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 domingo, 25 de abril de 2004

Interiores: El fin de la historia

Jorge Besso

Cuando el mundo contemporáneo se aproximaba a entrar en la última década del siglo pasado, se hizo mundialmente famoso un doctor en filosofía de extirpe japonesa nacido en Chicago llamado Francis Fukuyama, combinación de nombres que muestra la ascendencia y la patria actual del doctor. El filósofo capitalista logró la fama con un ensayo que con toda probabilidad tenga el título más pomposo de la historia, con tantos aires de sentencia definitiva que ni el mismísimo Mendieta del negro Fontanarrosa, se hubiera animado a semejante sentencia: "El fin de la historia y el último hombre".

Así se llamaba el ensayo en cuestión que proclamaba que la humanidad se iba acercando a la perfección programada desde Harvard y afines. Como tantas veces fue el destino quién hizo la primera evaluación, elidiendo o mejor deletreando la segunda parte del título, en suma, comiéndose eso del "último hombre" que venía a rubricar la pretensión de la primera parte, razón por la cual el artículo es conocido como "El fin de la historia", y el niponoamericano como el que le puso fin a la historia, asunto con el que Dios es mucho más modesto al respecto.

Pero la pompa hay que verla en su completud, ya que ese hombre final, el del fin de la historia, venía a resumir a todos los hombres y a todas las bondades de la evolución humana que alcanzaría su cima en la perfección capitalista, superadas las dictaduras de derecha y de izquierda. Ese homo ecónomo es un ser superior y superador del homo sapiens, en tanto y en cuanto sabría de su perfección y de la perfección del sistema, coronaría la historia, y la humanidad entraría en su fase y en su estado definitivo que el nipón de Chicago nos anticipó con tanto tiempo, como corresponde a alguien que seguramente representa al nuovo homo.

Pero pareciera que no conviene confundir el fin del milenio con el fin de la historia, ni a la historia con el caos, ni el caos con lo que debe morir ni mucho menos confundir la perfección con la vida. Han pasado 15 años del artículo de Fukuyama y el fracaso del comunismo no ha mejorado al mundo. Tal vez sería excesivo decir que lo ha empeorado, pero sí es cierto que el capitalismo ha quedado al desnudo al hacerse más que evidente que el capitalismo actual es un modelo y un sistema con una sola lógica: aquella que proclama que el fin justifica los medios. Como se puede ver es ésta una proclama con tres mensajes:

* El mensaje o mensajes con respecto al fin.

* El mensaje o mensajes con respecto a los medios.

* El mensaje o mensajes con respecto a las justificaciones.

En tanto y en cuanto el fin pasa a ser el que justifica los medios, de los tres mensajes nos vamos quedando con uno solo. Rápidamente, es decir mente rápida para justificar lo que sea necesario para lograr el fin que se propone. En este sentido el poder se justifica a sí mismo, tanto respecto de cómo obtenerlo como respecto de cómo ejercerlo. Los ejemplos de esta lógica lamentablemente abundan, pero pensaba en uno que no es uno en particular, sino que es aplicable en diferentes y múltiples casos y sin que sea condenable.

Desde hace larga data diferentes tipos de contrataciones vienen con dos tipos de letras: la letra grande y la letra chica. El truco es tan conocido como padecido. La letra grande es la atractiva y la que se lee, mientras que en la letra chica, que es la que no se lee, está la verdad. Como dice el dicho popular, en la letra chica está "la verdad de la milanesa". El caso de la milanesa es más que elocuente con respecto a la cuestión de la verdad.

El tipo de verdad que enuncia y que enseña la milanesa es que la verdad viene empanada, es decir oculta, un trabajo de rebosamiento para que la apariencia de buena milanesa oculte, por caso, que la susodicha milanesa está hecha con carne de una calidad notoriamente inferior a la que aparenta según el rebosamiento, con lo que terminamos masticando la verdad no sin cierto disgusto. En este sentido la albóndiga está en el lugar opuesto por su incapacidad de ocultar y seducir.

La mencionada albóndiga (salvo las excepciones que cada cual conoce) siempre es sospechada y está contraindicada su ingesta por considerarse que esta hecha de requechos que otros dejaron. Pues bien, en la vida cotidiana nos encontramos con milanesas y albóndigas, el caso de la milanesa se refiere a muchas operaciones políticas, comerciales y sociales que configuran la corrupción blanca que no pasa por ningún tribunal, ni mucho menos por el tribunal de la consciencia. Las albóndigas, si bien son fácilmente sospechadas muchas veces tienen una procedencia blanca, como sucede por ejemplo con las albóndigas académicas, en especial las que vienen del gran país del norte con universidades con premios nóbeles en las vitrinas.

Es el caso del japonés americano y el "Fin de la historia", un ensayo hecho de requechos que apenas puede disimular el sueño de un mundo uniforme, pero uniforme en su sometimiento, es decir seres que uniformados con las ropas del sistema, sueñen con que tal vez, no sus hijos, pero sí los hijos de sus hijos o aunque más no sea los hijos de los hijos de sus hijos, dejen de vivir en la miseria y de la miseria, y por lo tanto vivan en los countrys plenos de aire, verde, sol, calefacción y demás artilugios que permiten disfrutar hasta de las inclemencias del tiempo.

Porque los dueños del mundo se habrán mudado a Marte, planeta al que le habrán transplantado la naturaleza terráquea, pero ya metidos en una burbuja muy segura por que ahí no podrán llegar los piqueteros que todavía queden y que seguramente no serán pocos. El comunismo ha fracasado, el capitalismo ha triunfado, pero el mundo no triunfó. La historia sigue y el hombre todavía tiene mucho que aprender. Y por hacer. Además de comer milanesas y albóndigas, bastante superiores a las famosas hamburguesas.

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