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 domingo, 25 de abril de 2004

[Lecturas]
Hugo Diz, mapa de una búsqueda incesante
Poesía. "Palabras a mano. Poemas y aforismos escogidos. (1985-1997) Tomo II", de Hugo Diz. Editorial Ciudad Gótioca, Rosario.

Cuando el poeta que en los turbulentos años setenta había escrito "Secuencias de mayo" y "Manual de utilidades" se hundió en la grisura letal impuesta por la dictadura, la ironía revolucionaria y el tono épico quedaron sepultados en el baúl de los recuerdos y se abrió otra etapa dentro de un lenguaje inquieto. Gran parte de los frutos de esa búsqueda, rica como pocas en la poesía argentina de los últimos veinticinco años, está reflejada en el segundo tomo de "Palabras a mano", la vasta antología de Hugo Diz (Rosario, 1942) que está difundiendo la editorial Ciudad Gótica.

Entre 1980 y 1995 fueron escritos los poemas que integran este libro, cuyo núcleo innegable es el que acaso debe ser visto como uno de los puntos más altos de la lírica de Diz: "Baladas para Marie" (1986/87).

Y aquí el poeta ya ha cambiado brutalmente. Expulsado de la ilusión política por la crueldad sin límites de la represión militar, rodeado de palpables ausencias (físicas y morales), solo en el centro mismo de la desolación urbana -paisaje aplastado por el miedo-, aquel que había acompañado con decisión la lucha revolucionaria de la década pasada se refugia en los módicos rincones donde aún late la vida. De 1983, sin embargo, es la obra (comenzada en el emblemático 76 y por tal razón incluida en el primer volumen) que marca ese crucial golpe de timón y constituye otro hito en la poesía argentina de los años de plomo: "Canciones del jardín de Robinson" (título que funciona como rotunda metáfora de la soledad de los tiempos que transcurrían).

De tal manera vemos reaparecer en este tomo los espacios interiores surgidos en el seminal "Robinson": patios, dormitorios, bares vespertinos y nocturnos, plantas nombradas con íntimo detalle. También las islas del Paraná adquieren cada vez mayor importancia como escenario de una poesía que se aleja de los hombres y busca consuelo en el paisaje. El desgarramiento de las pérdidas se vislumbra en dolorosos homenajes a los caídos (Haroldo Conti, Tilo Wenner) y el título del primer libro incluido en este volumen funciona como una adecuada síntesis de la visión diziana de la masacre.

Pero tanto en "Las alas y las ráfagas" -a él se hacía referencia- como en "A través de los ríos y los mares" ya comienzan a cerrarse definitivamente los territorios de la intemperie individual: noche, tango, desamor y el alcohol como penúltimo refugio del solitario, antes del amparo final que concede la muerte.

Y en "Marie" se consolida todavía más la tendencia intimista. Libro ejemplar, aun con sus desprolijidades y desniveles, vertebrado sobre una imagen femenina en la que se mezclan la niña y la mujer fatal, el cambio de registro en relación con obras como la valiosa "Algunas críticas, otros homenajes" (1972) ya no tiene retorno. Melancolía, bohemia y humor se entrecruzan para gestar un texto atípico, cargado de desenfado y donde el tango se plasma sin sentimentalismos en páginas magistrales como "Acaso «Los mareados»".

Pero, además, el poeta suelta la mano acostumbrada al pudor antirromántico de los setenta (herencia del exteriorismo nicaragüense y la antipoesía parriana) y comienza, inesperadamente, a cantar: "Nadie quiere morir mas el ritual/ largamente adormecido se rebela y nos sofoca/ y llega como llegan los relámpagos,/ igual que las sorpresas diurnas/ a medias, perdidas, encadenadas, medidas en el fango/ y en la incertidumbre incandescente", nos dice en "Perfil nocturno", asumiendo en plenitud el postergado tono mayor. Pero aquí ya no quedan épicas, excepto la del corazón sumergido en la noche.

En "Ventanal" (1989/90) se prolonga el solipsismo. Sin embargo, la fuerza y la irreverencia de las "Baladas..." se han diluido considerablemente y comienzan a percibirse síntomas de rutina y amaneramiento. Es que este libro constituye el crepúsculo de un lenguaje. Luego de él, se abrirá otra etapa.

Los extraños aforismos que cierran este volumen (y que pertenecen ya a otra época creativa), recopilados en "La lírica y el exabrupto" (1994/5), se erigen como una temeraria incursión en un género tan trillado como complejo. Diz, sin embargo, enfrenta el desafío con relativo éxito haciendo gala de un humor negro que recuerda la impronta del sombrío Daniel Giribaldi.

Para quienes como el que firma conocen y estiman la obra de Diz, resulta curiosamente cuestionable la intervención del propio autor en la edición final de sus textos. En no pocos casos se han modificado poemas de modo sustancial, quitándoles parte de su personal e intransferible encanto. Desde un diminutivo hasta versos enteros han sido objeto de la pasión modificatoria del poeta, quien al parecer no se encuentra en condiciones de ser su propio Ezra Pound. Dos ejemplos al vuelo: "...las cositas pequeñas y las grandes" pasa a ser "...las cosas pequeñas y las grandes" -qué lástima-, y "hay duendes en las noches haciendo travesuras" se convierte en el desafortunado verso "la vida desata maldades que parecen infiernos". Incomprensible.

El prólogo de Jorge Fondebrider peca de un exceso de neutralidad -¿vicio de la época?- y no contribuye al conocimiento ni a la adecuada valoración de las páginas a las que antecede. La edición del libro, como ya resulta habitual en Ciudad Gótica, es tan prolija como cuidadosa.

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Diz reescribe parcialmente su obra.

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