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 jueves, 15 de abril de 2004

Editorial
Boliches y ruido

El compromiso asumido por la Municipalidad era necesario y la decisión de asumirlo justifica elogios. Pero esta vez, y a diferencia de casos anteriores, su cumplimiento no admite ninguna demora. Porque de él depende la calidad de vida de numerosos ciudadanos que merecen ser protegidos de la desconsideración ajena. Es que llanamente en eso consiste la actitud de quienes instalan boliches nocturnos y no los aíslan acústicamente, creando así infinidad de molestias entre los vecinos. Y a esto debe sumársele, lamentablemente, la incultura de que hacen gala los numerosos jóvenes que a la salida de los bailes gritan, se insultan y hasta desatan grescas de proporciones, tornando así invivibles en ciertas horas a ciertas zonas de la ciudad.

Hace tiempo que el auge de la vida nocturna -que en sí mismo no sólo no es criticable, sino que le da brillo y carácter a la urbe- se ha convertido en un problema para aquellos que simplemente pretenden, en ese horario, conciliar el sueño. Aspiración tan lógica no puede verse coronada por el éxito, sin embargo, si en las inmediaciones de la vivienda donde se reside miles de adolescentes y jóvenes se divierten provocando un verdadero pandemonio, dado que los locales que los albergan no han sido objeto del imprescindible proceso de insonorización.

Numerosos habitantes de la zona norte rosarina (Alberdi y La Florida) padecen en este momento esa auténtica pesadilla. Se tendrá una dimensión adecuada del problema que soportan si se recuerda un testimonio recogido por La Capital, el de un atribulado vecino que narró que para dormir se tiene que acostar "con auriculares industriales". Terrible.

El subsecretario de Gobierno municipal hizo promesas y expuso dificultades. "Vamos a sistematizar los controles de ruidos molestos en cada uno de los domicilios y de los horarios prometidos para funcionar de los bares y de las disco", aseguró Horacio Ghirardi, antes de contar que están trabajando al límite de la capacidad disponible.

Por cierto que las dificultades no son de fácil solución y no involucran solamente a la zona norte rosarina. Tanto en el centro como en las inmediaciones del Monumento a la Bandera se registran habitualmente episodios como los descriptos. Pero no caben opciones: al no existir, por parte de la mayoría de los propietarios de boliches, un mínimo nivel de conciencia cívica, el rigor debe conseguir lo que la persuasión no ha podido. Y esta vez, se insiste, con urgencia.

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