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 domingo, 09 de mayo de 2004

Lecturas
López de Tejada: La poética de la desmesura
Novela. "El devorador anónimo", de Manuel López de Tejada. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2004

Leonel Giacometto

A partir de la primera página se resuelve la incógnita que reza en la contratapa de "El devorador anónimo", y que viene a cuento sobre quién es el personaje de la última novela de Manuel López de Tejada (Rosario, 1959). No caben dudas que leyendo las primeras líneas del primer capítulo el lector se entera perfectamente de quién es la voz y sobre cuál es su estado actual. Pero lo mejor es no decirlo porque la impronta es más efectiva al enterarse justo en el momento preciso de iniciar la lectura de la novela.

"Mi condición actual es contradictoria", dice el personaje que no sabe por qué hace lo que hace, pero no puede dejar de hacerlo. Y, mientras hace una cosa, también hace otra: recuerda, rememora, vuelve hacia atrás y se detiene en pasajes de su vida con el determinante objetivo de que esas historias pasadas no se desintegren y para que, dice, "su repetición pudiera darles un sentido". Al volver sobre su pasado reestructura su presente e intenta comprenderlo, ya que, en el estado en el que se encuentra, no debería estar haciendo lo que hace; sin embargo, lo hace. Así vendrán un cúmulo de hechos, situaciones y personajes que están cimentados por una acción "voraz", la cual es el único argumento que encuentra el personaje para comunicarse con el mundo.

En los primeros capítulos, el personaje recuerda su época adolescente y el cierre de la misma con la conscripción y el servicio militar. En un batallón del sur descubrirá cómo su voracidad se emparenta a la de otro conscripto con las mismas características que las suyas. Más adelante, y siempre siguiendo un racconto que hace pie en esa voracidad de la cual no puede (ni quiere) sustraerse, aparece el amor, de la mano de Julia. "Como esa mujer me apartaba de mi naturaleza, con frecuencia planeaba abandonarla", dice haciendo referencia a sus hábitos. Pero esa mujer permanecerá todo el tiempo a su lado en la contradictoria posición de una persona que intenta, por todos los medios, lograr que su amado deje de hacer (y practicar) las cosas que hace. De esa manera, Julia lo convence de asistir con un psicólogo, el doctor Salguero, quien completará el tercer lado del triángulo "voraz" que se forma en la última mitad de la novela. Mientras el personaje siente, de alguna manera, que el psicólogo lo está ayudando a enfrentar su "inmenso" problema, Julia comienza una relación clandestina con Salguero que desencadenará la tragedia.

Y así el protagonista de "El devorador anónimo", desencantado del psicoanálisis pero no del amor, llegará a su actual condición que, aunque no la comprende del todo, la acepta sin más. No tiene, de todas maneras, otra opción. Sin embargo, habiendo mutado, "El devorador anónimo" conserva la fidelidad propia de su naturaleza: la voracidad. En otra realidad distinta a la cotidiana, él sigue haciendo las mismas cosas que hacía sin preguntarse el por qué.

En "El devorador anónimo" todo remite a la voracidad. Esa voracidad, esa acción que se efectúa conscientemente o no, casi sin parámetros que, de alguna manera, hace las veces de metáfora sobre una sociedad que se reinventa en cada bocado pero que no puede dejar de devorarse a sí misma; es decir, siempre es el mismo bocado. Esa es la metáfora más precisa: un mundo que no se puede cambiar (a pesar de estar en continuos cambios). Para tal, y como en sus anteriores novelas, Manuel López de Tejada hace uso de un determinado y pensado recorte espacio-temporal de la historia a narrar. Emplea la primera persona con un lenguaje irónico, plagado de múltiples lecturas, donde en apariencia todo (incluso el mismo lenguaje) es lineal, directo y sencillo (pero preciso). La voz de "El devorador anónimo" acepta su realidad, su condición actual de la misma forma que los lectores se introducen a ella: sin el prejuicio o la carga de una explicación precisa. Hay personajes y hechos casi imposibles que pasan de situaciones grotescas a dramáticas (y viceversa), pero siempre inmersos en un mundo que encierra a otro; siempre un universo se nutre de otro y la realidad es sólo un difuso rastro de "algo" que no se sabe qué es.

"El devorador anónimo" obtuvo, en 2002, el Premio del Régimen de Fomento a la Producción Literaria Nacional del Fondo Nacional de las Artes. Su autor, Manuel López de Tejada, que durante algunos años se desempeñó como corrector en La Capital, en 1987 obtuvo el Premio Municipal Manuel Musto por su colección de relatos "Simulacro". En 1997, gracias a ganar un premio de la Secretaría de Cultura de la Nación, publicó una de sus mejores novelas: "La mamama, un amor voraz" (Sudamericana, 1997), que, junto con "La culpa del corrector" (Sudamericana, 2000) constituyen un universo personal presente también en "El devorador anónimo".

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López de Tejada emplea un lenguaje irónico.

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