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 domingo, 09 de mayo de 2004

Causas y consecuencias de los chispazos entre los bonaerenses y la Nación
Kirchner, Duhalde y el duhaldismo
Sin el apoyo de del "peronismo profundo", la agenda del jefe del Estado puede volverse inmanejable

Carlos Germano (*)

Las diferencias que ventilaron públicamente Néstor Kirchner y Eduardo Duhalde serían un hecho anecdótico si no se inscribieran en la tensa relación que el presidente viene manteniendo con la estructura del PJ y si no planteara interrogantes respecto de lo que hasta el momento constituye la principal alianza política en la que se sustenta la fórmula de gobernabilidad.

Los votos bonaerenses fueron decisivos para el éxito electoral de Kirchner, en tanto que Duhalde entregó la Presidencia con el capital político acumulado en el manejo de la crisis y habiendo causado la derrota definitiva a Carlos Menem, lo que lo convirtió para vastos sectores del PJ en un referente indiscutido, de una inédita dimensión nacional.

Una serie de factores pesaron, sin embargo, para que ese conflicto no llegara a producirse. En primer lugar, la convicción con la que el gobierno avanzó en una serie de decisiones que sintonizaban con las expectativas de la ciudadanía -como la renovación de la Corte-, sumada a la recuperación económica, le permitió a Kirchner convertir el modesto caudal electoral inicial en altísimos índices de adhesión. En esas decisiones de gobierno se fueron delineando los rasgos decisivos del estilo K.

En segundo lugar pesó también la mesura con la que el propio Duhalde encaró la relación con el gobierno que había contribuido a alumbrar.

Lo que contribuyó a dotar de entidad al intercambio de opiniones entre Kirchner y Duhalde es que el mismo se inscribe en la tensión actual entre el gobierno nacional y el PJ, en un contexto signado por los primeros reveses políticos de esta administración. En su aspecto público, esta tensión tuvo su origen en el veto a la participación de los gobernadores justicialistas en el acto de la Esma, pero reconoce causas más profundas.

En ese caso puntual -un tema que no figuraba entre los prioritarios para el grueso de la ciudadanía- el presidente abrió una confrontación con la estructura política que controla los recursos institucionales de los cuales depende la resolución de los temas estratégicos de su administración, entre ellos, la definición de la ley de coparticipación y la ratificación legislativa de los términos de la negociación con los organismos multilaterales y los acreedores en default.

Lo que pareció ponerse en juego en ese episodio son los términos de la relación entre el gobierno y el PJ, y la estrategia con que Kirchner encarará esa relación. Por un lado, Kirchner sabe que esa estructura no le responde incondicionalmente y teme quedar entrampado en una relación de fuerzas desfavorable, en la que los gobernadores estén en condiciones de imponerle la distribución de los recursos federales.

Pero en el escenario de tierra arrasada que dejó la debacle de la Alianza, por el momento son escasos los recursos institucionales y de gobernabilidad que puede aportar la "transversalidad" (fuerzas ajenas al PJ), lo que explica las oscilaciones de Kirchner en su relación con el PJ.

Desde el lado del justicialismo son precisamente estos ensayos políticos, junto con el estilo personalista de conducción de Kirchner, las causas profundas del malestar expresado en el congreso partidario. En esta tensa relación, Duhalde ha desempeñado hasta el momento un rol de pivot, jugando su peso interno y a su propia tropa en favor de las políticas oficiales, pero convirtiéndose a la vez en el receptor del malestar de los hombres del partido.

El episodio abierto con el acto de la Esma le reportó al gobierno más costos que beneficios. Kirchner avanzó en el enfrentamiento con el partido confiando en contar con el respaldo de la opinión pública, pero un hecho imprevisto modificó el escenario político: las movilizaciones en reclamo de seguridad mostraron que esta vez existía un abismo entre la agenda presidencial y la ciudadana.

Es entonces a la luz de la relación conflictiva con el PJ y de una situación de relativo y sorpresivo infortunio político, que debe ser leída la reacción del presidente a las declaraciones de Duhalde. No obstante, lo dicho por el bonaerense es bastante razonable. Sin resolución de la deuda en default, la recuperación económica y los planes de inversión no pueden ser más que provisionales. El corolario que Duhalde probablemente extraiga de este diagnóstico -y que podría contrariar al presidente- es que sin el apoyo del PJ esa agenda puede volverse inmanejable.

¿Cómo puede evolucionar, entonces, la relación entre Kirchner y Duhalde? Es probable que las diferencias confluyan en una recomposición del acuerdo entre ambos. Existen desde ambos lados objetivas y poderosas razones para que así ocurra, a lo que se agrega del lado de Duhalde el papel que ha elegido: asumir como garante de la estabilidad institucional. Lo cierto es que el gobierno de Kirchner ha comenzado a experimentar los límites de una estrategia de confrontación permanente, y que tanto la gobernabilidad del país como los objetivos de su gestión dependerán de la pericia con que en adelante encare la necesaria relación con su partido.

(*) Sociólogo y analista político

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Antes del impacto. Duhalde tiene que contener a su tropa, refractaria al "estilo K".

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