| domingo, 02 de mayo de 2004 | Relaciones tormentosas Juego de espejos Todas las relaciones las tenemos merecidas. No como castigo sino que el otro con quien nos encontramos es un espejo que nos devuelve la naturaleza de la madera de la que está hecha nuestra alma. De modo que aún en esas relaciones tormentosas, esas que nos rompen el corazón, hay mucho que aprender. Y así como no se aprende en ausencia, tampoco se deja atrás lo que primero no se ha vivido intensamente.
Recordemos que lo que no se aprende se repite y por eso si huimos de una relación tormentosa sin vivirla intensamente y sin aprender lo que tiene que enseñarnos, seguramente en un tiempo volveremos a encontrarnos en el mismo lugar, pero sufriendo aún más. El amor no es algo que elegimos sino algo que nos elige.
Es una experiencia que siempre acontece, que sucede de muchas maneras, pero lo único que no debemos dejar que ocurra es que sea una experiencia inútil. Desde que el mundo es mundo, los seres humanos se enamoran pero no como accidente sino como una experiencia ineludible. Existir es coexistir, y el otro en el amor es un espejo donde vemos reflejado algo de nosotros mismos que ignoramos.
De este modo las relaciones afectivas nacen para que cada cual pueda hallar a través de ellas el sentido de su existencia. Existen muchas preguntas que uno puede hacerse sobre el amor, pero hay tres que inquietan de modo permanente. La primera es casi una cuestión filosófica: ¿Qué es el amor? La segunda es más psicológica: ¿A quien amamos cuando amamos? La tercera existencial: ¿Por qué si el amor nos hace sufrir tanto, seguimos insistiendo en estar enamorados?
Aunque no muy conscientemente el alma se enfrenta de un modo u otro a estos interrogantes y a lo largo de su historia se da algún tipo de respuestas, la mayoría surgen por boca de otros: lo que papá y mamá nos enseñaron a creer. Sin embargo, los seres humanos debemos poder ser capaces de aprender a hallar nuestras propias respuestas, libres de las creencias que conducen a no poder vivir el amor que la vida generosamente nos otorga.
Porque la vida siempre proporciona a cada paso del camino de nuestra existencia, la posibilidad de hallar en una esquina inesperada una esperanza nueva encarnada en alguien del cual nos enamoramos. En este proceso de derribar los muros que limitan la experiencia amorosa, el primer paso consiste en reenfocar nuestra mirada sobre el amor y comenzar a ver las relaciones (no como un camino heroico que se debe transitar) sino como un recorrido alquímico que se ofrece para ser vivido. Es decir, sacudir y arrojar fuera del alma el circuito de condena, la idea imaginaria de que un amor que no sufre no vale y entregarnos al placer, al disfrute y al goce de un encuentro relajado, alegre y espontáneo.
La adicción al sufrimiento, tan frecuente en las relaciones humanas, sigue una dirección contraria al amor, ya que éste no anhela el padecer. Sin embargo hemos incorporado la imagen de que el amor es un proceso doliente y desesperado que desgarra cada una de nuestras fibras, y entonces un amor que no se sufre parece no ser amor o no valer lo suficiente.
Toda relación es como un juego de imanes: hay algo que nos atrae. Y esto que nos atrae es una cualidad invisible a los ojos pero que se siente en las vísceras, la piel y el corazón. La unidad de los contrarios es una ley del universo que también se aplica a las relaciones humanas. Es esta mágica conjunción de antagonismos lo que hace que los vínculos avancen, que puedan enfrentar los conflictos como algo natural.
Cuesta aceptar que lo que busco afuera, en una relación amorosa, yace en mi sombra, y que la busco porque ya está en mí y porque es lo que necesito para poder alcanzar cierta completud. De manera que en todo vínculo afectivo, las relaciones opuestas cuentan no como lo que separa, sino más bien como lo que une.
En este juego de luces y sombras radica el auténtico sentido de un encuentro o de un viaje por el tiempo que sea y del modo que se pueda, en compañía de alguien a quien se ama y que nos ama: ser maestro, enseñarnos algo de nosotros mismos que desconocemos. A esto es a lo que hace honor Borges cuando dice: "Todo encuentro casual, una cita"..
Hay muchos tipos de relaciones. Algunas son como tifones devastadores; hay otras que como grandes olas sacuden violentamente nuestra nave haciéndonos perder el equilibrio si no estamos bien plantados sobre ella; hay relaciones que como fuertes corrientes marinas nos llevan a lugares insospechados; hay relaciones que son como un mar sereno donde cada cual puede mecerse sin inquietud, en paz y tranquilidad; hay relaciones huracanadas plenas de pasión, cuyos vientos hacen sentir profundamente la fuerza de la naturaleza.
Hay muchos modos en los cuales hombres y mujeres vivimos nuestros amores, pero independientemente de la forma que adquieran o de las máscaras con que se recubran, todos nos enseñan que la vida da siempre la energía para engendrar y crecer, para sembrar y cosechar, para consumir y almacenar, para terminar y comenzar de nuevo, ya que nada la vida nos ofrece que no podamos enfrentar. Aprender a confiar en la vida da la certeza de que nuestras relaciones son acordes a lo que el alma espera y sabe que tiene que aprender.
Eduardo H. Grecco
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