Año CXXXVII Nº 48380
La Ciudad
Política
Información Gral
Opinión
La Región
El Mundo
Policiales
Cartas de lectores


suplementos
Ovación
Turismo
Mujer
Economía
Escenario
Señales


suplementos
ediciones anteriores
Salud 05/05
Autos 05/05
Turismo 02/05
Mujer 02/05
Economía 02/05
Señales 02/05


contacto

servicios

Institucional

 domingo, 09 de mayo de 2004

Desarrollo del lenguaje: Palabras tempranas

Cuando un niño, a partir de los dos años y medio aproximadamente, no habla, dispone de muy pocas palabras, no puede expresarse con claridad o no puede entender claramente aquello que le expresan los demás, es probable que tenga dificultades en el proceso de organización funcional de su lenguaje. Cuando es así, estamos en presencia de un problema de salud.

Es muy cierto que resulta gracioso escuchar a un niño que habla mal. En general estos desajustes lingüísticos se relatan en las reuniones familiares a modo de cuento y se festejan como tales. Sería importante saber que pueden formar parte de una prolongada secuencia de dificultades que acompañarán al niño en el transcurso de su desarrollo, porque así como el lenguaje humano es el resultado de un proceso de aprendizaje, también genera nuevos aprendizajes. Aquí reside la importancia de que se desarrolle adecuadamente.

De igual modo sería importante conocer que las dificultades en el proceso de organización lingüística no se solucionan con el "paso del tiempo" , sino que deben ser abordadas en tiempo y forma por los profesionales pertinentes. Cuando el niño con dificultades en el lenguaje crece, crece la dificultad, como también la conciencia de la propia limitación.

A medida que comienza a participar del medio social que funciona fuera de su hogar, y su vida de relación trasciende lo familiar puede comprobar que son otras las exigencias. Expresarse bien se constituye en una necesidad para comunicarse con sus pares e integrarse.

El niño que no presenta dificultades, aprende el lenguaje mediante un proceso que no se le torna consciente, lo construye de manera natural, fisiológicamente, interactuando cotidianamente con los objetos y los otros sujetos de su entorno cultural.

No sucede lo mismo con el niño que no habla bien o no comprende el lenguaje del otro. Sabe que hay luces de alerta en el circuito de la comunicación que dan cuenta de las fallas, por lo tanto debe esforzarse para que el otro le entienda, para entender al otro, o bien no se esfuerza, y para no quedar en evidencia opta por quedar callado. En todos los casos se altera el acto comunicativo.

Con el tiempo va imitando el modelo correcto que le brindan los otros y por repetición logra mejorar su dicción. Ocurre también que en ocasiones tiende a acotar su expresión para que sus dificultades no "aparezcan". Estos no dejan de ser recursos que utiliza el niño para disimular sus falencias porque, como ya dijimos, va adquiriendo conocimiento de sus propias limitaciones.


En la escuela
El concepto erróneo que generalmente surge de estas aparentes mejoras es que los niños hablan mal porque son pequeños, pero que cuando crecen esta condición desaparece.

"No se ponga ansiosa, es muy chiquito todavía, espere que ya va a hablar bien". Esta es la respuesta que muchas madres obtienen cuando consultan por las dificultades de expresión de sus hijos pequeños, lo cual no deja de ser una profecía que se cumple irremediablemente. Porque el mismo niño, a los 5 ó 6 años tiene ya una expresión mejorada, pero su dicción, es decir en lo aparente cuando en realidad la dificultad en el lenguaje persiste de manera subyacente, insidiosa, y se acrecienta con el tiempo.

¿Por qué persiste si va mejorando su expresión? Porque para que el lenguaje pueda organizarse, se deben ir cumpliendo ciertas leyes que forman parte de su propio desarrollo. Imitando solamente la articulación de las palabras no se está favoreciendo el camino que lleva a apropiarnos del significado de las mismas.

En estas condiciones llega el niño a la escuela: a una institución que ha recibido la demanda social de enseñar a escribir y a leer. La escuela debe enseñar de manera programada un sistema de signos: la escritura que fue inventada precisamente para representar al lenguaje oral.

Si presenta un lenguaje desorganizado, su representación mediante la escritura también será desorganizada y en ocasiones cuando la dificultad es de grado severo, no logra en los primeros años aprender a escribir sin ayuda especializada.

Más adelante promediando la escolaridad, a partir del tercero o cuarto año de la EGB, se presentan dificultades en la escritura y en la lectura implicando el aprendizaje de todas las materias. De esta manera se compromete el proceso de construcción del conocimiento que se va produciendo de manera fracturada. El niño va aprendiendo más lentamente que el grupo de sus pares y su rendimiento se empobrece. En estas circunstancias y en líneas generales no se relacionan las dificultades actuales que presenta para aprender, con sus alteraciones históricas del lenguaje. Estas últimas quedaron atrás en el desarrollo y seguramente ya no se guarda registro de las mismas.

En realidad la vinculación causal persiste, pues como dijimos antes, el desarrollo patológico del lenguaje es insidioso y subyace de manera latente, se agrava progresivamente e impacta en aquellas situaciones sociales, escolares y laborales en las que su participación es imprescindible.


Tratamientos adecuados
Así luego tendremos adolescentes en las aulas que arrastran dificultades desde los primeros años de la escolaridad; adolescentes que reiteradamente cambian de escuelas buscando niveles inferiores de exigencias que se compatibilicen con sus limitaciones, que fracasan en el intento de sostener una carrera universitaria. En muchos de estos casos, recién en estas edades, podemos comprobar que ha sido la dificultad en el proceso de organización funcional del lenguaje la que ha ido obstaculizando, en el transcurso del crecimiento, la construcción de nuevos aprendizajes.

Desde el campo de la fonoaudiología hacemos especial hincapié en dos puntos fundamentales: en la importancia de la detección precoz de las dificultades del lenguaje y en la realización de diagnósticos diferenciales que permitan tratamientos adecuados. Esto último debería constituirse en una responsabilidad compartida por todos los adultos, especialmente, por aquellos cuyas incumbencias profesionales se vinculan con el desarrollo y crecimiento de los niños.

Marta Alicia Espeleta

Licenciada en fonoaudiología

[email protected]

enviar nota por e-mail

contacto
buscador

  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados