierre Boulez, la creación sin dogmas Reportaje. "La escritura del gesto", de Pierre Boulez. Editorial Gedisha, Barcelona, 2003. Fernando Toloza / La Capital El libro de entrevistas del director de orquesta y compositor Pierre Boulez con Cécile Gilly es una larga y entretenida conversación sobre música dividida en cinco estaciones. La entrevistadora conoce bien la obra de su entrevistado y en principio sus preguntas dan el pie para que Boulez se explaye; es decir, las preguntas del comienzo son una especie de complicidad a la espera de que en la charla se produzcan algunos de esos momentos únicos en los que el entrevistado parece descubrir su obra bajo un aspecto nuevo, producto de elaborar otra manera de pensarla al tener que comunicarla en el registro de las palabras.
En la primera parte del libro Boulez rememora su entrada casi casual al mundo de la dirección orquestal. El músico relata que sus primeros pasos en el podio fueron como suplencias, recursos de último momento para salvar un concierto, una temporada o un programa. Desde el comienzo, la música del siglo XX ocupó su interés, aunque distintas circunstancias lo llevaron al mundo de Richard Wagner, con lo cual se profundizó una larga serie de polémicas en torno a Boulez, polémicas que no han tenido descanso en la larga vida del músico nacido en 1925. Un ofrecimiento para dirigir "Parsifal" en Bayreuth, el corazón del mundo wagneriano, desató la crítica de los clasicistas, que se oponían a que un director especializado en la música del siglo XX, desde Stockhausen a Berio y Nono, asumiese la dirección de Wagner.
El episodio de dirigir a Wagner, que se reforzaría años más tarde con su trabajo en la "Tetralogía", también en Bayreuth, puso de relieve el tipo de intérprete que Boulez quiso ser y ejemplificar: un director capaz de ir de un repertorio a otro, consciente de que los cambios otorgan nuevos puntos de vista y enriquecen. El mantener compartimentada la música, le dice Boulez a Gilly, es grotesco y absurdo, porque limita y llena de arrogancia el mundo musical al establecer el imaginario de que hay algunos "depositarios del patrimonio" que pueden dictaminar qué es música y qué no lo es.
Quizá la gran cantidad de polémicas que Boulez ha enfrentando en su carrera se relacionan con esa premisa de que los músicos se interesen tanto por el repertorio clásico como por el contemporáneo. Al menos, eso es lo que sugieren algunos momentos en las conversaciones con Gilly, en las cuales el director relata la oposición que ofrecieron algunos intérpretes de Wagner con los que tuvo que trabajar, y quienes creían poseer el secreto de cómo debían interpretarse las obras del compositor admirado y odiado por Nietzsche.
En esta primera parte de las conversaciones también hay lugar para la nostalgia por la muerte de Wieland Wagner, con quien Boulez tenía un proyecto ambicioso de obras teatro-musicales que después nunca puso en práctica. Pero es una nostalgia de tipo profesional ya que el libro no avanza sobre la vida privada y emocional del director, o sí los sentimientos aparecen es sólo en función de la creación. Esta decisión de hablar sólo de música es valiosa en un contexto informativo donde lo que se espera de una charla con una "personalidad" son revelaciones íntimas, paseos por los mundos privados de los creadores, y donde la obra sólo funcione como detalle. Igual, Boulez siempre se las arregla para deslizar anécdotas, pero la diferencia es que capitaliza el concepto que de ellas puede desprenderse.
Después de la etapa en la que Boulez se definió como director, el libro aborda, en uno de sus mejores momentos, las creaciones de Mahler, Berlioz y Wagner. Hablan allí el estudioso y el hombre práctico, el que conoce la obra y el que se ve ante el desafío de interpretarla.
Otro momento especialmente rico es la charla sobre Stravinsky, a partir de la cual Boulez se explaya sobre el hecho de componer y dirigir. Stravinsky ilustra algunas de las paradojas de la cuestión ya que, según Boulez, el creador de "La consagración de la primavera" no era el mejor director de sus obras, así como Debussy no era el mejor intérprete de algunas de sus obras para piano. Y en la paradoja se encuentra una buena definición de Boulez, ya que la paradoja pone en entredicho los dogmas, y Boulez ha querido escapar siempre de los dogmas, porque banalizan y cierran el camino creativo.
La creación de elencos como el Ensemble InterContemporain, las relaciones entre gestualidad y partitura, y el aporte y la caducidad de las nuevas tecnologías son otros aspectos de la charla que ratifican la importancia de Boulez como referente de la música del siglo XX, no sólo en su producción como músico sino también en el mundo de las palabras. enviar nota por e-mail | | |