| domingo, 02 de mayo de 2004 | El extraño silencio de los centros de evacuados En un lugar con mucha gente como los centros de evacuados, curiosamente había un extraño silencio, sólo roto por algún chico que corría o gritaba. "Los hombres grandes estaban quietos, acostados, resignados al desastre, muchos llorando desconsoladamente. Las mujeres cuidando a sus bebés. Todos añorando sus viviendas, había un gran sentido de pertenencia mezclado con desolación y angustia. La mayoría, cuando pudo, volvió a los restos húmedos, pero suyos, a sus hogares", afirmaron los médicos de emergencias.
"Tuvimos que vacunar, ayudar a trasladar inundados, la primera noche llevamos al Hospital Cullen a un hombre infartado que lamentablemente murió y a otra persona con un edema agudo de pulmón. Atendimos a muchos pacientes crónicos, hipertensos, con insuficiencia cardíaca. Al quinto día aparecieron muchos casos de diarrea y de infecciones. Luego al bajar las aguas, asomó la montaña de basura en cada rincón, el olor, la imagen que vieron las personas al volver a sus hogares fue la de pérdidas totales, las caras de las personas lo decían todo, parados miraban y sólo se preguntaban cómo empezar de nuevo", recordó Stettler.
Aferrados a sus pertenencias "Hacíamos recorridas en canoas permanentemente, así fue como vimos a cientos de personas llevando en sus manos, arriba de la cabeza, un televisor o un grabador, la gente se aferraba a algo suyo, aunque fuera ilógico arriesgar la vida por un aparato de TV. Uno puede estar técnicamente preparado, asistir sanitariamente como médico, vacunar, haber hecho muchos simulacros, estar capacitado, pero la mayor respuesta que dimos fue desde lo humano, la contención. Permanentemente nos rogaban que no nos fuéramos, se sentían como protegidos", reflexionó Ciarrocca. enviar nota por e-mail | | |