| domingo, 25 de abril de 2004 | Rosario desconocida: La vida en patines José Mario Bonacci (*) Cualquier ser humano usa el derecho de transcurrir su vida de la manera en que decida. Cumple con su cuota de trabajo social, ejerce su vida de relación, usa el tiempo libre con actividades a elección, es un artista, escritor, practica un hobby, lee o simplemente contempla y goza la vida, y también existen quienes deciden alimentar una pasión que ocupa un lugar en su existencia. Poco a poco son considerados por el grupo social, sus acciones trascienden, ocupan un lugar y detonan la sorpresa ciudadana.
En la entrega anterior tratamos la ilusión de Francisco Bonadío. No fue el único en este tipo de decisiones. Demófilo López eligió pasar su vida sobre ruedas, nada fácil si se trata de domar a los patines, con ocho puntos de apoyo sobre los que el cuerpo humano cumplirá con las leyes del equilibrio. Si esto descansa en la obstinación de vencer al tiempo engarzando horas de sacrificio, rigor y voluntad sin dobleces, se está ante un desafío no habitual.
Antes de su muerte, conversamos con él sobre su experiencia personal. Esta pasión era un verdadero metejón que sentía desde muy joven, y en algún momento se decidió a unir Rosario con Buenos Aires. El recordado Sigfrido Sormani, infatigable en perpetuar el recuerdo hacia Carlos Gardel, le propuso un intento de largo aliento. No fue algo que despertara su rápido interés, los amigos lo convencieron y lo cumplió en el viejo Estadio Municipal del Parque Independencia. Realizó 108 permanencias, llegando a totalizar 61 horas y 15 minutos. Poco a poco aumentó su resistencia y el empeño llegando a un máximo de 113 horas y 28 minutos en el Club Arizona de esta ciudad.
Primeras 100 horas Tuvimos oportunidad de atestiguar su empeño en los clubes Social Zona Sur, Júpiter, Bochas América y Central Córdoba (en este alcanzó por primera vez las 100 horas). La pasión llegó a un estado de ebullición emocional y se proyectó al interior. Lo conocieron en Río IV, Laboulaye, en Entre Ríos, en el club "Adelante" de Reconquista (Santa Fe), porque tenía voluntad de ir adonde lo invitaran. Además anduvo por países vecinos como Uruguay, en las ciudades de Mercedes, Paysandú y Fray Bentos. No importaba cuándo ni dónde, la cuestión radicaba en patinar, siempre patinar, vencer el cansancio y dominar el tiempo acumulando horas a su favor recibiendo el afecto de la gente que acudía para apoyar su osadía.
Felipe Timpanaro fue su principal asistente y ayuda durante más de diez años, y se ocupaba de buscar en cada lugar dos o tres personas que ayudaran. Prestó también sus servicios un tal Anfosi, y en la ciudad de Tucumán lo asistió Audino, preparador del boxeador Aquiles Gregorutti.
Sueño peligroso ¿Qué pasaba con el cuerpo ante semejante esfuerzo? Primero llegaba el cansancio. A las diez o quince horas aparecían grandes ampollas en los pies que se inflamaban cada vez más, pero con pura voluntad y tosudez, todo era superado y se convencía de que no debía sentirlo, porque lo importante era salirse con la suya.
El sueño era lo más peligroso, con sus golpes repentinos a los que había que combatir con agua fría que le echaban en el rostro, hasta sujetarle en la cabeza una bolsa de hielo, estampa que ha quedado grabada en nuestra memoria: era un obstinado con una especie de corona amarrada por una venda que se anudaba bajo la garganta, a ritmo del balanceo inclaudicable de izquierda-derecha, izquierda-derecha alternadamente y decidido a vencer al peor enemigo.
Contaba que había llegado a patinar totalmente dormido sin caerse y guiado por la fuerza del inconsciente según le habían informado algunos médicos, lo que mucha gente solía tomar como una broma, cuando en realidad se trataba de la más pura verdad. Los patines se cambiaban cada tanto, porque las ruedas se iban desgastando, deformándose, pero siempre cumplió con el acto de amor de guardarlos a todos en un armario que mostraba con orgullo.
En 1941, mientras se entrenaba en bulevar Oroño y Amenábar, lo atropelló un auto y tuvo fracturas expuestas, pero su empeño lo ayudó y tres años después, sin decir nada a su familia, reapareció ganando el campeonato santafesino de resistencia en 20 kilómetros en la avenida Costanera de Rosario.
Alentado por la orquesta Arrastraba multitudes, y en una oportunidad en el Estadio Norte de avenida Alberdi y José Ingenieros no cabía un alfiler, El estaba en muy mal estado cayéndose del sueño. Pasaban la noticia por radio y Ricardo Valdés, cantante de "Los Panameños", luego de actuar en LT2, corrió al lugar con la orquesta en pleno y tocaron durante horas con el público cantando, hasta que pudo terminar la prueba con felicidad. Según decía, era una época de gran confraternidad y nunca dejó de valorar a Valdés como uno de sus mejores amigos.
Cuando tuvimos la entrevista, corría el año 1984. Al saludarnos en la puerta de su casa vecina a la esquina de Amenábar y Moreno el crepúsculo teñía con sus tonos los rincones del barrio, testigo del empeño y la tosudez de Demófilo López "el gallego", a quien no volvimos a ver.
Falleció el 14 de abril de 1989 y seguramente junto con otros incansables que ya no están, dejó trazado un complejo de caminos en los espacios del tiempo rodando por siempre en el recuerdo de una ciudad.
(*) Arquitecto
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