| domingo, 18 de abril de 2004 | Panorama político La nueva política no termina de nacer Mauricio Maronna / La Capital El gobernador Jorge Obeid, el intendente Miguel Lifschitz y la dirigencia que se considera seria y sensata tendrán que demostrar públicamente que su objetivo de hacer política y ocupar cargos conlleva el valor del deber ser: cambiarles (para mejor) la vida a los representados y no hacer de sus acciones apenas una estrategia para mejorar sus propias condiciones de vida.
El intento de un grupo de concejales de tirar por la ventana lo único que se hizo en materia de reforma política en Santa Fe (reducir en número y mejorar en calidad a los concejos municipales de Rosario y la ciudad capital) traza una raya, pone en evidencia las contradicciones y obliga a que cada uno muestre en los hechos quién es quién.
La inacción del gobierno de Carlos Reutemann para llevar adelante una profunda reforma política solamente se vio sobresaltada cuando el ruido de las cacerolas y el encono de la sociedad con la clase política amagaron con derribar los últimos vínculos.
Fue así que el entonces ministro de Gobierno, Esteban Borgonovo, logró que la Legislatura aprobara una reducción escalonada de bancas en el Palacio Vasallo, que debería culminar con 22 ediles frente a los 42 que supieron columpiarse entre la nada y la mediocridad.
Un proyecto de declaración impulsado por el concejal Evaristo Monti y apoyado (créase o no) por el Partido del Progreso Social (PPS) de Héctor Cavallero y de bloques ¿progresistas? como el del socialismo auténtico y del ARI solicitó a los legisladores provinciales que dejen sin efecto el salto de calidad que implica tener menos y mejores representantes en un cuerpo que muchas veces se transformó en noticia por los escándalos y las roscas.
La férrea oposición de los concejales del Partido Socialista (PS), de Federico Steiger, Jorge Boasso y Néstor Trigueros, entre otros, no logró que la iniciativa alcanzara luz verde, y el propio Evaristo (perspicaz como pocos) tuvo que pedir la vuelta a comisión para "tratar de convencer a la mayoría".
En verdad, la abrumadora reacción de los rosarinos en contra de que se permita un revival del estado de cosas previo a diciembre del 2001, hizo que se pusiera el freno de mano. Sin embargo, ni Obeid ni Lifschitz dijeron "esta boca es mía".
Ya había sentado un pésimo antecedente el ex intendente Hermes Binner cuando guardó silencio e insinuó una crítica hacia la ley que permitiría conocer, además, quiénes son los empleados y cuánto cobran.
El episodio constituye el disparador hacia un debate mucho más profundo que tal vez sirva para correr maquillajes y desnudar hipocresías respecto a la "autonomía", un concepto que hoy está en boca de todos los dirigentes, pero por diferentes motivos.
Para algunos se trata de un tótem, un emblema tallado o pintado, que esconde intenciones perniciosas. A la hora de intentar bajar de un hondazo la reducción de bancas, el argumento fue: "Son los rosarinos quienes deben determinar qué cantidad de ediles quieren y cómo los van a elegir".
Consultar a los habitantes de esta ciudad si quieren 50, 42 o 22 concejales es como preguntarle a cualquier persona si desea consumir una pócima preparada por Giselle Rímolo.
Los futuros meses en la provincia estarán consumidos por el proyecto de reforma constitucional que Obeid envió a la Legislatura y el cruce de opiniones sobre el régimen electoral. Pese a lo que se diga públicamente en la superficie del poder, no lleva demasiado tiempo chequear la opinión en off de funcionarios, diputados y senadores.
"Nosotros cumplimos con lo que habíamos prometido, ahora la bola está en el campo de ellos. Pero le digo la verdad: si esto sale rápido y se aprueba la elección de convencionales y diputados nacionales para el mismo día voy a empezar a temblar. La idea es que la ronda de diálogo con los partidos políticos sirva para pinchar la pelota y llevar la cuestión hasta el 2005 o aún más allá. Binner de lo único que labura es de candidato opositor y tiene su base de operaciones en algunos medios de la ciudad de Santa Fe. Va a ser bravo pelear contra alguien que se dedica nada más que a hacer campaña. Nosotros tenemos que gobernar", dice un obeidista paladar negro, habituado al perfil bajo.
Los peronistas que trabajan en la mesa de arena de la Casa Gris apostaban todas sus fichas a un abrupto final de juego entre el PS y Binner, pero el ex intendente no les dio el gusto y abrochó una lista de unidad para evitar las internas. "No quedaba otra, aunque con Hermes subsisten diferencias muy profundas. Vamos a tratar de meterlo en un sauna y que, poco a poco, largue por los poros las toxinas transversales...", grafica un diputado socialista.
Mientras la política santafesina pasa los días bajo su grisura habitual, el presidente Néstor Kirchner sostiene entre sus manos la luna de miel con la sociedad y decide cómo recuperar la agenda perdida tras las movilizaciones populares que le indicaron cuáles deben ser las prioridades de la hora.
Más allá de las especulaciones sobre la gravedad de la enfermedad presidencial (los correos electrónicos de los periodistas fueron saturados por diagnósticos médicos falsos que mencionaron, incluso, que el jefe del Estado estuvo al borde de la muerte), Kirchner tiene que salir a enfrentar un menú de demandas que va mucho más lejos que lo hecho hasta hoy.
La seguridad, esa hidra con siete cabezas que renacen a medida que se cortan, no tiene un Hércules que sea capaz de decapitarlas de un golpe.
Las palabras y la realidad Por más que las fuerzas blindadas del kirchnerismo ortodoxo (con la voz cantante de Miguel Bonasso) descubran conspiradores de la "derecha procesista" hasta en un jardín de infantes, o de que Mariano Grondona vea montoneros hasta en la capilla de la quinta de Olivos, la realidad se encarga de pasar su propio cedazo.
Es ahí donde comienza a jugarse el futuro del presidente y no en la pirotecnia vulgar de los Torquemada de la izquierda reaccionaria o de la avanzada ultramontana.
La convalecencia de Kirchner deja en evidencia el gris de ausencia de un gabinete que solamente tiene licencia para lidiar en la escena pública cuando el primer mandatario lo autoriza. Una metodología peligrosa que limita capacidades y le pone corsé al día a día de la gestión.
Por eso, todas las miradas apuntarán desde mañana al santacruceño, quien deberá galvanizar (ya en Casa Rosada) los músculos dormidos de la gestión. Pero, a la vez, tendrá que morigerar su propio volcán interno, ese que lo llevó a pelearse con todos al mismo tiempo y (como dicen los relatores de fútbol) sin solución de continuidad.
Antes de que se esfume la luna de miel con la sociedad, el presidente deberá entender que las sobreactuaciones ya no alcanzan para gobernar. El "vermut con papas fritas y good show" solamente resultó un latiguillo permanente y exitoso en los labios del genial Tato Bores. enviar nota por e-mail | | |