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 domingo, 02 de mayo de 2004

Rosario desconocida: Héroes de barrio

José Mario Bonacci (*)

Un diccionario que nos acompaña desde la niñez informa que un héroe es alguien famoso por sus hazañas, virtudes o acciones. La ciudad, pletórica y rica en hechos destacados, encierra en las patrias barriales mucho de estos conceptos. Trasladados al presente e implantados en la vida diaria, ayudan a conformar netamente un "parnaso popular" e íntimo señalando a quienes enorgullecen a un grupo social con la alegría de quienes comparten la vida con ellos.

¿Por qué no bajar entonces al espacio cotidiano aquée concepto y a quienes se mueven en las calles de la ciudad, cuando algo de ellos ha resaltado de manera especial? A nivel de nación unos pocos ejemplos, invitan a nombrar al doctor Favaloro como héroe que dedicó su vida a los demás y terminó con ella ante la indiferencia de un país que no supo escucharlo, o a Diego Maradona, un genio irrepetible aunque esté pagando los deslices de una vida desenfrenada, o a Pocho Lepratti arrebatado con violencia del mundo en que ejerció su trabajo en favor de niños olvidados por quienes tenían el deber social de protegerlos.

¿Qué ocurre en el íntimo territorio de la ciudad y sus barrios? Hablamos de aquellos a los que conocimos, ubicados en el barrio de nuestra juventud, con posibilidad de que cada uno intente hacer lo suyo con el sitio en que vive. Así se cumpliría la expresión del que dijo: "si los hombres se decidieran a escribir su vida, tendríamos unos frescos excepcionales", aunque muchos aportarían también con su trabajo callado, una acción consecuente, o silencio constructivo. Nuestro territorio concentró en su momento a muchos de estos héroes intimistas, con cuyas acciones nos sorprendíamos jubilosos, admirando esfuerzos o sufriendo con ellos de frente a sus circunstancias personales.

Si se trataba del deporte, nos remitíamos a 1º de Mayo y bulevar Seguí con Amelio Piceda, que a través del box había construido su perfil de verdadero caudillo barrial. El Chino Pita vivía a la vuelta de nuestra casa en Saavedra y pasaje Mazaglia donde sorprendía nuestras mentes con escenas imaginadas entre torres de cristal y acero cuando fue a mostrar lo suyo en EE.UU., en contraposición a las bajas casas de nuestro barrio alineadas en la perspectiva de las calles. Las mismas que en algunos domingos mudaban su cara atronadas por el andar de los "Cucciolos" en carreras organizadas por el Club Ciclón, de Saavedra al 600, donde Timanaro y Martinez en equipo, o Toto "el negro" Cortese, o el popular "Laucha" junto al gringo Moscoloni, eran pilotos insuperables.

Y qué decir de Ramacciotti, jugando con nosotros en la calle Laprida al 3400, sin imaginar que luego accedería a la primera de Newell's Old Boys para consagrarse definitivamente en el equipo mayor de River Plate. Y como si fuera poco, venía a Rosario a visitar a su madre y ya famoso, en algunas tardes de sábado volvía a gambetear con nosotros que usábamos una pelotita de goma a rayas blancas y rojas, que nos vendía Dionisio Arana en su tienda de Laprida y Saavedra, todavía en funciones aunque él ya no esté.

Idénticos tiempos con mediodías en que un agente de la sección 18ª, cuyo nombre nunca supimos, paraba su bicicleta antes de tomar servicio, ignoraba su uniforme reglamentario y gastaba algunas gambetas en medio de la calle, haciéndonos sentir verdaderos craks, sin retirarse nunca antes de marcar un gol.


Ruta del pentagrama
"El negro" Mario Ibañez, integrante de nuestra barra, cobijó bajo el brazo un brillante trombón a vara y corrió tras las luces del jazz a California, donde todavía vive. A nosotros se nos figuraba la presencia del mismísimo Glenn Miller en el barrio. Cada vez que ha vuelto a visitar la ciudad, no ha dejado de sumarse a músicos locales como "El Chivo" Gonzalez, o "Cuqui" Policchiso y algunos otros, para recordar aquella juventud transitando las rutas del pentagrama.

Orlando Trujillo, bandoneonista eximio, vivía en Saavedra al 700 y junto al contrabajo de su padre integró varias típicas locales, entre ellas la de Leonidas Montero, para después dar el salto a Buenos Aires y sumarse a las orquestas de Miguel Caló y Aníbal Troilo, nada menos. Por él conocimos al "Negro" Ahumada, fueye excepcional, que por entonces estaba junto a Francini y Pontier y cuando venía a visitar a su madre en Dean Funes al 700, íbamos con Trujillo a saludarlo y charlar tomando mate en el patio de la casa. En San Martín y Garay, vivió Tarragó Ros padre de Antoñito y allí estuvo hasta sus últimos días.

También en Saavedra al 600, vecino al Chino Pita, vivía el doctor Juan Ingallinella, querido y humano médico del barrio, siempre dispuesto para ayudar al más desprotegido sin pedir nada. Un día lo vimos alejarse hacia San Martín rodeado por sus cancerberos torturadores y nunca más volvió, derribado por la sin razón y la brutalidad humanas. Su cadáver nunca fue encontrado. En la misma esquina en que Ingallinella fue subido a un automóvil policial, vivió su niñez y adolescencia quien después sería el doctor Zaldarriaga, juez de menores actualmente en ejercicio, que compartía con nosotros los espacios de la plaza en la vereda de enfrente.

Por Maipú al 3500 vivió hasta su muerte el contador y poeta Emilio Delmonte, compañero de trabajo en YPF en las décadas de los 60 y 70, en el mismo edificio que acunó el primer llanto de Ernesto "Che" Guevara. Algunos afirman que en la zona también vivió Enzo Viena, aunque no lo podamos asegurar. Pero sí recordamos en Buenos Aires al 3500, a la vuelta de casa, a don Andrés Marrodán, experto en maldades radioteatrales en la Compañía de Norberto Blesio, aunque él fuera un hombre bueno y sencillo.

El negro Guardameta vivía en 25 de Diciembre al 2900. Como hombre de radio despidió al bandoneonista Agustín Garnero en la funeraria de 3 de Febrero al 400 mientras Fernando Tell vecino de la zona desgranaba en su fueye el "Responso" del gordo "Pichuco".


Reyes del metegol
En bulevar Seguí y Laprida, donde Bonadío hizo el intento citado en esta serie, el "Rafa" Turrioni y Roque Mario Estévez apoyado en sus muletas deslumbraban con su habilidad. Frente a un metegol no tenían rivales. Compitiendo entre sí, eran para escribir un libro. Todo ocurría allá por los 50, 60 y 70 en la vieja sección 18ª y sus vecinas colindantes. Y también Demófilo López, o Coletto en Sadillo construían idéntico clima cada uno en su rincón vivencial y emotivo de la ciudad.

Y así son todos los barrios, con movilización de otras gentes completando un raconto amplio, desprejuiciado e inclusivista, que contemple a sus héroes barriales para consolidar el alma urbana. La ciudad y quienes la pueblan se lo merecen. Mutuamente se han unido para conformar un todo unitario y no habrá sido en vano, porque no puede considerarse vano el esfuerzo por afianzar la tradición, enriqueciendo la memoria colectiva.

(*)Arquitecto

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